29/5/09

El erotismo en Cortázar


Uno de los temas más difíciles de desarrollar en literatura, es sin duda, el erótico, dada la cantidad de tabúes que aún en nuestros días, presenta el entorno a cuestiones de carácter sexual. A decir de muchos, una de las principales complicaciones del erotismo, es que una coma mal puesta puede dar al traste con todo el resultado, transformando un hecho estético en un vulgar recuento de situaciones explícitas y en ocasiones (dependiendo del ojo con que se lea), hasta grotesco. Sea como sea, el universo del erotismo es sumamente amplio y exige una destreza y un talento que no cualquiera posee.

Sin embargo, esto no ha sido un obstáculo para que en todas las épocas y en todas las formas posibles, los escritores se aventuren en los derroteros del erotismo con resultados más o menos afortunados; pero siempre con la intensión de llevar, de evocar una de las actividades humanas que ofrece una de las más variadas gama de sensaciones, y transmitirlas a través de la palabra pura. Arsitófanes, Ovidio, Bocaccio, el Marquéz de Sade, Rebelais, Miller y Bokowski, son solo algunos de los grandes escritores que han abordado en mayor o menor medida esta forma de hacer literatura.

Y Latinoamerica no ha sido la excepción. Uno de los mayores exponentes del erotismo experimental es Julio Cortázar (1914-1984), en quien encontramos manejado sin tapujos, el tema erótico derramado a lo largo de su obra, pues este escritor argentino no cerró pudorosamente la puerta cuando sus personajes entraron en la alcoba, y se negó a hacer uso del mojigato recurso de los puntos suspensivos y supuestos "guiños al lector", para obtener una boba complicidad de silencio que pretende crear una idea estandarizada de las escaramuzas que suceden sobre la cama: "todos los amantes hacen lo mismo", y que no hacen más que denunciar la incapacidad para escribir escenas ínitimas, sea por prejuicios o por carencia de herramientas literarias.

Frente a esta técnica , Cortázar tenía la certeza de que las cosas eran exactamente al revés, "ninguno hace lo mismo", y dedicó múltiples pasajes de su obra a demostrarlo, pero no desde la mirada vulgar del voyeur, de el ojo espía por la cerradura, sino la del voyant, que hace precisamente lo contrario y cierra los ojos para que la imaginación aporte una visión más clara del asunto, traspasando con ello cualquier barrera.

En primer término va directo al punto, presentando el tema sin temor a exponerse personalmente, y en segundo, utiliza una de las debilidades de la literatura de los años sesenta para superarla y llevarla más allá, tal y como lo expresa en Último round (1969):

"Entre nosotros, el subdesarrollo de la expresión lingüística en lo que toca a la líbido vuelve casi simpre pornografía toda materia erótica extrema... El miedo sigue desviando la aguja de nuestros compases; en toda mi obra no he sido capaz de escribir ni una sola vez la palabra concha, que por lo menos en dos ocasiones me hizo más falta que los cigarrillos...

Pero aún y con estas afirmaciones, Cortazar no se detiene ante la falta de palabras para crear imágenes eróticas y va más allá, como hace en el capítulo 68 de Rayuela (1963), en la que recurre al glíglico, un vocabulario inventado por él, a través de Horacio y La Maga, y que surge como un revolución del lenguaje:

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

Otro buen ejemplo de la concepción de Julio Cortázar para abrdrar los temas sensuales, se traduce en El libro de Manuel (1973), en la escena qen que Marcos, estando en la cama al lado de la polaquita Ludinilla, dice:

...por ahí en novelas uruguayas, peruanas o bonaerenses muy revolucionarias del tema para afuera leés por ejemplo que una muchacha tenía una vulva velluda, como si esa palabra pudiera pronunciarse o hasta pensarse sin aceptar al mismo tiempo al sistema por el lado de adentro... pero si llega el caso vos a esto lollamás pelotas o huevos y se acabó, no es mejor ni peor que testículos y nosotros cojemos, vos y yo cojemos, cuando leo por ahí que la gente se acopla o copula me pregunto si es la misma gente o si tiene privilegios especiales...

Y lo más valioso es que no se trata de hablar por hablar "sin pelos en la lengua", sino que utiliza ese lenguaje exclusivamente donde se habla de asuntos eróticos, creando toda una poética a través de alusiones, de expresiones directas pero perfectamente medidas, alejadas de toda vulgaridad, incluso echando mano de las mismas palabras con las que podría consignarse una frase obscena, pero acuñada de forma tal que no se lee vulgar, no choca ni salta con la estética final de la historia en su conjunto:

...no, así no, le oí repetir, no quiero así, por favor, sintiendo mi pierna que le ceñía los muslos, liberando las manos para apartarle las nalgas, y ver de lleno el trigo oscuro, el diminuto botón dorado que se apretaba...
(Libro de Manuel)

Para Cortázar, lo que en definitiva le interesa del lenguaje erótico, es la dimensión metafísica, trascendente del acto sexual, prueba de ello es el capítulo 41 de Rayuela, en la que Horacio y Traveler, los dos amigos separados por el abismo que se abre entre sus respectivas ventanas, tienden cada uno un tablón que sostienen con sus piernas, para que Talita, la mujer de Traveler, deseada por Horacio, atraviese las alturas y vaya de un cuarto al otro para llevar un paquete de mate. La posibilidad de "pasar al otro lado" por la vía erótica, no requiere para Cortázar de ninguna escena sexual, le basta la imagen de esa mujer que, a caballo sobre el tablón, avanza apoyando las dos manos y levantando la grupa hasta posarla un poco más adelante.

La forma de manipulación que Cortázar hace del lenguaje para abordar el tema erótico, producen una nueva forma de crear una serie de imágenes sugestivas y de gran fuerza estética, como en de Ciclismo de Grignan, inlcuído en Último round, donde mieitras el protagonista conversa con dos amigas en una plaza, una adolescente se masturba (¿inconscientemente?) per angostam via con el asiento de su bicicleta:

...Un y otra vez la gruesa punta negra se insertaba entre las dos mitades del joven durazno amarillo, lo hendía hasta donde la elasticidad de la tela la dejaba, volvía a salir, recomenzaba...

La descripción de la escena consigue la eficacia necesaria para enriquecer y matizar el relato, utilizando un elemento que, sin esa sensibilidad, sin esa capacidad para dominar las palabras, el texto aparecería como un mero relato pornográfico, vulgar, simplón.

Por esta capacidad de desarrollar el erotismo, aunado a muchos otros elementos que ya iremos comentando en posteriores ocasiones, Julio Cortázar ha alcanzado el carácter de Gran Maestro de la literatura latinoamericana del siglo XX, uno de los santos patronos de este espacio y referencia obligada para todo aquel que quiera hacer ficción, que desea explorar el erotismo como forma de expresión artística.