23/1/09

Por qué es tan malo Paulo Coelho

"Cuentan las escrituras de los falsos profetas,
pero nunca nos previnieron de estos "poetas"
estos oportunistas de la mala memoria,
galanes populistas, rimadores de sobras...
Alejandro Filio


Hace ya rato que quería manejar algo sobre este tema en particular; y ahora, ese deseo se convirtió en una exigencia, en una necesidad inaplazable, cuando hace unos días me tocó escuchar en un vagón del metro a una señora hablando de Paulo Coelho como si se tratara de mismísimo hacedor del cielo y la tierra, y declarar de forma vehemente que "leer a Coelho es leer las verdades del universo" (sic)...

Sí, puse exactamente la misma cara que habrán puesto ustedes al leer esto; por eso no lo he pensado más y me decidí a publicar este artículo extraído de "Las formas de la Pereza", de Héctor Abad Faciolince, quien expone de forma objetiva y descarnada el fraude literario que representa este falso profeta y otros más, que pretenden abrigarse bajo el manto de una falsa sapiencia y decirle a la gente cómo debe vivir, y venderles un supuesto recetario nestlé de la felicidad lleno de moralinas baratas e ideas maniqueas y mal interpretadas.

Dicen que en gustos se rompen géneros; pero honestamente,creo que esta fauna de "escritores" causa más daño de bien que pueden hacer. Carlos Cuahtemoc Sánchez, Alex Dey, L. Ron Hubdard y tantos otros de mayor o menor calaña, invaden las librerías, lucrando con la necesidad de la gente de aferrarse en algo en qué creer. Por ello, y ahí sí, haciendo gala de mi total y absoluta intolerancia me atrevo a pedirle... no, a rogarle a todo aquel que lea esto: cuide su salud mental y NO consuma productos de Coelho y compañía. Aquí un texto sensato y que no sólo es aplicable a Coelho, sino a todos esos "evangelistas dela mediocridad".



Héctor Abad Faciolince, Las formas de la pereza. Aguilar, Colombia, 2007



Por qué es tan malo Paulo Coelho

Traducido a 56 idiomas, publicado en 150 países, con más de 54 millones de libros vendidos, a Paulo Coelho hay que reconocerle al menos una virtud: es una mina de oro para sí mismo y para las editoriales. En su libro de mayor éxito, El Alquimista (1988), un pastor de ovejas andaluz viaja hasta las pirámides de Egipto en busca de un tesoro. Antes de llegar a su destino se encuentra con el gran mago que posee los dos pilares de la sabiduría alquímica, es decir, sabe destilar el elíxir de la larga vida y ha fabricado un huevo amarillo, la piedra filosofal, con cuya ralladura se puede convertir en oro cualquier otro metal.

En su viaje hacia las tumbas de los faraones el alquimista le ha revelado al muchacho otro secreto: «Cada hombre sobre la faz de la tierra tiene un tesoro que lo está esperando». Luego le explica que si no todos encontramos este tesoro personal, es porque «los hombres ya no tienen interés en encontrarlo». Sospecho que muchos desgraciados se consuelan creyendo semejante ingenuidad. Vista descarnadamente, es sólo una simpleza o una pía ilusión. Sin embargo hay algo que tenemos que conceder, y es que sin duda Paulo Coelho encontró su propio tesoro, en cierto sentido su piedra filosofal: la ralladura sosa y rosa y empalagosa de su prosa se convierte -como por arte de magia- en oro editorial, en millones de copias de consumo masivo de mediocridad. Pero ¿cómo lo hace? ¿Y por qué, siendo un escritor tan rudimentario en el uso del lenguaje, tan pobre en el pensamiento y tan elemental en sus recursos estilísticos, consigue tocar la sensibilidad de tanta gente?

No voy a dar la respuesta más obvia e inmediata, la que todos dan: Si Coelho vende por sí solo más libros que todos los demás escritores brasileños juntos, esto se debe precisamente a que sus libros son tontos y elementales. Si fueran libros profundos, complejos literariamente, con ideas serias y bien elaboradas, el público no los compraría porque las masas tienden a ser incultas y a tener muy mal gusto. Claro que en los millones de ejemplares vendidos hay algo de esto. Pero también existen muchísimos libros tan malos como los de Coelho que no tienen ningún éxito y, al contrario, hay unos cuantos libros excelentes y literariamente impecables que se venden por millones. En vez de tranquilizarnos con respuestas facilistas y tautológicas (el vulgo es vulgar, el mercadeo vende), conviene examinar con cuidado los libros de Coelho y no desdeñarlos de entrada con altivo esnobismo. Me he impuesto el ejercicio de leerlos para tratar de descubrir en qué estrategias temáticas y narrativas podría residir su extraordinario éxito editorial.

La primera respuesta que me di, apenas empezando la lectura de algunos de sus libros, fue que quizá Coelho disfrazaba de misterio y asombro las puras tonterías. Oigan esta, por ejemplo: «Era un día caluroso y el vino, por uno de estos misterios insondables, conseguía refrescar un poco su cuerpo». De verdad, qué misterio insondable que un líquido quite la sed. Después me di cuenta de que sus técnicas narrativas no se agotan en la simple estupidez; son algo más hábiles y algo menos burdas.

Para empezar, los libros de Coelho explotan hábilmente un universal humano: nuestra fascinación por los poderes de adivinación y conocimiento sobrenaturales. Ya Thomas Hobbes en su clásico Leviatán (1651) señalaba la irresistible atracción (y por lo tanto el fácil engaño) que padecemos los seres humanos ante todo tipo de presagios. Es una tradición muy antigua (una socorridísima mina de oro, una piedra filosofal) explotar esta debilidad de nuestra psicología. Copio el resumen que hace Hobbes de estos engaños, el cual es preciso y exhaustivo, y parece a su vez un resumen de las técnicas de seducción esotérica que Coelho utiliza en sus libros:

«Así se hizo creer a los hombres que encontrarían su fortuna en las respuestas ambiguas y absurdas de los sacerdotes de Delfos, Delos, Ammon y otros famosos oráculos, cuyas respuestas se hacían deliberadamente ambiguas para que fueran adecuadas a las dos posibles eventualidades de un asunto [...]. A veces en las frases desprovistas de significado de los locos, a quienes se suponía poseídos por un espíritu divino: a esta posesión se la llamaba entusiasmo, y a estos modos de predecir acontecimientos se les denominaba teomancia o profecía. A veces en el aspecto que presentaban las estrellas en su nacimiento, a lo cual se llamaba horoscopia. A veces en sus propias esperanzas y temores, en lo llamado tumomancia o presagio. A veces en las predicciones de los magos, que pretendían conversar con los muertos, a lo cual se llamaba nigromancia, conjuro y hechicería, y no es otra cosa sino impostura y fraude. A veces en el vuelo casual o en la forma de alimentarse las aves, lo que llamaban augurio. A veces en las entrañas de los animales sacrificados, a lo que llamaban aruspicina. A veces en los sueños; a veces en el graznar de los cuervos o el canto de los pájaros. A veces en las líneas de la cara, a lo que se llamaba metoposcopia; o en las líneas de la mano, palmisteria; o en las palabras casuales, omina. A veces en monstruos o accidentes desusados, como eclipses, cometas, meteoros raros, temblores de tierra, inundaciones, nacimientos prematuros y cosas semejantes, lo que se llamaba portenta y ostenta, porque parecían predecir o presagiar alguna gran calamidad venidera. A veces en el mero azar, como en el acertijo de cara y cruz, en el juego de elegir versos de Homero y Virgilio, y en otros vanos e innumerables conceptos análogos a los citados. Tan fácil es que los hombres crean en cosas a las cuales han dado crédito otros hombres; con donaire y destreza puede sacarse mucho partido de su miedo e ignorancia».

Veamos de qué manera, «con donaire y destreza», Paulo Coelho le saca partido a nuestra credulidad, a nuestras debilidades y a nuestra ignorancia. Me limitaré inicialmente a El alquimista, su obra más leída, pero el mismo procedimiento se puede rastrear en otros libros suyos. El pastor de ovejas andaluz, al principio del cuento, tiene un sueño y va donde una adivina para hacérselo interpretar. Qué deleite; la gitana no sólo le interpreta el sueño («los sueños son el lenguaje de Dios») sino que también le lee la mano. Los sueños del protagonista son el leitmotiv del libro, y es a través de ellos como poco a poco se acerca a su tesoro en el periplo Andalucía-Pirámides-Andalucía.

Para que un mago cobre prestigio como persona capaz de predecir el futuro, mucho le conviene obrar el prodigio de adivinar el pasado. Éste es el paso siguiente en el libro de Coelho: un adivino escribe sobre la arena los episodios más significativos del pasado del joven protagonista, incluyendo la primera vez que se hizo la paja. Cabe aclarar que esta íntima revelación se expresa con palabras mucho más recatadas: «Leyó cosas que jamás había contado a nadie, como [...] su primera y solitaria experiencia sexual».

El tono sapiente (de una sapiencia falsa, pero en fin) y el ambiguo lenguaje oracular se van soltando en pequeñas dosis a lo largo del libro. Les copio algunos ejemplos: «Cuando deseas alguna cosa, todo el Universo conspira para que puedas realizarla»; «La vida quiere que tú vivas tu Leyenda Personal»; «Todo es una sola cosa»; «Existe un lenguaje que va más allá de las palabras»; «Dios escribió en el mundo el camino que cada hombre debe seguir: sólo hay que leer lo que Él escribió para ti»; «Cualquier cosa en la faz de la tierra puede contar la historia de todas las cosas». Pero además de este tipo de enseñanzas baratas, de seducción infalible a pesar de su pésimo gusto intelectual, el uso de la magia tradicional también va apareciendo capítulo tras capítulo. Así, el protagonista, al promediar el libro, «acompaña con los ojos el movimiento de los pájaros». Mira las aves: «De repente, un gavilán dio una rápida zambullida en el cielo y atacó al otro. Cuando hizo este movimiento, el muchacho tuvo una súbita visión: un ejército, con las espadas desenvainadas, entraba en el oasis». Es el clásico augurio, aunque bastante tosco, pues en vez de descifrar el acertijo del vuelo de los pájaros, al pastor le basta verlo para tener visiones.

Hay un ingrediente adicional que hace más eficaz el recurso al pensamiento esotérico. Para volverlo doctrinalmente inofensivo, para despojarlo de todo peligro satánico, Coelho lo combina con dosis adecuadas de cristianimo tradicional: citas de la Biblia, cuadros del Sagrado Corazón de Jesús, rezos del Padrenuestro... El público mayoritario no se siente en pecado porque lee herejías, y el narrador, al tiempo que se hace pasar por alguien dotado de poderes paranormales (capaz incluso de telepatía), deja saber que él es también un buen cristiano, a pesar de sus coqueteos con la magia.

Hasta aquí algunos elementos temáticos que ayudan a entender, en parte, el favor de Coelho entre los lectores. Pero además de lo temático, conviene señalar también algunas estrategias narrativas del autor brasileño. Sus técnicas para ir tejiendo la trama son tan elementales que me recordaron de inmediato el estudio clásico sobre las formas canónicas del cuento infantil. Vladimir Propp, uno de los padres de la narratología, publicó en Leningrado su monumental Morfología del cuento infantil (1928). El principal mérito de este gran trabajo consiste en haber hallado, por encima de los argumentos superficiales de cada cuento, una serie de elementos formales repetitivos. Mirados al microscopio, es posible descubrir que en todos los cuentos de hadas los personajes, por distintos que sean, acometen siempre las mismas acciones, se ven envueltos en situaciones o «motivos» análogos. Como señala Propp, «cambian los nombres de los personajes, pero no sus acciones, o funciones, por lo que se puede concluir que el cuento le atribuye operaciones idénticas a personajes distintos».

No voy a decir que Coelho leyó a Propp, estudió cuáles son las «funciones» más elementales del relato tradicional descubiertas por el ruso, y con esta receta se dedicó a escribir el oro en polvo de sus novelas. Eso sería muy sofisticado. La cosa es más simple: Coelho usa, intuitivamente y con alguna destreza, las estructuras más primitivas del cuento infantil. Tomen ustedes cualquiera de los libros de Coelho y verán lo fácil que resulta identificar situaciones como las siguientes, señaladas por Propp en su Morfología: «El héroe abandona la casa»; «el héroe es puesto a prueba o interrogado»; «el héroe se pone en contacto con alguien que le dará un don»; «el héroe recibe un objeto mágico»; «el héroe cae en desgracia»; «el héroe se traslada o es llevado al lugar donde está el objeto de su búsqueda»; «el héroe lucha con un antagonista»; «el héroe regresa»; «el antagonista es castigado»; «el héroe se casa y sube al trono (u obtiene grandes riquezas)».

Es inútil cansarlos con los ejemplos detallados en que las historias de Coelho parecen calcar literalmente estos esquemas elementales. Les puedo asegurar que, al menos en sus primeros libros, el brasileño repite paso a paso las estructuras narrativas reveladas por el gran formalista ruso hace casi un siglo (y éstos sí que son pronósticos: Propp no sólo describió la tradición popular, sino que anticipó las recetas de un gran éxito editorial).

Los libros más recientes de Coelho, por ejemplo el último, Once minutos (2003), son un poco menos rudimentarios que aquellos primeros títulos que lo lanzaron a la fama. En este caso la trama, nutrida por algunos elementos realistas (para esta novela Coelho usó el testimonio de prostitutas existentes), es menos infantil, menos predecible. En todo caso es posible que el inevitable desencanto que viene con los años haya hecho que este último libro de Coelho sea menos ingenuo. Pero el buen gusto estético e intelectual es muy difícil de adquirir, y por lo mismo Once minutos (el cálculo de Coelho de lo que dura un coito), aunque menos esquemático, es un libro incluso más cursi que los anteriores. No quiero afirmar nada que no pueda demostrar con citas textuales. ¿Cuántos ejemplos necesitan para convencerse de la irremediable cursilería de Once minutos? Podría usar un número mágico, de esos que les encantan a los autores de cuentos infantiles, siete, o tres. Para no exagerar, me voy a limitar a tres momentos:

1. La protagonista (prostituta brasileña que trabaja en Suiza, y la sola situación es ya de un sentimentalismo telenovelesco), se encuentra con un pintor joven que la invita a su casa. Ella observa que la casa es grande y está vacía. Entonces concluye: «Debía de tener dinero de verdad. Si estuviese casado no osaría hacer aquello porque siempre había gente mirando. Entonces era rico y soltero».

2. En el final feliz de la novela este mismo pintor se le aparece a la muchacha con flores: «Ralf llevaba un ramo de rosas, y los ojos llenos de luz que ella había visto el primer día, cuando la pintaba».

El rico y soltero que en la última página se aparece con un ramo de rosas y se lleva a la muchacha a conocer París es una situación tan perfectamente cursi que, por kitsch, creo que ni Corín Tellado se atrevería a ponerla en una fotonovela. Pero al promediar el libro hay otro momento todavía peor:

3. La prostituta le hace un regalo al pintor del que se empieza a enamorar. Abre el bolso y busca su bolígrafo. Dice: «Tiene un poco de mi sudor, de mi concentración, de mi voluntad, y ahora te lo entrego. [...] Tú tienes mi tesoro: el bolígrafo con el que he escrito algunos de mis sueños».

Fuera de la ridiculez de la frase, que es única, hay algo todavía más perturbador: al leerla uno se imagina que el autor está copiando aquí su propia vida. Me parece ver la escena; el multimillonario que ha vendido 54 millones de ejemplares con tantas revelaciones de su estro poético, le muestra a una muchacha el objeto mágico (y fálico) con que la va a conquistar. Le dice, pensando ya en el colchón de la suite que los espera: «Te entrego mi tesoro: el bolígrafo con el que he escrito algunos de mis sueños». Debe tener un bolígrafo para cada día, cada hotel y cada viaje. Y algo más triste: seguramente algunas víctimas, igual que miles de lectores, se dejarán conquistar con semejante frase y semejante halago. Claro que esto último es lo único que no puedo demostrar de todo lo que he dicho sobre Coelho en este artículo. Esta última situación tan sólo la supongo y es sólo una hipótesis sin fundamento, producto de una mente malpensada; todo lo demás lo he tomado directamente de sus libros.

17/1/09

Sobre los microtextos

En un mundo en el que los alcances de la tecnología y de los medios crecen día con día de forma vertiginosa, el escritor se ha visto en la necesidad de echar mano de todo su ingenio y su capacidad para crear obras atractivas que logren apartar a los lectores de las pantallas y televisores, por lo que muchos de ellos se han dado a la tarea de explorar formas literarias flexibles y versátiles para lograr su cometido, encontrando muchas veces en el microtexto, la herramienta idónea.

Pero, ¿qué es en sí el microtexto? Como su propio nombre lo indica, el microtexto es una forma literaria que se distingue ante todo, por la economía de palabras con la que se desarrolla; es decir, un texto en el que se expone una idea completa utilizando el mínimo de palabras posible. También se le ha denominado como minicuento, relato breve o minifición, por mencionar algunos; sin embargo consideramos que estos nombres no son del todo correctos, ya que si bien todos coinciden en una idea minimalista, se restringen al plano de la ficción, del cuento, la historia; mientras que el término “microtexto”, abre la gama de posibilidades de experimentación literaria, en la que lo mismo cabe el aforismo, el cuento o relato, la nota periodística e incluso, temas que podrían pasar como no literarios, como es el caso de Instrucciones para subir una escalera, de Julio Cortázar, en el que una situación tan cotidiana como el ascenso de unas escaleras, alcanza niveles de expresión artística poco imaginados. Es por ello que esta opción escritural ha tenido gran auge en el ámbito de la literatura iberoamericana contemporánea.

En cuanto a sus antecedentes, podemos decir, a modo de mircotexto, que en Iberoamérica surgió a finales del siglo XIX y principios del XX, con algunos textos como Palimpsesto I de Rubén Darío (1867– 1916), El engaño de Amado Nervo, A Cirse de Julio Torri (1889-1970) y los Cuentos en miniatuira de Vicente Huidobro (1893-1948); y es ya entrado en el siglo XX cuando el microtexto alcanza su madurez y gran difusión con publicaciones legendarias como El cuento (México) y Puro cuento (Argentina); además de ser adoptado por escritores de la talla de Juan José Arreola (1918-2001), Enrique Anderson Imbert (1910-2000), Augusto Monterroso (1921-2003), Julio Cortázar (1914-1984) y Jorge Luís Borges (1899-1986) (en este último caso, no debemos confundirlo con el ínclito escritor guanajuatense tan admirado por el señor Fox).

El microtexto ha sido un recurso ampliamente socorrido en talleres literarios, como ejercicio de experimentación previo al desarrollo de géneros literarios (principalmente narrativos) más extensos, como el cuento, el ensayo y, por supuesto, la novela.

Ahora bien, aunque el microtexto responde en principio a la fórmula aristotélica “planteamiento, desarrollo y conclusión”, diversos estudiosos como Juan Armando Epple y Lauro Zavala, entre otros, lo han escrito y analizado, creando toda una teoría alrededor de esta forma literaria, estableciendo sus constantes y características.

En el microtexto se conjugan principalmente cinco elementos esenciales:

Brevedad.- Como ya anotamos líneas arriba, el microtexto se basa fundamentalmente en la economía de palabras, lo cual no implica necesariamente una pobreza de lenguaje. Su extensión varía y por ello podemos encontrar textos legendarios como el El dinosaurio de Augusto Monterroso, que no utiliza más de diez palabras; pero puede ser algo más ya que para considerar un microtexto como tal, no debe superar un máximo de 500 palabras aproximadamente.

Contundencia.- Este elemento nos indica que el microtexto no debe dejar cabos sueltos; es decir, no por desarrollar un texto en pocas palabras, debe estar inacabado, dejando al lector con una sensación de que algo falta para ser totalmente claro, o que no es más que el boceto de una idea por desarrollar, y para evitar esta sensación debemos referirnos a una sola idea concreta y definida.

Omisión.- Debido a la economía de palabras, no podemos detenernos a dar mayores descripciones o explicaciones al lector, el microtexto debe fluir con naturalidad y rapidez, aunque tenemos la posibilidad de dejar abierta la puerta al lector, para que por su cuenta, descubra interpretaciones y significados ocultos en el texto, como podemos apreciar en Haga como si estuviera en su casa, de Julio Cortázar.

Capacidad lúdica.- Este elemento del microtexto como el principal disparador del ingenio creativo, pues permite el uso del sarcasmo o ejercicios lingüisticos como los realizados por Óscar de la Borbolla en sus Vocales malditas (1988). Además, gracias a esa capacidad lúdica, el escritor puede valerse de cualquier cosa para crear un microtexto, recurriendo a diversos géneros como el ensayo, el relato, el aforismo, la parodia e incluso acercarse a la poesía, como los haiku de Juan José Tablada.

Multiplicidad.- Con esto nos referimos a que no por tratarse de un textodesarrollado con economía de palabras, esté escento de una multiplicidad de lecturas; y aquí es donde entra en juego la capacidad del escritor, al dar a un texto cerrado la mayor cantidad de subtextos posible. El microtexto puede ser de una sencillez evidente, pero lo que hay detrás, las ideas que lo sostienen pueden ser bastas y de una variedad abrumadora, y el efecto en el lector va más allá de lo que se dice, pues consigue dejar su actitud pasiva y volverse partícipe del texto, al interpretar lo que se lee desde su experiencia, su forma de pensar y de sentir, dándole al microtexto tantas connotaciones como ideas tenga en la cabeza.


El microtexto es una herramienta excelente para experimentar y divertirse, para practicar la sencillez (que no la simpleza), para aprender a depurar los textos, a decir exactamente lo que se quiere decir sin darle vueltas, y sobre todo, sirve para encontrar una voz propia, concreta y contundente.
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Algunos experimentos personales con microtextos
La paradoja de Sócrates
Sócrates proclamó el famoso “Yo sólo sé que no se nada”, así como el principio de la educación gratuita, lo que enfureció a los sofistas que administraban las escuelas privadas. Finalmente, fue condenado a morir con cicuta, por saber demasiado, lo que le costó muy caro.
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Matutina
La luz de la mañana entró por el ventanal golpeando su cara y, burlona, le notificó que nuevamente estaba sola y que él ya nunca más regresaría. Entonces, soltó un suspiro, contó el dinero y se fue a bañar.
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y haciendo algo de pastiche

Balada del egoísta
Esta tarde vi llover, vi gente correr y me sentí profundamente feliz de tener coche.

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Alicia
Y cuando Alicia por fin abrió los ojos, murieron las maravillas.

11/1/09

La chica de la Pentax

Hoy, después de tantos años, logré convertirme en el modelo de la chica de la Pentax; sin embargo, no soy feliz como lo imaginé. El saber que detrás de la cámara esconde una pena tan negra como sus ojos, me produce un sentimiento de culpa muy poco agradable. Nunca quise que sufriera; por el contrario: siempre vislumbré este momento como el más dichoso de mi existencia, jamás como una forma de inflingirle el dolor que ahora oculta tras el visor. La amaba y aún ahora, por estúpido que parezca, la sigo amando...

Desde niña estuvo cerca de mí, era mi vecina y pasaba tardes enteras contándome mil historias sin pies ni cabeza que yo escuchaba atento, fascinado con sus gesticulaciones, sus risas, saltos, totalmente extático ante esas miradas que me dirigía con sus enormes ojos de obsidiana. Éramos los mejores amigos. Esperaba cada tarde en el pórtico, su regreso de la escuela para llenar mi vida con el milagro de su existencia.

Cierto 6 de enero, apareció junto a los demás regalos de los Reyes Magos, una cámara Pentax K-1000 que, aunque muy usada, estaba en perfectas condiciones. ¿Quién iba a pensar que aquél obsequio postnavideño marcaría su futuro? Para sorpresa de sus padres, la pequeña no prestó atención alguna a los demás regalos y centró toda su alegría e ilusión en la cámara fotográfica. Inmediatamente corrió hasta mi casa para enseñarme su “cajita mágica”, como ella le llamaba, capaz de atrapar todas las cosas que veía. Se veía tan hermosa con sus 10 años, manipulando por primera vez la maquinaria para descubrir su funcionamiento, con el pelo sostenido en una coleta y su cuerpo frágil y nervioso, haciéndome crear las más extraordinarias fantasías de lo que no tuve, de lo que no viví.

Ahora me mira desde diferentes ángulos, cambia de filtro para captar la luz natural, totalmente absorta a la gente que nos rodea y la mira con desaprobación; pero eso no importa, ella continúa con su arte, presiona el disparador una vez, avanza la película, dispara otra vez, manipula el lente y toma otra fotografía. Y yo sigo aquí, quieto en un silencio absoluto, mostrándome ante ella como nunca lo había imaginado...

Rápidamente aprendió a manejar la cámara y con algunos consejos, logró sacarle el mejor partido. Mi alegría creció al verla correr de arriba a abajo, guardando en su “cajita mágica” su propia historia. Después vino el tiempo en que compartimos el primer cuarto obscuro; ella descubrió nuevos trucos y técnicas que no sólo la hacían crear ese mundo que captaba con la lente, sino recrearlo y reconstruirlo a su antojo. Tenía ya dieciséis años y yo poco más de 10 amándola en silencio, limitándome a ser feliz con su felicidad, a admirarla reclinada sobre las charolas de revelado, gozando con la sorprendente sensación que me provocaba la contundencia de sus caderas que se proyectaban hacia mí en la semiobscuridad, perdiéndome en la magnificencia de su talle estrecho e invitante y la turgencia de sus pechos rosados, que más de una noche protagonizaron los sueños más intrincados y placenteros. Cuando regresó, ya entrada la noche a su casa, me quedé pensando en lo irónico y patético de mi vida: yo, un revelador profesional, estaba imposibilitado para revelarle mi amor.

Nada me dio más alegría que la noche en que me dijo que estudiaría fotografía, que ésa era su vocación y su destino. No fue fácil afrontarlo en un principio, incluso tuve que hablar con su padre para convencerlo de aceptar, ya que no estaba muy de acuerdo con la idea de que su niña optara por esa carrera. Finalmente lo persuadimos e ilusionamos a tal grado, que compró una Canon digital EOS 50D para su hija. La novedad y la asombrosa tecnología de la cámara, pronto desplazaron a la K-1000, que quedó en el abandono. Me dolió el cambio, pero había que evolucionar y adaptarse a los nuevos tiempos, así que no dije nada y seguí amándola, ahora con su EOS 50D. Además, la chica de la cámara tenía mucha esperanza en el futuro, se soñaba superando a Tina Modotti, a los Hermanos Mayo y a Álvarez Bravo; sentía una urgencia inaplazable por expresarse mediante la cámara ¿cómo arruinar su felicidad con algo tan superficial como la Pentax? Le gustaba planear a mi lado su primera exposición, y me situaba en primera fila cuando llegara ese día. Tres años más tarde, así sucedió.

No habla, solamente me fotografía. Termina el segundo rollo y lo substituye con el tercero. No para, no puede, no quiere detenerse. Necesita respuestas a las interrogantes que le he planteado. Corre la película para continuar su trabajo, y su corazón palpita irrefrenable, tan herido como lo está el mío al verla sufrir.

Su talento y el avance mostrado en la escuela de fotografía la hicieron acreedora a una exposición individual en una de las galerías más famosas de la ciudad. Pero, durante el coctail de inauguración, todo empezó a cambiar. Gracias a uno de los invitados, descubrió uno de los pocos secretos que guardé para mi goce personal: que fui un fotógrafo de guerra y que perdí las dos piernas durante la invasión a Playa Girón, desapareciendo después del periodismo y de cualquier forma de vida social hasta que ella llegó. Y por si fuera poco, mi delator era un hombre joven y, por qué no decirlo, hermoso e interesante, tanto que en pocos minutos ocupó toda su atención.

Desde ese día las visitas de mi pequeña se fueron espaciando poco a poco, hasta que tuve que habituarme a esperar desesperadamente a que apareciera frente a mi puerta, a observarla escondido tras la ventana al salir o llegar, siempre del brazo de aquel hombre, que sin proponérselo, robó la única ilusión que me quedaba en la vida.

Una vez más, el negro y gris de la cámara se fusiona con lo albeo de las manos de mi chica de la Pentax, vuelven a ser una misma; metal y carne se aparean sufrientes, se enredan, se poseen entristecidas para mí, víctima y verdugo. Lentamente pierdo la esencia de objeto captado para y mi alma atrapa la imagen de mis dos amadas. Quisiera integrarme al rito de la entrega que presencio; pero...

Anteayer vino a verme, y entre grandes aspavientos, me dio una noticia definitiva: se va a casar. Me limité a sonreír y tratar de desviar su atención, para que no advirtiera la herida tan grande que sus palabras habían causado a mi alma. Hilé palabras al azar, hablé de mi madre, que se negaba a ser daguerrotipada, porque aseguraba le robarían el espíritu, también del escándalo familiar que causé cuando decidí ser fotógrafo. Ella escuchó atenta, arrodillada, recargando sus codos en mi regazo, hasta que no tuve más que decir. Después vino uno de esos silencios que traicionan al corazón más necio y tenaz, una pausa sonora en la que mis ojos, negándose a llover, lentamente fueron hablando de mi amor por ella desde que era una niña y de esta dulce rabia que me orillaba amarla más; pero que igualmente dejaba caer sobre mi alma todo el peso de la impotencia de mis setenta y cuatro años y de esta silla de ruedas convertida en una extensión de mi cuerpo.

Quisiera confortar su dolor, que las cosas fueran como antes. Pero es imposible, algo se ha roto entre los dos y no existe poder humano que pueda remediarlo. Ella en tanto, termina el tercer rollo y se niega a parar. Está totalmente decidida a cumplir su promesa...

Leyó una a una las confesiones de mi silencio sin dejar de estrechar mi mano. Traté de que evitar una situación que me alejara y le comenté que después de tantos años de fotografiar la vida, jamás me había tomado ninguna foto, y en una mala interpretación de humorismo, le pregunté si estaba dispuesta a hacer un estudio completo del abandono humano. Mi chica de la Pentax echó a reír y me abrazó besándome la frente. En ese momento comprendí que, por suerte, no había descubierto mi secreto.

Nunca tuve oportunidad alguna y hoy menos. Lo único que queda es mirar cómo manipula compulsivamente la Pentax sin parar. Soy su pena y la suya es la mía. Si alguna vez creí que era preferible ser víctima a victimario, ahora no me cabe la menor duda, y aunque me duela aceptarlo, no puedo hacer nada.

Después de cenar escuchamos hasta la madrugada “Las bodas de Fígaro” en el estéreo, y casi a la alborada, se fue a su casa prometiendo que a la tarde siguiente, me haría el mejor estudio fotográfico de mi vida. Yo me recosté sin poder dormir, aún me dolía percatarme de que, finalmente, se presentaba el momento que tanto temí. Pasadas unas horas, llegué a la conclusión de que su felicidad sería la mía, incluso si era con otro. A fin de cuentas, a través de la Pentax había logrado trascender en ella, así que tristemente satisfecho, por fin le di el sí a la señora muerte.

Cuando por la tarde intentó ir a mi casa para cumplir su promesa, su padre le dio la noticia de mi muerte y le contó que fui yo quien puso la Pentax entre sus regalos y la puso al tanto del amor que le profesé todo este tiempo. Realmente no sé cómo se dio cuenta de mis sentimientos; según yo los oculté muy bien. De cualquier forma, agradecí su comprensión y su silencio.

Los rollos se han acabado y ella se resiste a terminar la sesión. Finge que carga de nuevo la cámara para continuar su trabajo. Quizás nadie se ha dado cuenta, pero a mí no me puede engañar; la conozco demasiado bien, y sé que su verdadero deseo es quedarse a mi lado el mayor tiempo posible, ahora que sabe todo lo que por años oculté. No puedo evitar que por unos segundos me invada la felicidad de que sea ella quien quiera estar a mi lado, como en los viejos tiempos.

La chica de la Pentax esconde tras la cámara el dolor de un amor que no pudo ser; intenta contener un vertedero de lágrimas que amenazan con transformarse en diluvio y se aferra a la cámara, con la plena certeza de que cada vez que tome fotografías con ella, estaré yo a su lado una vez más. No puedo decirle adiós, pero llegó la hora de irme. Lo último que veo es cómo sus padres la alejan de mí mientras mi hermana cierra lentamente el ataúd para llevarme al crematorio.

4/1/09

Andrés Caicedo: El cuento de mi vida

El cuento de mi vida
Andrés Caicedo
Editorial norma, 2008

Hace un par de semanas cayó en mis manos El cuento de mi vida, una pequeña recopilación de textos inéditos de Andrés Caicedo (1951-1977), extraídos de las páginas de sus libretas de notas personales (él siempre se negó a referirse a ellas como “diarios”), más un par de cartas (las últimas que escribió) y con las que uno puede reforzar perfectamente el perfil de una de las leyendas de la literatura urbana colombiana del siglo veinte. Al ser de reciente edición, y de las primeras que encontraba en México, no dudé ni un momento en comprarlo y comenzarlo a leer.

El libro es muy pequeño (apenas alcanza las cien páginas de texto) y hasta podría decirse que puede ser leído en una sola sesión; pero no es para leerlo de un tirón, hay que digerir los textos poco a poco, pues la fuerza de su contenido es desgarradora y nos inunda y nos instala en las entrañas de un joven que, siendo congruente consigo mismo hasta el final, murió, por voluntad propia, a la edad de 25 años, exactamente el día que recibe el primer ejemplar de ¡Que viva la música!, la única novela que alcanzó a publicar en vida (en la que premonitoriamente asegura que vivir más de veinticinco años era una insensatez), y en que Patricia, su pareja, lo abandona.

En estos textos podemos encontrar a un Andrés vulnerable, que necesita a sus viejos aunque no puede encontrar con ellos un punto de equilibrio; su necesidad de expresarse, de encontrarse a sí mismo; los temores e inseguridades; la frustración ante su fracaso en un Hollywood que no existe; sus proyectos, y sobre todo, la "torsi", el estado de depresión casi permanente en el que vivió la mitad de su vida.


Estos fragmentos muestran de manera muy clara y avasalladora, no sólo la pericia literaria de Caicedo, sino una visión concreta de su personalidad y el huracán en que se convirtió su vida: las constantes depresiones; los miedos; la incomprensión, el sentimiento de otredad y las inseguridades que lo envolvieron en todo momento; sus amores; su propia necesidad de cariño y su paso por las drogas, circunstancias que sin duda, marcaron y el estilo y la fuerza de sus narraciones y dieron a su existencia ese sabor a escritor maldito, pues más allá de su tragedia personal, Caicedo destaca por que se atrevió a romper con el realismo mágico, dándole la espalda a Macondo y sumergiéndose en Cali, en una época en la que el único paradigma para los escritores de su país era seguir lo pasos de García Márquez. Por eso su trabajo trascendió y hoy incluso cuenta con un espacio privilegiado en la biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, por eso sus amigos lo recuerdan, por eso ha inspirado a otros grandes escritores colombianos como Rafael Chaparro Madiedo y Efraím Medina Reyes, porque Caicedo le ganó a la muerte, y porque así como Francia tuvo a su niño genio en Rimbaud; Cali, Colombia entera, tiene a su niño genio en Andrés Caicedo.

Dicen en Cali que aún se le puede ver vagando por las calles de la ciudad, con su cabello largo, su ropa desaliñada y su eterna cara de niño triste , tal vez a la espera de la siguiente función de cine, de que de alguna bocina irrumpa una pieza de los Rolling stones, o de encontrarse en la mirada y los rostros de los nuevos jóvenes (nuevos angelitos empantanados) para engarzar nuevas historias allá en la eternidad, donde se encuentra, porque Andrés Caicedo no es sólo un escritor caleño más, Caicedo ES el escritor caleño, o, mejor dicho, es el corazón de Cali.

Para quienes no saben quién es Andrés Caicedo y se interesan en este extraordinario escritor, pueden consultarlo aquí, pero lo fundamental es leerlo, adentrarse en su obra y aprender de ella; pues después de leerlo, resulta casi imposible no apropiarse de él, de sus sentimientos y la fuerza que encierra su obra. En México es posible encontrar, además de El cuento de mi vida, sus recopilaciones de cuetos Calicalabozo y Angelitos empantanados o historias para jovencitos. Ojalá y la editorial Norma siga editando sus textos y dándolos a conocer por otras tierras.

1/1/09

Medio siglo

Hoy se cumple medio siglo desde que el sueño du pueblo entero comenzó a hacerse realidad. De ahí a la fecha muchas cosas, buenas y malas, han pasado, aciertos y errores, galones de lágrimas de felicidad y de dolor se han vertido. Hoy muchos que enarbolaban sus banderas con fervor, reniegan de ella, así como muchos excépticos aprendieron a ver en la Revolución Cubana la esperanza de un mundo mejor.
Y más allá de mi opinión muy personal, no soy quién para aplaudirla o denostarla; pero una cosa es cierta: hace 50 años que el pueblo cubano decidió que era tiempo de tomar el futuro en sus manos y tuvo el valor de decir NO al gobierno yankee y aún hoy, a pesar de los pesares, sigue haciéndolo.
Seguramente a medio siglo de revolución comience a gestarse un nuevo paso dentro de su propio proceso; pero ojalá (y en este punto pierdo voluntariamente cualquier objetividad), mantengan encendida la llama de los ideales que le dieron forma, y que palabras como "libertad" o "democracia" no sean, como trístemente se está dando en casi toda latinoamérica, sinónimos de opresión y sumisión o de revancha por aquellos que se fueron y no perdonan a los que se quedaron.
Por Camilo, por el Che, por todos los que dejaron su vida en el camino de la Revolución Cubana.
Por seguir creyendo que las cosas pueden ser mejores, que aún es posible soñar.
Por todos los cubanos que día a día viven y ríen y lloran y sufren y gozan y cantan y escriben y bailan y trabajan por su tierra con la frente en alto.
¡Salud por Cuba y vamos por más!


Carlos Puebla -
Y en eso llegó Fidel


Carlos Puebla -
Para nosotros siempre es 26


Carlos Puebla -
Canto a Camilo


Carlos Puebla -
Hasta siempre


Cuba va, ayer...

...Y hoy