14/12/09

Desde la isla del olvido

Hace unos días fuimos en busca de un disco y salimos de la tienda con otro. A pesar de que hace rato que tomamos cierta distancia de su música, al ver Desde la isla del olvido, título nuevo de Fernando Delgadillo, después de cuatro años de su última producción (recopilación en vivo), y ocho de su anterior disco de estudio, nos fue imposible resistir la tentación y lo llevamos a casa, donde Tany al verlo puso la sempiterna cara de fastidio que dedica a todo cuanto se refiere al trovador... En gustos se rompen géneros.

En cuanto se dio el momento, nos dedicamos a escucharlo con atención, y no sólo eso, sino a descubrirlo por completo, ya que con esta producción Delgadillo se ha propuesto ir un poco más allá, entregar solamente un compilado musical, ofreciendo en esta ocasión una historia completa aderezada con la lente de Ana Elena Pola Santamaría, en lo que se conoce como arte objeto. Las canciones que integran Desde la isla del olvido van complementadas con la historia de un Robinson Crusoe contemporáneo que por azares del destino, va a dar a una isla perdida y mágica, al parecer en medio del Caribe maya, que guarda los vestigios de una civilización perdida en el tiempo y el espacio.

En general, la producción es buena, y tiene un sabor profundamente intimista creando un concepto completo y redondo; sin embargo, escucharlo ha generado una serie de sentimientos encontrados. Por una parte, la remembranza de una época mucho más complicada que la actual, y en la que, de alguna manera, Delgadillo y su música fueron parte importante para retomar el rumbo y poner orden en algunas cosas (y más desorden en otras). Por otra parte, en este disco se repite esa sensación que nos dejó Campo de sueños (2001), de que falta algo; en medio de la rica gama sonora que ofrece, queda un vacío difícil de explicar. Falta de fuerza, de variaciones, de emoción, no lo sabemos; pero lo cierto es que éste no es un trabajo que personalmente logre sorprendernos como lo hizo con Entre pairos y derivas (1998), que es hasta ahora y a nuestro gusto personal el mejor disco de toda su carrera.

Dos cosas que han distinguido a Fernando Delgadillo son, primero, que fue uno de los primeros que logró romper el cerco de los émulos de Silvio Rodríguez, refrescando la escena musical con una propuesta nueva y original, y segundo; y segundo, que de unos años a la fecha, se ha creado un grupo de detractores del cantautor, que entre otras cosas, señala que de un tiempo a la fecha, a Delgadillo "ya se le nota que come tres veces al día". Se esté a favor o en contra, lo cierto es que Fernando es un excelente trovador que se ha levantado sólo y que ha sido un referente obligado para todo aquel que quiera entender o apreciar en toda su magnitud esta nueva y fructífera etapa en la nueva canción de autor mexicana. Su trabajo refleja un crecimiento personal y artístico innegable, y es por ello que extraña esa falta de frescura en su trabajo, ese sabor a emoción y entrega que se podía apreciar en sus presentaciones en el Sapo cancionero o en El Péndulo de la colonia Condesa. Ignoramos la etapa personal mediante la cual se haya forjado esta producción, o si bien existe una franca necesidad de descanso por parte de Delgadillo, para retomar los pasos y encontrar una nueva veta que le permita recuperar ese algo que falta en sus últimos discos, una refundación como trovador, como el gran artista que es.

Sabemos perfectamente que ésta no pasa de ser una mera apreciación subjetiva, y que muchos de sus seguidores pensarán todo lo contrario a lo que aquí se ha dicho; pero precisamente por el respeto y la admiración que sentimos por Fernando Delgadillo, que estamos obligados a ser honestos, así como él lo hace con su arte. Escúchenlo, cierren los ojos y déjense llevar, lean los relatos del náufrago y disfruten las imágenes del trabajo; pues al final de cuentas, y por encima de cualquier opinión, es el oyente quien tiene la última palabra.