11/7/09

Por vez primera

En mis tiempos, los chicos éramos mucho más sensatos y conscientes que ahora. Cada paso, cada acto, por simple que fuera, constituía en nuestra vida un hallazgo, una forma de crecer y formarnos como hombres. No como en estas épocas, en que los muchachitos creen que el mundo les pertenece y que son capaces de cualquier cosa. Ahora sólo lo hacen por mero impulso, sin pensar en las consecuencias tan graves que puede entrañar ese tipo de actos.

Yo en cambio, recuerdo perfectamente bien la primera vez que lo hice. Han pasado muchos años, sí; pero cada vez que hablo de esto, el recuerdo viene a mí como una mariposa que revolotea en el cofre de mis recuerdos, planeando por los recovecos de mi vida para llegar a ese yo que soy ahora; tal vez más viejo, quizás; pero mucho más hombre en el sentido más genérico, amplio y universal de esta difícil profesión.

La pubertad había pasado, me podía considerar grande, adulto, capaz de afrontar la responsabilidad plena de mis actos, incluso de aquel que efectué esa mañana. Llegué al lugar donde sabía que pasaría. No me hice acompañar por nadie, el placer y el descubrimiento que experimentaría conformaba una verdadera sensación que desde lo más profundo de mis entrañas deseaba disfrutar solo, sin testigos. Al llegar, había una fila bastante grande que me inhibió por unos momentos: rostros nerviosos, apurados, observándose unos a otros sin el menor disimulo, mirando la fila de un extremo a otro, el reloj, el cielo que posaba sobre ellos.

Tuve que esperar cerca de una hora antes de poder entrar. Antes, un hombre mal rasurado y de semblante hostil tomó mis datos. Yo estaba profundamente excitado por lo que estaba a punto de suceder; pero traté de no mostrar mi turbación ante el hombre, que con un gesto de molestia y hastío, se limitó a señalar el cuarto donde tendría que actuar. Al ver la pequeña cortinilla que hacía de puerta, mi cuerpo tembló por entero, como presagiando la pronta llegada del momento anhelado. Mis manos estaba asaltadas por en ejército líquido y salado que corría de un lado a otro de mis palmas, apoderándose de cada milímetro, de cada poro.

Era ahora o nunca. Con grandes pasos me introduje en el cuartillo, intentando pasar desapercibido para aquellos que llegaron después que yo y esperaban impacientes su turno. Cerré rápidamente la cortina y allí estaba ella, tendida, esperándome, seductora e incitante. Con sólo estar arado ante ella sentí que me faltaba el aire, por un par de segundos me debatí entre quedarme y terminarlo que había venido a hacer o salir corriendo; pero ya estaba ahí, no había espacio para dudas. Sin embargo, antes de acercarme lo pensé mejor y me dije que me tomaría mi tiempo, que lo disfrutaría al máximo. Esa sería mi primera vez y debía de ser especial. Y a pesar de la inexperiencia, así fue.

La tomé entre mis manos con delicadeza. La recorrí palmo a palmo con la vista, le dí unas vueltas para sentirme en confianza, hasta que llegó el momento crucial: la dejé tendida frente a mí y la saqué, la agité un poco (no quería que me fuera a fallar y pasar por la vergüenza de tener que intentarlo nuevamente), me acerqué lentamente, y comencé el acto. Como todo un caballero, dejé caer su líquido sobre ella lo más despacio que me fue posible, con mucho cuidado para no maltratarla, pues quería que todo aquello fuera impecable. La crucé y en ello actuó mi cuerpo entero, que estalló en un palpitante y silente estremecimiento febril. Después, y como punto final del rito, concentré todos mis sentidos en el oscuro y profundo orificio, respiré lentamente, y sólo cuando me sentí preparado, la encajé con fuerza, hasta asegurarme de que había llegado hasta el fondo. Todo estaba consumado. Todo estaba consumado. Salí satisfecho y seguro de que a partir de ese momento mi vida ya no sería igual, me había convertido en un adulto de verdad.

A ustedes ahora les importan poco o nada todos esos simbolismos con los que crecimos los viejos; pero gracias a ellos hoy nosotros tenemos la plena conciencia de lo que está bien y de los que está mal. Hoy para ustedes todo es fácil, y responde a un impulso o moda pasajera, y por ello no toman ninguna precaución y después terminan lamentándose de los resultados. Y la prueba es perfectamente tangible: ¿Alguno de ustedes se acuerda, como yo, con tanto cariño, fervor y nostalgia de la primera vez que votaron en su vida?