26/9/09

Historia de las historias

Al Sistema de Transporte Colectivo Metro de la ciudad de México, celebrando 40 años de que esa barca de Caronte anaranjada nos lleva diariamente a descender por las nueve dimensiones del Mictlán y nos regresa a la vida de la superficie llenos de historias y haciéndonos parte de su propia historia.




Como todos los días, Ernesto tomó sus cosas y salió a la carrera de la escuela, agitando las amplias campanas (como de catedral) de su pantalón, sin dar tiempo a sus amigos o a la seño Estela de despedirse de él. Tenía prisa, mucha prisa. Debía llegar rápido a su lugar favorito desde hacía unos meses: el Metro, ese gran cienruedas anaranjado que se comía a gente de todas razas, clases y colores alojándolas entre sus tripas para barrenar la tierra y llevarlas por debajo de la ciudad de un punto a otro de ésta.


Desde que lo inauguraron tres meses atrás, Ernesto no había fallado a su cita diaria con el megainsecto; desde que lo vio por primera vez llevado de la mano de su madre, quedó impresionado con el complejo entramado de túneles y posibilidades que le ofrecía todo un universo subterráneo y anunciaba la llegada de una nueva era de moderinidad y progreso a la ciudad. No tenía claro si su fascinación por este medio de transporte se debía a las noticias del esqueleto de mamut o por el adoratorio mexica dedicado al dios del viento, Ehécatl, que encontraron durante su construcción, o al hecho de sentir que, como personaje de Verne, tenía la posibilidad de viajar al centro mismo de la tierra; pero cada vez que entraba en sus túneles, se transformaba, era otro fuera del tiempo y del espacio y su espíritu se fundía con el tren que corría a toda velocidad hacia todos los puntos de la ciudad.

Ahí, deambulando en los vagones, Ernesto con sus diez años, descubrió su verdadera vocación: sería un imaginauta del metro, y aunque al comunicarlo en la escuela a sus compañeros fue el centro de burlas y ofensas, no le importó, la decisión estaba tomada y no existía la menor posibilidad de dar marcha atrás. Así que, aprovechando que mamá y papá regresaban tarde del trabajo, Ernesto recorría diariamente, al salir de la escuela, todas las estaciones, de Zaragoza a Chapultepec, de Tacuba a Taxqueña y de Tlateloco a Hospital General, aprendiendo de memoria todos los ascensos, descensos y transbordos de aquellas cuarenta y ocho estaciones que lo componían en sus casi 45 kilómetros de longitud.

Pero su gusto, su verdadero placer no era tanto el viajar de un lado al otro, sino observar muy atentamente, mientras viajaba, los rosotros de todos los pasajeros que le acompañaban en el vagón, ya que absolutamente todos tenían una historia qué contar, y él, como buen imaginauta las debía descubrir y consignarlas en un cuaderno específicamente adquirido para llevar una bitácora de todas ellas.

De esta forma, Ernesto fue consignando en su cuaderno cientos de historias, de todos los talantes, desde la de aquel señor de gafas que escondía su rostro tras el periódico para no ser descubierto en su calidad de espía internacional, hasta la de aquella señora marciana que por cabellos tenía decenas de transmisores cilíndricos mal envueltos en una pañoleta amarrada por la nuca; pero que de nada le servían para encontrar el camino de regreso a su planeta.

Poco a poco, además de descubrir historias, descubrió que podía platicar con aquellos gusanos gigantes que poblaban el subsuelo, y su labor de imaginauta se hizo más sencilla, ya que cada vagón le contaba de aquellas historias extrañas, dolorosas o divertidas que sucedían mientras Ernesto debía permanecer en la superficie.

Un día, después de poco más de un año de trabajo, Ernesto, cansado de las burlas y de la gente que se negaba a creer las historias que contaba sobre lo que descubría allá abajo, tomó una decisión terminante: entró al metro y no volvió a la superficie, dejó de contar historias, y finalmente fue feliz, convertido en esta pequeña historia.

19/9/09

Sobre el monólogo

Aprovechando el festivo del 16 y la invitación del buen amigo Edgar Álvarez, fuimos a ver el Festival de burbujas que se presentó en el Parque México en el marco del Dramafest Bicentenario. La propuesta es interesante: cuatro monólogos (uno, Flojito y cooperando, del propio Edgar), que se presentaron dentro de unas burbujas inflables, realmente vale la pena ir a verlos.

Y todo esto nos hizo reflexionar sobre lo complicado que es escribir monólogos dramáticos. Aparentemente, y para muchos, hacer monólogos es lo económicamente más viable; un espectáculo unipersonal, que no requiere mayor inversión para su montaje... pensar eso es pecar de inocente. El monólogo teatral es, a nuestro juicio, uno de los retos escriturales más complejos y difíciles para un escritor. Pensemos en esto: No se trata solamente de un tipo que se para sobre un escenario y habla y habla y se va; se trata de mantener el interés del público, de cubrir todo el complicado entramado de la construcción dramática, concentrado en un sólo personaje, es decir, que toda la historia, el argumento, y la progresión dramática cae exlcusivamente en un personaje. El desarrollo entero del conflicto se presenta en una sola persona que es protagonista y antagonista simultáneamente. Se dice fácil; pero en realidad...

La mayoría de la gente al escuchar sobre el monólogo lo asocia fácilmente (y en el mejor de los casos), con la escena de Hamlet de "Ser o no ser", o bien con la escena de la invocación al beso en Cyrano de Begerac; pero eso, no es propiamente un monólogo, sino soliloquios, lo que podríamos considerar una forma de monólogo que está inmersa dentro de una obra en la que el énfasis, el peso general del argumento está soportado en el diálogo. Pueden ser muy bellos y muy profundos; pero no conforman el universo completo y contundente que debe de ser el monólogo en sí mismo.

En el peor de los casos, se asocia el monólogo teatral con el stand-up comedy o comedia en vivo, tan de moda en los últimos años. Es un monólogo, sí; pero no es propiamente dramático y se rige por reglas muy específicas como el uso del rolling gag, los golpes de risa cada determinado tiempo (hay quienes dicen que debe ser cada veinte segundos); pero por lo general no hay un conflicto real planteado ni se alcanza una anagnórisis concreta, una toma de conciencia plena por parte del personaje, sino que se trata de una historia de carácter anecdótico con tintes claramente humorísticos que se burla de lo cotidiano y que no pretende ir más allá del mero esparcimiento. Los hay verdaderamente buenos como La pelota de letras de Andrés López, y verdaderamente ramplones y del más burdo humor de pastelazo como cualquiera de Adal Ramones.

Por otro lado, desde el punto de vista de la dirección teatral, el monólogo es sumamente difícil de montar, ya que deja poco espacio para la interpretación de director, por lo que éste debe de tener especial cuidado para darle cuerpo a la obra sin que ésta se desvíe en trazos escénicos gratuitos o que no aporten nada a lo que se está diciendo. Por ello, podemos encontrar excelentes textos de monólogos con una pésima dirección, o incluso pésimos textos rescatados con una excelente dirección.

Y en medio de las complicaciones que pusieran surgir para crear un monólogo, también radica en él una de las fuentes más ricas para proponer, para innovar en el terreno dramático, pues da al autor la oportunidad de afrontar el escenario completamente desnudo y poblarlo de imágenes, sonidos y sensaciones partiendo de la forma más sencilla de expresión que es la palabra, y ahí sí, a partir de la fuerza evocadora del texto, poder proyectarse al espectador y transformar el monólogo en un diálogo con el público que deja de ser un mero observador pasivo, para formar parte del espectáculo y aportar su emoción y su propia historia a la trama planteada en el escenario.

El monólogo es, pues, todo un universo de exploración teatral y una excelente herramienta para todo aquel que se inicia en el arte dramático.

12/9/09

La mirada del angel


Ella es La victoria alada (bueno, está bien, la de la foto es su clon, ya que no cuento con los medios para tomar ese ángulo a la original), mejor conocida en México como el Ángel de la Independencia. Ha sido imagen de nuestra ciudad, vigía del devenir histórico de nuestro país durante prácticamente un siglo y representa, a decir del discurso oficial, nuestra independencia, libertad y soberanía.

Desde las alturas allá en el corazón del Paseo de la Reforma nos observa. Nos ha visto luchar, llorar ante la tragedia, reír, apretar los puños con furia ante las injusticias que, por una u otra razón, y por cuenta de uno u otro político, de buenas a primeras decide que lo mejor para el país es seguirse dando vida de reyes a costa de la ciudadanía.

Pero el ángel ahí está, firme, dando cuenta de nuestros días con la diestra al cielo sosteniendo la guirnalda de olivo, sosteniéndose en medio de esta triste metáfora consistente en el hundimiento de la ciudad, que de 1910 a la fecha ha creado la necesidad de aumentar en un total de diecisiete peldaños a la escalinata original... ¿Será que cada vez nos va a quedar más lejano acceder a nuestra independencia?

Hoy, a 199 años del inicio de la revolución de independencia y 188 de su consumación (recordemos que el acta que formal y jurídicamente dio la independencia a México se firmó el 27 de septiembre de 1821; es decir, después de veintiún años de movimiento armado), nos preguntamos ¿Qué mira el ángel, hacia dónde dirige su vista? Quizá hacia otra triste metáfora visual, donde el Paseo de la Reforma se convierte en su cárcel (los edificios que la rodean son nada más y nada menos que la embajada de los EEUU, el edificio Knoll, la Torre HSBC y el hotel Sheraton), con lo que ello pueda representar; quizá mira con los ojos a punto de desbordar sus doradas lágrimas ante la ingobernabilidad, la violencia y la crisis económica, ante la incapacidad o indolencia de la oligarquía política, que persiste en no aprender de los errores y hacer justo lo contrario de lo que se hace en otros países para salir adelante.

Pero nosotros, más allá del discurso oficial que nos enseñan desde niños, quisiéramos pensar que el Ángel de la Independencia, NUESTRO ángel, echa a volar la mirada hacia la esperanza, con la fe puesta en un pueblo de sobrevivientes lleno de vicios; pero también de virtudes y del que, a pesar de lo que pudiera parecer, nos sentimos orgullosos.

Más allá de los mitos, mentiras y omisiones de la historia oficial (como diría el gran maestro Juan Miguel de Mora), o de discursos patrioteros, México está conformado por más de cien millones de personas que de una u otra manera, en mayor o menor medida, sale todos los días a la calle a partirse el lomo, a luchar y a defenderse incluso de sí mismos; un pueblo que sueña y vive y goza y llora y se patea con los demás y al mismo tiempo se solidariza con el otro ante la tragedia. Somos como dicen los entendidos, un país de contrastes, que no conoce puntos medios y lo bueno o lo malo que pueda haber en nosotros lo lleva a los extremos. Un pueblo con historia, aunque a veces nos olvidemos de ella. En fin, un pueblo del que como mexicanos nos sentimos orgullosos por la ironía con la que vemos y enfrentamos nuestra tragedia cotidiana y por la forma de burlarnos hasta de la propia muerte.

Quizá sea eso lo que mira el ángel con esos ojos de gesto neutro e indescifrable... eso sólo él (o ella) lo sabe. Lo único cierto es que no podemos mirarla, pararnos al pie de la columna que la sostiene y que resguarda a esos seres humanos que con buenos o malos motivos, también llenos de vicios y de virtudes como nosotros, dieron la pauta para crear este caótico país, sin que se nos erice la piel y nos sintamos orgullosos de esta cuna del apocalipsis, de este país que, parafraseando al escritor Rodrigo Solís, es hermoso, hasta en sus horrores.

¡VIVA MÉXICO, CABRONES!

5/9/09

Día tras día

Una flor dura un verano,
un verano son tres meses,
doce meses tiene un año
puede un año ser tan breve
como es breve el diccionario
para definir quién eres...

Así arranca la sexta producción musical de Andrés Cepeda. Día tras día se llama el álbum y llegó a mis manos esta semana; lo he escuchado obsesivamente en los últimos días y, fuera de cualquier objetividad, cada vez me gusta más. Pero ¿quién es Andrés Cepeda?

Andrés es colombiano y actualmente tiene 36 años, comenzó a los cinco años sus estudios musicales y su primera composición la hizo con tan sólo doce años de edad; fue mal estudiante y muy indisciplinado, por lo que en su relación escolar hay una variada lista de instituciones educativas hasta llegar el colegio Emilio Valenzuela, donde conoció a César López, Fredy Camelo, Gustavo Gordillo y Juan Gabriel Turbay, con quienes formó el grupo de pop Poligamia, ganando allá a principios de la década del noventa el primer puesto en un concurso de bandas locales. Con el grupo grabó cuatro discos: Canción de Una (1993), Vueltas y vueltas (1995), Promotal 500 m.g (1996) y Buenas Gracias - Muchas Noches (1998), el concierto de despedida del grupo. Tras la disolución del grupo, Andrés toma camino a Miami, donde pasa dos años estudiando producción musical, participando en producciones de sus compatriotas Carolina Sabino y Marbel.

Posteriormente decide regresar a los escenarios y graba Se morir (1999), donde ya se marca perfectamente su estilo y su versatilidad, pues rompiendo con la imagen rockera a la que se le asociaba desde sus tiempos en Poligamia, comienza a experimentar con temas más bohemios y románticos, combinando balada, jazz y bolero, teniendo un gran éxito entre el público colombiano que lo hizo acreedor a un doble disco de platino. dos años más tarde presenta El carpintero, donde mezcla pop, son, boleros, música cubana y antillana y algo de rock, fascinando con temas como Tengo ganas, Palabras y Hasta que venga la mañana, al tiempo que participa con los temas Piel canela y No voy a dejarte ir, en la banda sonora de la telenovela El inútil. Las ventas suben y se consolida como artista. Decide dar un paso más en y el 7 de marzo de 2002 presenta en el teatro Colón de Bogotá el concierto Siempre queda una canción, del que resultan un disco y un Dvd y en el que hace una compilación de sus canciones recientes como de algunas de su etapa en Poligamia, mereciendo nuevos reconocimientos y premios. al año siguiente regresa con Canción rota, continuando con el éxito y destacando canciones como Lo que dejaste atrás, Mientras más pasaba el tiempo, y Emborráchame de amor, con las que termina de afirmar su versatilidad sonora.

Pero sin duda, lo que lo lanza a las ligas mayores, al mercado internacional es Para amarte mejor (2005), a nuestro juicio su mejor disco, que le abren la puerta de Europa, presentándose en ciudades coo Barcelona, Madrid y Roma, siendo nominado en 2007 al grammy latino en la categoría de Mejor Álbum Pop Masculino.

Y hoy, después de cuatro años de ausencia regresa con Día tras día, un disco variado y novedoso, donde encontramos a un Andrés Cepeda intimista, de interpretaciones entrañables y una voz que lo distingue por su capacidad para adaptarse a géneros como el blues, el bolero tropical o la balada pop, llenando nuestros oídos con su voz siempre amable y la sencillez con la que nos hace sentir todas y cada una de sus composiciones.

Son dieciséis los temas que integran esta producción, en la que participan su buenos amigos Fredy Camelo y Juan Gabriel Turbay y comparte micrófonos con el argentino Nito Mestre y la cubana Teimari. En ellos, como ya es costumbre en Cepeda, se mezclan y combinan diferentes ritmos y ambientes sonoros que abordan con grandes resultados el bolero, el poop-rock, latin jazz, ritmos caribeños, andinos y brasileños.

Se trata de un pop muy latinoamericano, de gran calidad y que va mucho, mucho más allá de formulitas de deshecho estilo RBD o Paulina Rubio, o con aires de suficiencia como Arjona, y que establece un puente entre generaciones, dado el buen gusto con el que están hechos los arreglos fusionando estilos, digamos, antiguos con composiciones totalmente actuales. Se trata de un disco que muestra de principio a fin cómo Andrés se lo goza, un pedacito de su sentimiento, de él mismo, refrendando una vez más con el compromiso del artista, no de vender por millones, sino de tratar de ofrecer calidad en su trabajo, siempre con la sencillez que lo caracteriza. Aunque el conjunto es excelente, destacamos Día tras día (el sencillo con el que lanzó el disco), Faltarán, Me sacaste de la casa y Vitral (track oculto por ahí del minuto 3:30 del tema Necesito); nos encontramos frente a un disco para escuchar con calma, reparando en cada letra, en cada inflexión de la voz, cada acorde, para dejarnos llevar por la fuerza evocativa que imprime en cada interpretación. Después de eso no es difícil pensar por qué está nominado para los premios Shock 2009 como mejor artista nacional, mejor artista pop, y mejor álbum del año.

Andrés Cepeda es uno de esos tipos descomplicados y sencillos, que simplemente llega canta y fascina, así ha sido los poco más de siete años que tenemos de conocer y disfrutar su trabajo (allá cuando emprendimos la primera expedición a Colombia), de sentir como nuestras cada una de sus canciones, tratando de hacer que la gente lo conozca en México, cuyo trabajo es inconseguible en México (sólo una vez hemos visto un disco de él en tienda, bajo el sello de Orfeón, una disquera antigua y en decadencia, perdido entre las ofertas), y muy difícilmente es programado en las estaciones radiales).

En fin, es mucho lo que podemos decir de este artista y de su trabajo; pero con toda seguridad muchas plumas más autorizadas ya lo hicieron o están por hacerlo; baste entonces este post para hacer una recomendación a nivel personal de este nuevo disco Día tras día, y en general de todo el regalo auditivo que nos ofrece Andrés Cepeda y sus canciones.

Aquí el nuevo sencillo, en el que participan como grupo de apoyo, sus ex compañeros de Poligamia:


Esto es un poco anterior:


Esto es de lo clásico, en su concierto en el Teatro Colón:



Y una más, en vivo, en su gira 2006; canciones excelentes, aunque con no muy buen sonido: