4/7/09

Ausencias

Había pasado casi tres meses y Roque Urumburu no encontraba una historia que valiera la pena para su novela. Por un lado sentía la presión de la editorial que esperaba con avidez el nuevo título para publicar; y por el otro, estaba la ausencia de Diana, que después de medio año comenzaba a pesar y a convertirse en una especie de prurito espiritual que no lo dejaba en ningún instante.

Revisó acuciosamente todas y cada una de las ideas que consideraba pendientes: escaletas, notas, grabaciones, recortes de periódico... nada que realmente le llamara la atención. Quiso escuchar algo de música y activó el estéreo para encontrarse con No hago otra cosa que pensar en ti, de Serrat, lo que motivó que se acordara aún más de Diana y la falta que le hacía, acrecentando el vacío y la ausencia de ideas para desarrollar. Maldijo entonces a esas musas tan mustias que desaparecen justo cuando más se les necesita, "Seguro que ya armaron sindicato las cabronas, y le están dando lata a todos los escritores del universo..." pensó mientras tomaba un cigarro y se detenía a contar las colillas del cenicero: doce, trece, catorce, quince dieciséisdiecisiete diceciocho colillas en media hora y no llegaba una historia para comenzar.

El cursor de su computadora parpadeaba en la pantalla a la espera de iniciar esa carreritarítmica y placentera en la que antes se ejercitaba para mantenerse esbelta y atractiva, gracias a ta continuo ejercicio. Sin embargo esta vez era diferente, estaba ahí, frente a Roque, sin obener la señal de salida, suplicando impotente que aunque fuera por equivocación, el jefe presionara una tecla que la hiciera saltar mínimo una sola vez.

Así pasaron varias horas hasta que en un gesto de desesperación, Roque escribió, sin proponérselo lo que años más tarde sería considerado por la crítica especializada como la mejor minificción de su carrera literaria:

"Ese día no tenía nada que decir, y decidí quedarme callado".