2/1/10

Palabras tristes II

Retomamos en esta ocasión un tema que comenzamos hace ya varios meses, y que por una cosa u otra, no habíamos podido seguir desarrollando: las palabras tristes.

Aquí una más de ellas:


LA SOBERBIA
Esta palabra es, sin duda, una de las más vilipendiadas, censurada y rechazada por el común de la gente, incluso, dentro de las culturas vinculadas al catolicismo se le ha llegado a considerar no sólo como uno de los siete pecados capitales; sino el más ruin y peligroso de ellos, ya que es precisamente la cualidad o característica que se le atribuye al mismísimo Lucifer, al pretender ser igual a Dios.

Sin embargo, disentimos de esta apreciación, pues en nuestro concepto, no se trata de un pecado, sino de una virtud, confundida con la arrogancia, que esa sí es, en esencia, una actitud reprobable y, si lo quieren, pecaminosa.

Remontémonos a la antigua Grecia, cuna del pensamiento occidental. Dentro de su mitología, los griegos conciben a dos héroes trágicos por antonomasia: Prometeo y Sísifo.

El primero, Prometeo, un titán que después de entablar con los mortales, desafía a los dioses y roba el fuego (que representa al conocimiento) para entregarlo a los hombres en el tallo de una cañaheja, por lo que se le castiga a se encadenado y expuesto como alimento eterno del águila, que cada noche devoraba su hígado. Por su parte Sísifo, rey de Éfira, se distingue por ser un mortal hábily que igualmente desafía a los dioses, consiguiendo someter y encadenar a Thanatos (la muerte), hasta que es capturado por Hermes y llevado a los infiernos, donde es condenado a empujar una pesada roca por una prolongada y tortuosa cuesta, sólo para que, al llegar a la cima, la roca se precipitara hacia el vacío, al inicio del camino, donde Sísifo tendría que comenzar nuevamente el ascenso, una y otra vez.

Como podemos apreciar, lo que hace similar a estos dos personajes, es el hecho mismo de que, en un momento determinado de su existencia, ambos decidieron retar a los dioses, lo que les trajo como consecuencia el castigo eterno. Lo que tenemos entonces es que tanto en Prometeo como en Sísifo, se da la presencia ὕϐρις (hybris), que para los griegos antiguos era una cualidad considerada como desmesura u orgullo desenfrenado; es decir, que los dos héroes trágicos a los que nos referimos, tuvieron en su carácter una carga enorme de soberbia; pero no en un sentido peyorativo que se le da en la actualidad. Todo lo contrario, esa hybris, representa una virtud que se da ante una inconformidad, ante la necesidad de ir más allá, de retar a los dioses y al destino mismo como única forma de dar movimiento al mundo, y con ello, conseguir su evolución.

Esta hybris significa inconformidad, ruptura, impulso, creación, vida; lo que implica que en el sentido más puro de la soberbia, estamos frente al resumen de cualidades que conforma la esencia misma de la evolución del hombre, en cualquiera de los ámbitos del conocimiento, el arte, la cultura y la vida occidental. No importa si en el proceso resulta un castigo, ya que a partir del ejercicio de la soberbia se alcanza la trascendencia. No podemos negar que los grandes descubrimientos de la ciencia y del conocimiento, los grandes movimientos históricos que marcan la historia de la humanidad, aún en sus momentos más oscuros, pues siempre, indefectiblemente, implican tarde o temprano una evolución, un paso adelante en la conciencia humana.

Ahora bien ¿de dónde vino ese cambio de concepción que transformó a la soberbia de una virtud a un pecado? Con la consolidación de la Iglesia Católica en los albores de la Edad Media, cuando los grandes jerarcas tanto religiosos como políticos comienzan a establecer reglas y mecanismos que los ayudaran a mantener el statu quo, y fortalecer su dominio sobre la gente común. Entre esas reglas, se estableció e inoculó en la población la idea de los pecados y las virtudes cristianas, que incluyeron, por supuesto, a la soberbia como uno de los más grandes pecados posibles, contraponiéndola a la humildad como virtud, ya que, sin soberbia, sin esa capacidad de enfrentar al destino, de revelarse, el pueblo aceptaría el yugo religioso y político que le imponían, con la promesa de una vida plena después de la muerte, como recompensa por aceptar resignación y devoción el sufrimiento que Dios, había dispuesto para ellos en esta existencia como prueba permanente de su fe, bajo el postulado de "poner la otra mejilla".

Y la cosa funcionó durante muchos siglos hasta que, por supuesto, llegó gente que se atrevió a ir más allá, a dar el paso decisivo y dejarse llevar por su hybris, dando a luz nuevas ideas liberadoras, enfrentándose al estado de cosas, a "su destino", consiguiendo en buena medida provocar cambios necesarios que hicieron avanzar a la civilización, dando forma y sentido al mundo que hoy conocemos, siempre a través de una necesidad pura de conocimiento, siempre en el sustento de encontrar respuestas y mecanismos que den movimiento a a la existencia, manifestándose en las diferentes áreas del pensamiento, la técnica y la cultura.

Ahora bien, existe una variación de la soberbia, que efectivamente, constituye un gravísimo error, un exceso peligroso que da razón a quienes condenan a la soberbia: la arrogancia. ésta, a diferencia de la soberbia, carece de fundamentos de valor, de un sustento digno de tomarse en cuenta. Se trata pues, de una actitud que lo único que delata es un enorme complejo de superioridad, por lo que a través de ella, el arrogante trata de superar sus sentimientos de inferioridad, autoafirmándose a como dé lugar, cosa que normalmente nunca consigue, ya que sus frustraciones y su pequeñez espiritual siempre le gritarán que es un ser inferior, un mediocre.

Por ello consideramos que la soberbia es una de esas palabras tristes que deberían de ser revaloradas en su exacta dimensión, más allá de cuestiones de dogmática religiosa, y colo0carla en el lugar tan importante que le corresponde, pues, a pesar de lo que se diga o se piense, la soberbia, en sí misma es un motor importante en la evolución humana.