31/7/09

Tiniebla y luz

Seguimos con los renglones incompletos...



En medio de la tiniebla
todo es frío
en medio de la noche
todo es soledad
el silencio a gritos
proclama tu presencia
de incontenible vacío
de profunda nostalgia
de nada detenida


Y a través de lo oscuro
una sombra
emerge lentamente
gracias a la distante
luz que aparece en la esperanza
para resumirlo todo
en sólo un poco
la sombra
yo
y tú la luz
la bendita luz

24/7/09

Palabras tristes I

No cabe duda de que el idioma español es uno de los más ricos que hay en nuestro planeta, no sólo por la cantidad de palabras que existen para denominar al mundo, sino por la multiplicidad de significados y significantes que puede tener la misma palabra, dependiendo de su contextualización, y que pueden generar rechazo o gusto incluso en el plano fonético; por ejemplo, en lo personal nos encanta la musicalidad de la palabra minarete, más allá de que se trate de una torre de las mezquitas, por lo común elevada y poco gruesa, desde cuya altura convoca el almuédano a los mahometanos en las horas de oración. Pero las hay también que repelen independientemente de lo que signifiquen como retruécano o terciario y otras muchas que, simplemente, fluyen a diario dentro de nuestras conversaciones cotidianas sin que les prestemos más atención que la necesaria para comunicarnos.

Pero también hay ciertas palabras tristes que, por decirlo de alguna manera, se ponen de moda y mucha gente las utiliza de forma indiscriminada, malentendiendo su significado y pretendiéndole dar un peso mayor del que ameritan, o bien se confunden por otras, y rápidamente son adoptadas e integradas a discursos demagógicos, convirtiéndose en bandera ideológica de mucha gente que nos e detiene a pensar realmente en lo que significa lo que se está diciendo, prostituyéndolas con tal de se "progresistas" y "vanguardistas". Las hay también muy tristes que han barajado siempre y su significado se ha llevado a extremos que al final terminan yendo en contra de su propia naturaleza.

Depende mucho de la subjetividad y el contexto en el que uno se haya desenvuelto; pero en lo personal y con el paso del tiempo hemos creado una lista de aquellas palabras que se han convertido en putas tristes (recordando en el término a Don Gabriel García Márquez) de nuestro idioma español. En este post y en algunos más iremos hablando de algunas que nos parecen de las más tristes como tolerancia, soberbia, igualdad y equidad, sacrificio, democracia, o ciudadanía, por mencionar algunas.

LA TOLERANCIA

Ésta es una de esas tristes palabras que en un juego de malentendidos se ha tratado de elevar como un valor supremo de la humanidad, cuando en la realidad, su significado dista mucho de la trascendencia axiológica que pretenden atribuirle, y actualmente muchas personas la llevan y traen en la cartera (como estampilla de una virgen) para sacarla a relucir a la menor provocación y sin el mínimo recato, dándole una significación que no le corresponde.

Fue nada más ni nada menos que John Locke quien en 1689 puso a la tolerancia en el centro de la discusión, a través de su Carta sobre la tolerancia, en la que aborda el tema a propósito de los conflictos que en su época se desataban en toda Europa, producto de la ruptura del cristianismo. Locke habla, entre otras cosas, respecto de la diferenciación y separación que debe de existir entre el poder civil (del Estado) y el espiritual (de la grey católica), de la conceptualización de una iglesia de cualquier culto, como una congregación de fieles eminentemente voluntaria, y de la libertad de cultos, ya que sólo el creador es el único que puede determinar el verdadero y único castigo a las faltas a la fe, y no los simples mortales. Pero lo más importante es que sostiene la idea de no combatir lo que no se puede cambiar.

Hasta aquí, la idea de la tolerancia suena incluso positiva, ya que se trataba de sentar las bases de una coexistencia religiosa y de alzar la voz en contra de las torturas y abusos que en aquel entonces se daban en contra de todo aquel que opinara diferente al monarca o la jerarquía católica. Con el paso del tiempo, y llegando a nuestros días, todos proclaman una cultura de la tolerancia, en la que se trata de educar a los niños a tolerar a los demás, los gobernantes que se dice democráticos se declaran tolerantes con sus opositores, y quienes se sienten más progresistas, proclaman a la tolerancia como su valor fundamental. Esta idea es, a nuestro juicio no sólo nefasta, sino peligrosa y hasta zafia.

Si analizamos bien la idea de Locke, podemos darnos cuenta de que la tolerancia sólo se puede dar a partir de relaciones verticales; es decir, cuando existe una relación de supra-subordinación entre las partes; esto es, uno se encuentra en un estado de superioridad frente a su interlocutor, y de ahí que el primero tolera al segundo. En otras palabras, desde la perspectiva de la tolerancia, una persona, desde su omnipotencia, le da el chance, la oportunidad de ser, de existir a otro que se atreve a ser diferente; bajo este esquema, siempre existirá un sentimiento (¿o complejo?) de superioridad frente a los demás. Estaríamos entonces frente al principio de tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales o, lo que es lo mismo, a segregar.

Una persona nace, y por ese simple hecho adquiere una serie de derechos que son inmanentes a su humanidad, y entre ellos está, por supuesto, el derecho a ser el mismo, con todas sus fobias y filias, a tener una personalidad propia e irrepetible como resultado de ese cúmulo de factores externos que lo van forjando (recordemos aquí al maestro José Ortega y Gasset con su postulado "Yo soy yo y mi circunstancia"), sin que esto sea motivo de censura o represión, y este derecho, además, se da en dos vías, ya que simultáneamente se convierte en una obligación para esa persona, pues no debe ni puede censurar o reprimir a otra por ser ella misma.

Por estas razones, no creemos que la tolerancia sirva para nada y nos declaramos abiertamente enemigos (y aquí sí) intolerantes de la intolerancia, pues nos parece uno de los actos de mayor arrogancia que puede cometer el ser humano. A nuestro parecer, ningún ser humano quiere que le perdonen la vida por ser uno mismo; sino que, por el contrario, a lo que aspiramos como verdadero principio axiológico es a la horizontalidad, a esa doble vía a la que nos referimos; eso es, a relaciones en la que todos los participantes actúen y se desenvuelvan al mismo nivel, y la forma de lograrlo no es en modo alguno mediante la práctica de la tolerancia, y menos, si esto es producto de modas demagógicas que a la larga resultan retardatarias.

Se trata pues, de una palabra triste, tristísima, ya que su naturaleza es tan corta y limitada, que no alcanza a quienes caen en la confusión y la defienden y la levantan en hombros, en realidad están tomando prestado el significado de otra palabra que, esa sí, es un valor supremo por sí misma, y la que debe ser proclamada y defendida hasta la muerte. La cuestión verdadera y absoluta es que uno no debe tolerar a los demás ni mucho menos exigir ser tolerado por los demás, sino algo mucho más concreto y absoluto, uno a lo que tiene derecho es a ser respetado por los demás y al mismo tiempo, tiene el deber la obligación de respetar a los demás, algo así como el "vive y deja vivir" si se quiere poner en términos sencillos.

Y así como líneas arriba nos declaramos en contra de la tolerancia, en éstas defendemos y pugnamos por el respeto y el lugar que le corresponde como derecho humano, pues sólo a través de él, podemos asumir responsabilidades, construir acuerdos y una convivencia armónica y pacífica. Sólo el respeto nos puede definir como seres humanos racionales y capaces de ver un futuro. Por ello decimos, triste tolerancia, triste palabra que esperamos, algún día, desaparezca, no de los diccionarios, sino de la mente de las personas.

18/7/09

Sammy y yo

Una de las grandes ventajas que tiene la televisión por cable, es que de vez en cuando, tras larguísimas sesiones de zapping, podemos encontrar una recompensa a la tendonitis al descubrir ciertas películas que difícilmente podemos ver en las pantallas nacionales, sea porque fueron tan malas que no superaron la estancia mínima en los cines de su país de origen, o también porque fueron tan buenas, que no encontraron un lugar en el circuito comercial estilo hollywoodense. En el caso concreto de México, es realmente excepcional encontrar en cartelera cine distinto al gringo y menos si se trata de películas latinoamericanas. Sólo aquellas producciones de encumbrados directores, o que han ganado premios internacionales podrán encontrar cabida por una o dos semanas en las salas cinematográficas y después habrá que estar cazándolas en cineclubes y salas de arte, o si se cuenta con mucha suerte, encontrar una copia en dvd perdida en alguna tienda, o ya de plano bajarla de internet, si es que alguien se apiadó y la puso en la red. Pero eso es un tema del que nos ocuparemos en otra ocasión.


Retomando el tema, hace unas semanas nos encontramos con una película argentina del 2002, Sammy y yo o Un tipo corriente, escrita y dirigida por Eduardo Milewics (La vida según Muriel, 1997), y con las actuaciones de Ricardo Darín, Angie Cepeda, Alejandra Flechner y Henny Trailes. La película, cuenta la historia de Samy Goldstein, un escritor judío a punto de alcanzar los cuarenta, ansioso, depresivo y paranóico, que escribe para un programa cómico que está al borde de ser retirado. Vive una vida gris en la que su única obsesión es escribir una novela que parece no llegará nunca, inmerso en una relación con una intelectual de altos vuelos que lo ignora y desprecia, una madre castrante y una hermana amargada. De pronto, por una confusión conoce a Mary, una chica colombiana aparetemente desquiciada, quien de buenas a primeras decide que el encuentro es una señal y se instla en la vida de Sammy para terminar de desequilibrarlo todo, y más aún, cuando consigue su cometido de imponer el "estilo Goldstein".


Aclaremos, no se trata de una joya de la cinematografía ni del mayor hallazgo dramático de los últimos tiempos, sino de una comedia romántica fresca, ligera y, sobre todo, divertida; pero no por ello menos inteligente. Viendo esta película podemos quedarnos en un nivel superficial, y está bien, nos divertimos y punto; pero si profundizamos un poco, encontramos varios elementos que la hacen aún mejor. por ejemplo, el manejo de caracteres, especialmente en el papel de la Esther (Alejandra Flecner), el prototipo del crítico de arte, pagado de sí mismo, arrogante, enhebrador de discursos rimbombantes y siempre hablando desde la altura de los demás (y que me perdonen los críticos), el de la madre judía (Henni Trailes) o la fotografía, que refleja ese Buenos Aires que Sammy odia, el mismo en el que habita esa gente que le encanta que le digan que todo está mal o incluso, la conclusión de la plática entre Sammy y su padre da mucha luz sobre el por qué somos e tal o cual manera ("Hijo mío, hay algo que tenés que saber: no hay ninguna razón para creer en los seres humanos, ninguna. ni siquiera en mí y mucho menos en vos"). Pero lo más relevante, es que se trata de una película que habla de la confianza, en uno mismo y en los demás, más allá de los gags en los que Sammy aparece como un cómico involuntario ("Sufro, y en mis ratos libres, escribo..."), o en los que la madre habla de su hijo frente a las cámaras ("Con él siempre fue así, tiene problemas. En segundo grado del shule, tenía que hacer de abeja, y no sabía cómo mover las alitas... ¡Abeja reina! ¡La más importante de todas! Oportunidades tuvo en la vida, no las supo aprovechar...") está esa búsqueda de uno mismo, de esa necesidad de autodecubrimiento, de romper esquemas y círculos viciosos, que sólo a través de la confianza podemos alcanzar.

Revisando en la red, encontré sobre esta película cosas interesantes, y entre ellas que comparan al personaje de Sammy como una suerte de Woody Allen bonaerense; a lo mejor, realmente hasta que lo leímos pensamos en ello; que hay una saturación de gags innecesaria, etc.; pero creemos que esas consideraciones pertenecen al plano superficial de la historia, si nos dejamos llevar por el facilismo y nos quedamos con una visión parcial de la historia.

No es una película de estreno, seguramente no va convertirse en un clásico como Casablanca (que al parecer Sammy aborrece); pero es divertida, bien escrita, bien dirigida y muy bien actuada, así que si la encuentran por ahí, véanla, se van a divertir.


11/7/09

Por vez primera

En mis tiempos, los chicos éramos mucho más sensatos y conscientes que ahora. Cada paso, cada acto, por simple que fuera, constituía en nuestra vida un hallazgo, una forma de crecer y formarnos como hombres. No como en estas épocas, en que los muchachitos creen que el mundo les pertenece y que son capaces de cualquier cosa. Ahora sólo lo hacen por mero impulso, sin pensar en las consecuencias tan graves que puede entrañar ese tipo de actos.

Yo en cambio, recuerdo perfectamente bien la primera vez que lo hice. Han pasado muchos años, sí; pero cada vez que hablo de esto, el recuerdo viene a mí como una mariposa que revolotea en el cofre de mis recuerdos, planeando por los recovecos de mi vida para llegar a ese yo que soy ahora; tal vez más viejo, quizás; pero mucho más hombre en el sentido más genérico, amplio y universal de esta difícil profesión.

La pubertad había pasado, me podía considerar grande, adulto, capaz de afrontar la responsabilidad plena de mis actos, incluso de aquel que efectué esa mañana. Llegué al lugar donde sabía que pasaría. No me hice acompañar por nadie, el placer y el descubrimiento que experimentaría conformaba una verdadera sensación que desde lo más profundo de mis entrañas deseaba disfrutar solo, sin testigos. Al llegar, había una fila bastante grande que me inhibió por unos momentos: rostros nerviosos, apurados, observándose unos a otros sin el menor disimulo, mirando la fila de un extremo a otro, el reloj, el cielo que posaba sobre ellos.

Tuve que esperar cerca de una hora antes de poder entrar. Antes, un hombre mal rasurado y de semblante hostil tomó mis datos. Yo estaba profundamente excitado por lo que estaba a punto de suceder; pero traté de no mostrar mi turbación ante el hombre, que con un gesto de molestia y hastío, se limitó a señalar el cuarto donde tendría que actuar. Al ver la pequeña cortinilla que hacía de puerta, mi cuerpo tembló por entero, como presagiando la pronta llegada del momento anhelado. Mis manos estaba asaltadas por en ejército líquido y salado que corría de un lado a otro de mis palmas, apoderándose de cada milímetro, de cada poro.

Era ahora o nunca. Con grandes pasos me introduje en el cuartillo, intentando pasar desapercibido para aquellos que llegaron después que yo y esperaban impacientes su turno. Cerré rápidamente la cortina y allí estaba ella, tendida, esperándome, seductora e incitante. Con sólo estar arado ante ella sentí que me faltaba el aire, por un par de segundos me debatí entre quedarme y terminarlo que había venido a hacer o salir corriendo; pero ya estaba ahí, no había espacio para dudas. Sin embargo, antes de acercarme lo pensé mejor y me dije que me tomaría mi tiempo, que lo disfrutaría al máximo. Esa sería mi primera vez y debía de ser especial. Y a pesar de la inexperiencia, así fue.

La tomé entre mis manos con delicadeza. La recorrí palmo a palmo con la vista, le dí unas vueltas para sentirme en confianza, hasta que llegó el momento crucial: la dejé tendida frente a mí y la saqué, la agité un poco (no quería que me fuera a fallar y pasar por la vergüenza de tener que intentarlo nuevamente), me acerqué lentamente, y comencé el acto. Como todo un caballero, dejé caer su líquido sobre ella lo más despacio que me fue posible, con mucho cuidado para no maltratarla, pues quería que todo aquello fuera impecable. La crucé y en ello actuó mi cuerpo entero, que estalló en un palpitante y silente estremecimiento febril. Después, y como punto final del rito, concentré todos mis sentidos en el oscuro y profundo orificio, respiré lentamente, y sólo cuando me sentí preparado, la encajé con fuerza, hasta asegurarme de que había llegado hasta el fondo. Todo estaba consumado. Todo estaba consumado. Salí satisfecho y seguro de que a partir de ese momento mi vida ya no sería igual, me había convertido en un adulto de verdad.

A ustedes ahora les importan poco o nada todos esos simbolismos con los que crecimos los viejos; pero gracias a ellos hoy nosotros tenemos la plena conciencia de lo que está bien y de los que está mal. Hoy para ustedes todo es fácil, y responde a un impulso o moda pasajera, y por ello no toman ninguna precaución y después terminan lamentándose de los resultados. Y la prueba es perfectamente tangible: ¿Alguno de ustedes se acuerda, como yo, con tanto cariño, fervor y nostalgia de la primera vez que votaron en su vida?

4/7/09

Ausencias

Había pasado casi tres meses y Roque Urumburu no encontraba una historia que valiera la pena para su novela. Por un lado sentía la presión de la editorial que esperaba con avidez el nuevo título para publicar; y por el otro, estaba la ausencia de Diana, que después de medio año comenzaba a pesar y a convertirse en una especie de prurito espiritual que no lo dejaba en ningún instante.

Revisó acuciosamente todas y cada una de las ideas que consideraba pendientes: escaletas, notas, grabaciones, recortes de periódico... nada que realmente le llamara la atención. Quiso escuchar algo de música y activó el estéreo para encontrarse con No hago otra cosa que pensar en ti, de Serrat, lo que motivó que se acordara aún más de Diana y la falta que le hacía, acrecentando el vacío y la ausencia de ideas para desarrollar. Maldijo entonces a esas musas tan mustias que desaparecen justo cuando más se les necesita, "Seguro que ya armaron sindicato las cabronas, y le están dando lata a todos los escritores del universo..." pensó mientras tomaba un cigarro y se detenía a contar las colillas del cenicero: doce, trece, catorce, quince dieciséisdiecisiete diceciocho colillas en media hora y no llegaba una historia para comenzar.

El cursor de su computadora parpadeaba en la pantalla a la espera de iniciar esa carreritarítmica y placentera en la que antes se ejercitaba para mantenerse esbelta y atractiva, gracias a ta continuo ejercicio. Sin embargo esta vez era diferente, estaba ahí, frente a Roque, sin obener la señal de salida, suplicando impotente que aunque fuera por equivocación, el jefe presionara una tecla que la hiciera saltar mínimo una sola vez.

Así pasaron varias horas hasta que en un gesto de desesperación, Roque escribió, sin proponérselo lo que años más tarde sería considerado por la crítica especializada como la mejor minificción de su carrera literaria:

"Ese día no tenía nada que decir, y decidí quedarme callado".