23/5/09

Se nos fue


El domingo pasado, llegó una noticia verdaderamente triste. Ese día, a los 88 años, murió en entrañable escritor Mario Orlando Hardy Brenno Benedetti Farrugia; es decir, Mario Benedetti.

En toda esta semana se ha hablado hasta la saciedad de la importancia de este escritor uruguayo, de su perenne congruencia política, de su importancia para las letras latinoamericanas; etc. y lo único cierto y contundente, es que Don Mario se nos fue y ya no nos será posible encontrar nuevos poemas y nuevas historias suyas. Y eso duele, porque más allá de que jamás nos entrenaron para dejar ir, para desprendernos, desde hace un tiempo han comenzado a morir y desaparecer personas que, queridas o no, forman parte de mi biografía personal, y su partida se siente como si se fuera con ellos una parte de mi vida, dejando un sabor a disolvencia, una sensación de que me voy desvaneciendo en el devenir histórico. Y tal vez por eso, más que hacer un análisis del trabajo de Benedetti, o una semblanza de su biografía y su pensamiento, la intención de este post es la de tratar de rescatar un poco de esa historia en la que este escritor estuvo indirectamente implicado marcando de alguna manera los pasos que me llevaron a lo que ahora soy.

Mario Benedetti apareció en mi vida cuando yo tenía unos doce o trece años más o menos. En cierta ocasión, mi hermana Arcelia que en ese entonces estaba en el grupo de teatro de preparatoria con la profesora Amanda Obregón (órale, aún me acuerdo), organizó una reunión en casa con sus compañeros y entre la bulla, las bromas y hasta el show de uno que cantó y actuó Dos horas de balazos de Chava Flores, todos terminaron recitando todos en coro dos poemas: La niña de Guatemala de José Martí, y No te salves.

El poema de Martí ya lo conocía por una versión musicalizada de Óscar Chávez; pero hubo algo en las palabras de aquel poema, esa súplica que sonaba desesperada, que me cautivó desde el primer momento. Puse etención y escuché que se trataba de un poema de Mario Benedetti, así que comencé la búsqueda. De manera furtiva, me metí al cuarto de mi hermana, quien, como buena lectora compulsiva y apasionada, contaba con una colección de libros muy grande, a buscar el famoso poema; y confiezo que hasta ese momento, más que una cuestión estética, lo que me movía era una curiosidad por releer lo que el poema decía, y tratar de encontrar la razón por la que me había movido tanto.

Primer problema: en uno de los libreros encontré, perfectamente acomodados cerca de diez o doce libros de Editorial Imagen que ostentaban el nobre el autor en portadas de tonos pastel, ¿en cuál vendría? Originalmente pensé que todo era poesía; pero no, al ir revisándolos uno a uno descubrí que ese señor uruguayo también escribía teatro, cuento y novela. La solución más fácil era descartar todo lo que no fuera poesía.

Segundo problema: Recordaba vágamente el poema; pero no tenía ni la menor idea de cómo se llamaba, así que tocó escoger uno al azar. Corrí con suerte, pues escogí Poemas de Otros (1974). Al principio, mi idea era leer el principio de cada poema para ver si me sonaba; pero fue imposible, desde el primero me quedé atrapado entre las palabras de Benedetti y terminé leyéndolo por completo. Había (hay) algo en su escritura que causaba algo que aún no he podido definir; pero que me causaban paz, placer y... no sé, era como una sobrecarga de endorfinas a cada palabra a cada verso. De ahí en adelante, y a pesar de los periodos en que no le dedicaba tiempo, se volvió una lectura obligada y recurrente.

Después leí una novela, Primavera con una esquina rota (1982), que, a mi parecer es una de sus mejores novelas, incluso por encima de La tregua -1960-), y recuerdo que quedé pasmado con ese final abierto que te deja en la angustia, además de la forma como retrata no sólo la vida en el exilio de aquellos que tuvieron que irse, sino de los que se quedaron presos por años, víctimas de torturas y toda la bruralidad de las dictuaduras latinoamericanas.

A los pocos años, Benedet
ti fue de gran ayuda en mis primeros escarceos amorosos de adolescente, recurrí, como muchos de mi generación, a Te quiero, Táctica y estrategia, Hagamos un trato, y fragmentos de A la izquierda del roble, para endulzarle en oído a la niña en cuestión, y por más que la gente reniegue de esas cosas, funcionaban a la perfección. Poco después, cuando llegó lo quizá se dice el primer amor de verdad, una mujer en toda la extensión de la palabra y a quien debo en buena parte que haya encontrado esta obsesión por poner en el papel todo cuanto imagino, y esta mujer me prestó un LP de la cantante argentina Nacha Guevara, Amor de tierra grande (1977), y en él se incluían muchos de los poemas de Benedetti musicalizados por Alberto Favero, y el descubrimiento fue mayúsculo, pues ya no sólo era leerlos, sino escucharlos con el sentmiento y la fuerza interpretativa de aquella mujer. Más tarde llegaron a mis manos y oídos las fabulosas grabaciones que hiciera con su gran amigo y compañero de luchas Daniel Viglietti e incluso las grabaciones de sus poemas en su propia voz plácida, ténue y evanecente.

Los años continuaron pasando y Benedetti seguía ahí, cada que salía un libro de él, trataba de comprarlo inmediatamente para devorarlo, en las presentaciones que hizo, lo mismo, y por más que en algunos círculos intelectuales muchos poetas, incluso uruguayos, hablaban pestes del hombre, a mí me siguió pareciendo, más allá de las cuestiones técnicas y estéticas, un escritor entrañable, por la forma de llegar, así, tan de tú a tú al lector, la sencillez de sus versos y la forma de evocar sensaciones y sentimientos sin mayores complicaciones retóricas, de forma directa como cualquier mortal las sentimos o percibimos.

En la lectura de Benedetti, siempre sentí que no se trataba de una relación pasiva, sino de un diálogo en la que yo, como lector, traspasaba las fronteras del papel para convertirme en testigo y a veces protagonista de las historias y los versos que perge
ñaba, y eso, a mi parecer es lo que lo hizo grande, un poeta, un escritor del pueblo, porque él era uno de ellos que vivió y gozó y sufrió a su lado, que fue un hombre común, encerrado en la grisedad de una oficina,q que supo reflejar en sus palabras al hombre de su tiempo y los ideales que, por muy modificadas las modas y tendencias aún siguen en pie.

En 1994 más o menos entré a cine por ocio y me tuve un nuevo descubrimiento. Se trataba de El lado oscuro del corazón, del argentino Eliseo Subiela. Escuchar y ver a Darío Grandinetti convertido en Oliverio, escapando y seduciendo al mismo tiempo a la muerte (Nacha Guevara) con poesías de Benedetti y de Girondo, hizo que me viera reflejado en la historia, pues en esos momentos vivía una cruda etapa de dudas, inseguridades y miedos en la que estuve a poco de claudicar del todo, luchando en contra de una muerte en vida y buscando a la que vuela. Y por si fuera poco, encontrar, perdido en la pantalla al propio Mario convertido en marino recitándole Corazón coraza en alemán a una aburrida rostituta uruguaya, fue un detalle que terminó de trazar el camino que debía de emprender, llegaban los tiempos de las decisiones valientes, y sin duda esa película, parezca lo que parezca, tuvo mucho que ver.

Por eso, al enterarme de su deceso, vinieron a mí una congoja y un vacío muy grandes, y de inmediato llegaron a mi mente las imagenes de las entonces niñas a las que les dije al o
ído sus poemas, de la última vez que vi al señor en el Palacio de Bellas Artes, donde nos apostamos en la explanada y el señor, aunque su presentación era dentro, salió y nos dedicó algunos de sus poemas, de su voz de viejo tierno, cálido y entrañable; y me vi a mí a los catorce o quince años rasguñandop páginas tratando de escribir tan sólo un par de frases que tuvieran la mitad de la fuerza evocadora que él conseguía con aparente facilidad; me vi lleno de sueños ideas e ilusiones, añorando un mundo que aún no llega; pero por el que sigo luchando, ya no tanto por mí, sino por Antara y por Silvio, y esa congoja se covirtió en un llanto interno, callado, quedo que concluía que Benedeti se nos fue, dejándome como en uno de sus poemas: jodido (por no poder contar más con nuevos poemas e historias suyos) y radiante (porque despues de todo, nadie, absolutamente nadie, me va a quitar la oportunidad de reencontrarlo en sus libros, en su voz)... y también viceversa.


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Resumen de noticias y recuento de los daños
Esta semana, además de la pérdida de Don Mario, estuvo llena de caos y cosas raras.

Domingo 17: Muere Mario Benedetti
Lunes 18: A medio trabajo, nos evacúan por una amenaza de bomba. Encontraron un artefacto; pero hasta el momento no se sabe nada de nada, nadie dice nada.
Martes 19: Arraigan al Secretario de Seguridad Pública y al titular de la Policía Metropolitana de Cuernavaca por nexos con el narco ¿y el Gobernador no sabía nada? Cualquiera de las respuestas posibles está del carajo.
Miércoles 20: Motín en el Reclusorio Sur del DF (y ya van varios en menos de mes y medio en todo el país, incluyendo una fuga de reso en Zacatecas hace unos días)
Jueves 21: El PIB cae 8.2% (y regresan los recuerdos de 1995), mientras en Los Pinos, festejan que eminencias científicas como Raphael y Joaquín Cortez, hacen un reconocimiento público a Felipe Calderón por salvar al mundo de la influenza
Viernes 22: Sismo de 5.9 grados (y me agarró en el octavo piso de un edificio que lo ves fíjamente y cruje)
Y lo peor de todo, levantan la alerta por la influenza (lo cual es bueno); pero por lo tanto, toca volverse a poner corbata... eso sí es una verdadera tragedia.