20/2/09

Las subversiones de la libertad

"El que sabe leer sabe ya la más difícil de las artes"
Duclós

Hace relativamente poco tiempo, y a partir de una plática en la que se cuestionó la adicción que sentimos por la lectura, llegamos a la conclusión de que leer es una de las formas de subversión que ha encontrado la libertad para existir plenamente.

Dicen que la libertad, en su forma más pura, haría imposible la existencia de la sociedad y la convivencia armónica entre los seres humanos. Por ello desde que las primeras formas de la sociedad comenzaron a manifestarse, surgieron dos ideas básicas que ayudaron a estructurar lo que hoy conocemos como el “mundo civilizado”: el bien y el mal, principios que, aunque matizados de diferentes maneras, han sido punto de confluencia de todas las religiones y posturas del pensamiento, y así mismo, conciben el ser libre como la facultad de hacer todo aquello que la ley y la sociedad en la que vivimos nos permite, o bien, desde un punto de vista menos optimista, como la capacidad para elegir nuestras propias cadenas. Sin embargo, existe una zona que no puede ser limitada por leyes o personas, y donde la libertad se manifiesta en su forma más pura en cada uno de nosotros, situándonos en una encrucijada que nos orilla a debatirnos permanentemente, como ya lo hemos comentado en otras ocasiones, entre lo que somos y lo que el entorno nos obliga a ser.

Y esa libertad que habita en cada uno de nosotros, desde siempre ha buscado puntos de fuga hacia el exterior, diversas maneras de expresarse sin limitaciones de ninguna índole, pugnando para que las sociedades evolucionen y se acoplen a esa necesidad vital de Ser y Existir, que a la larga vienen siendo, desde nuestro muy particular punto de vista, los verdaderos valores fundamentales del ser humano.

Así las cosas, se han engendrado revoluciones y cambios sociales en los que, atendiendo a un ánimo de trascendencia y a la necesidad de que las diferentes concepciones permanezcan lo más fiel posible, se ha recurrido al soporte material en el que el arma fundamental ha sido, y es, el libro, la literatura. Sea a través de la ficción o de la realidad, en ella podemos encontrar una expresión plena de las ideas, convirtiéndose el libro entonces, en un vehículo subversivo por medio del cual la libertad, en su más pura esencia, logra superar censuras y persecuciones. Si no estamos de acuerdo con el mundo que nos rodea, si la sociedad establece prohibiciones que nos impiden hacer o tomar posturas concretas sobre algo, ¿qué mejor forma de sacarlos de nuestro interior, de dar rienda suelta a nuestros deseos, sueños y temores reprimidos, que escribiéndolas?

A partir de la escritura, podemos manifestar nuestra inconformidad con la realidad que nos rodea y desmembrarla y moldearla a nuestro gusto, establecer nuestras propias reglas para vivir, hasta donde queramos, historias y situaciones que la realidad social nos impediría. Y aún hay más ¿qué sucede si eso que escribimos, cae en las manos de alguien, que en mayor o menor medida, se ve reflejado en aquello que escribimos? Cuando esto sucede, se establece una dinámica en la que se crea una conciencia colectiva a la que no puede ponerse freno y que a medida que se desarrolla y crece, hace evolucionar a la sociedad. Por ello, la lectura supone un ejercicio mental que da inicio a un proceso en el que conocemos y pensamos, tomando conciencia de las diferentes visiones del mundo, y esta nueva conciencia y apertura de ideas, sientan las bases necesarias para analizar y cuestionar al sistema en el que nos desenvolvemos cotidianamente, buscando su reacomodo y acondicionamiento para hacer esta vida un poco más llevadera.

Ésta es una de la razones por las que, cuando menos en nuestro país, ese sistema que puede verse vulnerado por una población de lectores críticos, ha intentado defenderse elaborado estrategias veladas que le ayuden a contrarrestar el deseo y el gusto por la lectura. Por un lado, impulsan raquíticas campañas de fomento a la lectura, mientras que por el otro, mantienen programas académicos que, en lugar de fomentar la lectura en los niños, los predisponen de manera que la asocien con una obligación, lo que da como resultado, que conciban esta actividad como algo detestable y, en especial, aburrido; pues además, las lecturas que imponen en las escuelas resultan sumamente pesadas y poco compatibles con los productos (muchas veces digeridos), que devoran al público infantil a cada segundo a través de la televisión y el Internet ¿A qué pequeño le va a gustar que lo obliguen a leer un libro hermoso, pero lento como Platero y yo, cuando está acostumbrado a ver animaciones japonesas en las que todos vuelan y lanzan rayos con un ritmo narrativo sorprendente rápido? Esto, independientemente de las recientes “reformas” fiscales, que no tienen otro objetivo que crear el ambiente menos propicio para que la gente se acerque a la lectura, y se considere esta actividad como un lujo.

Pero a pesar de estos intentos de mantener el control de las personas, hay un hecho concreto e ineludible: la actividad literaria existe y continúa su curso por encima de políticas y lineamientos, porque aún existen lectores dispuestos a consumir libros, y a través de la lectura, contamos con la posibilidad de vivir nuestras pasiones y deseos al máximo; ser héroes o villanos, detener el tiempo, regresarlo o adelantarnos a él, conocer y crear mundos sólo concebibles en nuestra imaginación, con nuestros propios colores y paisajes e, incluso, ser protagonistas de nuestras más secretas perversiones.
En otras palabras, a través de la lectura, la libertad de nuestro interior podrá manifestarse plenamente; revelarse contra todo lo establecido y modificar, en forma mediata o inmediata, el entorno. ¿Será por ello que dicen que una sociedad sólo podrá considerarse civilizada, cuando la gente robe libros de las tiendas?

La lectura conlleva, como en las relaciones de pareja, un acto de entrega absoluta, perderse en los intrincados senderos de la imaginación en la que el autor y lector establecen un diálogo directo; el primero aportando los disparadores de la fantasía y el pensamiento, y el segundo, apropiándose de esos mecanismos, asimilándolos a su propia existencia, para proyectarlos mediante un apareamiento de ideas y sentimientos, hacia el crecimiento del ser humano, y con ello, alcanzar su trascendencia. Si los antiguos griegos clamaban por un punto de apoyo para mover al mundo, consideramos que ese punto es, precisamente, la lectura; pues no olvidemos que todas las cosas que nos rodean y que sentimos, existen a partir de las palabras y que de ellas puede engendrarse el amor verdadero o el odio más profundo, sentimientos fundamentales para mantener el movimiento y la evolución de la raza humana.

Libros hay para todos los gustos: buenos, malos o incluso extremadamente malos; pero este juicio es una decisión estrictamente individual, que solamente estará en nuestras manos en la medida en la que nos despojemos de predisposiciones e ideas preconcebidas, y nos demos la oportunidad de sumergirnos en esos universos de papel para caminar de la mano con autores y protagonistas, y estemos en la posibilidad de constatar, en carne propia, aquello que dice por ahí: "Leer más, para ser más libres".