24/7/09

Palabras tristes I

No cabe duda de que el idioma español es uno de los más ricos que hay en nuestro planeta, no sólo por la cantidad de palabras que existen para denominar al mundo, sino por la multiplicidad de significados y significantes que puede tener la misma palabra, dependiendo de su contextualización, y que pueden generar rechazo o gusto incluso en el plano fonético; por ejemplo, en lo personal nos encanta la musicalidad de la palabra minarete, más allá de que se trate de una torre de las mezquitas, por lo común elevada y poco gruesa, desde cuya altura convoca el almuédano a los mahometanos en las horas de oración. Pero las hay también que repelen independientemente de lo que signifiquen como retruécano o terciario y otras muchas que, simplemente, fluyen a diario dentro de nuestras conversaciones cotidianas sin que les prestemos más atención que la necesaria para comunicarnos.

Pero también hay ciertas palabras tristes que, por decirlo de alguna manera, se ponen de moda y mucha gente las utiliza de forma indiscriminada, malentendiendo su significado y pretendiéndole dar un peso mayor del que ameritan, o bien se confunden por otras, y rápidamente son adoptadas e integradas a discursos demagógicos, convirtiéndose en bandera ideológica de mucha gente que nos e detiene a pensar realmente en lo que significa lo que se está diciendo, prostituyéndolas con tal de se "progresistas" y "vanguardistas". Las hay también muy tristes que han barajado siempre y su significado se ha llevado a extremos que al final terminan yendo en contra de su propia naturaleza.

Depende mucho de la subjetividad y el contexto en el que uno se haya desenvuelto; pero en lo personal y con el paso del tiempo hemos creado una lista de aquellas palabras que se han convertido en putas tristes (recordando en el término a Don Gabriel García Márquez) de nuestro idioma español. En este post y en algunos más iremos hablando de algunas que nos parecen de las más tristes como tolerancia, soberbia, igualdad y equidad, sacrificio, democracia, o ciudadanía, por mencionar algunas.

LA TOLERANCIA

Ésta es una de esas tristes palabras que en un juego de malentendidos se ha tratado de elevar como un valor supremo de la humanidad, cuando en la realidad, su significado dista mucho de la trascendencia axiológica que pretenden atribuirle, y actualmente muchas personas la llevan y traen en la cartera (como estampilla de una virgen) para sacarla a relucir a la menor provocación y sin el mínimo recato, dándole una significación que no le corresponde.

Fue nada más ni nada menos que John Locke quien en 1689 puso a la tolerancia en el centro de la discusión, a través de su Carta sobre la tolerancia, en la que aborda el tema a propósito de los conflictos que en su época se desataban en toda Europa, producto de la ruptura del cristianismo. Locke habla, entre otras cosas, respecto de la diferenciación y separación que debe de existir entre el poder civil (del Estado) y el espiritual (de la grey católica), de la conceptualización de una iglesia de cualquier culto, como una congregación de fieles eminentemente voluntaria, y de la libertad de cultos, ya que sólo el creador es el único que puede determinar el verdadero y único castigo a las faltas a la fe, y no los simples mortales. Pero lo más importante es que sostiene la idea de no combatir lo que no se puede cambiar.

Hasta aquí, la idea de la tolerancia suena incluso positiva, ya que se trataba de sentar las bases de una coexistencia religiosa y de alzar la voz en contra de las torturas y abusos que en aquel entonces se daban en contra de todo aquel que opinara diferente al monarca o la jerarquía católica. Con el paso del tiempo, y llegando a nuestros días, todos proclaman una cultura de la tolerancia, en la que se trata de educar a los niños a tolerar a los demás, los gobernantes que se dice democráticos se declaran tolerantes con sus opositores, y quienes se sienten más progresistas, proclaman a la tolerancia como su valor fundamental. Esta idea es, a nuestro juicio no sólo nefasta, sino peligrosa y hasta zafia.

Si analizamos bien la idea de Locke, podemos darnos cuenta de que la tolerancia sólo se puede dar a partir de relaciones verticales; es decir, cuando existe una relación de supra-subordinación entre las partes; esto es, uno se encuentra en un estado de superioridad frente a su interlocutor, y de ahí que el primero tolera al segundo. En otras palabras, desde la perspectiva de la tolerancia, una persona, desde su omnipotencia, le da el chance, la oportunidad de ser, de existir a otro que se atreve a ser diferente; bajo este esquema, siempre existirá un sentimiento (¿o complejo?) de superioridad frente a los demás. Estaríamos entonces frente al principio de tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales o, lo que es lo mismo, a segregar.

Una persona nace, y por ese simple hecho adquiere una serie de derechos que son inmanentes a su humanidad, y entre ellos está, por supuesto, el derecho a ser el mismo, con todas sus fobias y filias, a tener una personalidad propia e irrepetible como resultado de ese cúmulo de factores externos que lo van forjando (recordemos aquí al maestro José Ortega y Gasset con su postulado "Yo soy yo y mi circunstancia"), sin que esto sea motivo de censura o represión, y este derecho, además, se da en dos vías, ya que simultáneamente se convierte en una obligación para esa persona, pues no debe ni puede censurar o reprimir a otra por ser ella misma.

Por estas razones, no creemos que la tolerancia sirva para nada y nos declaramos abiertamente enemigos (y aquí sí) intolerantes de la intolerancia, pues nos parece uno de los actos de mayor arrogancia que puede cometer el ser humano. A nuestro parecer, ningún ser humano quiere que le perdonen la vida por ser uno mismo; sino que, por el contrario, a lo que aspiramos como verdadero principio axiológico es a la horizontalidad, a esa doble vía a la que nos referimos; eso es, a relaciones en la que todos los participantes actúen y se desenvuelvan al mismo nivel, y la forma de lograrlo no es en modo alguno mediante la práctica de la tolerancia, y menos, si esto es producto de modas demagógicas que a la larga resultan retardatarias.

Se trata pues, de una palabra triste, tristísima, ya que su naturaleza es tan corta y limitada, que no alcanza a quienes caen en la confusión y la defienden y la levantan en hombros, en realidad están tomando prestado el significado de otra palabra que, esa sí, es un valor supremo por sí misma, y la que debe ser proclamada y defendida hasta la muerte. La cuestión verdadera y absoluta es que uno no debe tolerar a los demás ni mucho menos exigir ser tolerado por los demás, sino algo mucho más concreto y absoluto, uno a lo que tiene derecho es a ser respetado por los demás y al mismo tiempo, tiene el deber la obligación de respetar a los demás, algo así como el "vive y deja vivir" si se quiere poner en términos sencillos.

Y así como líneas arriba nos declaramos en contra de la tolerancia, en éstas defendemos y pugnamos por el respeto y el lugar que le corresponde como derecho humano, pues sólo a través de él, podemos asumir responsabilidades, construir acuerdos y una convivencia armónica y pacífica. Sólo el respeto nos puede definir como seres humanos racionales y capaces de ver un futuro. Por ello decimos, triste tolerancia, triste palabra que esperamos, algún día, desaparezca, no de los diccionarios, sino de la mente de las personas.