26/4/09

Los años pasan, la vida no

I.
Han pasado muchos años desde que todo comenzó entre Darío y Vera ¿Cuántos? Ninguno de los dos lo recuerda ya. Toda su capacidad de memoria se restringe a imágenes vagas y fugaces de cuando ya estaban juntos y estaban llenos de sueños y proyectos. ¿Cuáles? Tampoco lo recuerdan, puede que porque todo se cumplió, o quizás todo lo contrario; pero lo cierto es que sólo queda entre el par de octogenarios el hábito y la continuidad de una vida juntos que se sostiene únicamente por inercia. Se sienten viejos, cansados y sin fuerzas. se tomaron al pie de la letra eso de la tercera edad.

Su vida transcurre día a día inmersa en la monotonía que inconscientemente se fueron imponiendo. Darío lee el periódico y escucha una y otra vez a Gardel y a Lara sumido en su poltrona, mientras que Vera hace cualquier cosa de comer, se queja de la música y se esclaviza al drama en turno de la televisión. La palabra es una de esas cosas que han desaparecido casi por completo entre ellos. Se cruzan sólo las estrictamente necesarias para dos seres que se van pudriendo juntos, aunque infinitamente solos y ajenos el uno del otro. Después de décadas de llevar una vida juntos, trabajando para comprar la casita, cuidar y administrar los dineros para la educación de los hijos hasta sacarlos adelante, ya no queda nada de qué hablar. Aún después de tanto tiempo de compartir el lecho, hoy despiertan y descubren a su lado a un extraño, a un perfecto desconocido al que, además, ya no tienen la menor inquietud, el menor deseo de descubrir, de conocer.

II.
No hay absolutamente nada qué festejar; pero los chicos decidieron que sus "bodas de oro" eran más que suficiente, y sin tomar en cuenta la opinión de Darío o de Vera, organizaron la conmemoración para sus viejos. Llegado el día, Darío y Vera se disponen a cumplir lo mejor posible con el acto teatral que les obligan a representar. Cada uno, en silencio, se prepara para la tertulia: Darío en la habitación, Vera en el baño.

Él, con su ya habitual andar lento y pesado, se va poniendo con toda parsimonia una a una las prendas que conforman su traje de fiesta: el pantalón gris, los calcetines de lana azul, los zapatos azules, la camisa. Mira hacia el tocador y lo único que ve es a un hombre que dista mucho de lo que fuera en otro tiempo. Nota la ausencia casi absoluta de aquella cabellera que en el pasado era su orgullo, y descubre los centenares de arrugas que surcan su rostro. Observa que de los músculos perfectamente definidos y prominentes, hoy no queda nada, y que su vientre ahora parece una pelota hinchada y a punto de estallar, que se resiste a ser aprisionado con los botones de la blanca y almidonada camisa. Le resulta imposible contener el sentimiento de lástima que le inspira la imagen que muestra el espejo que, sin la menor conmiseración, siempre dice la verdad. Coloca los tirantes sobre sus hombros; luego, mientras hace el nudo de la corbata, estrangulando los pellejos que penden de su cuello, viene a su mente el recuerdo de Gloria, aquella "aventurilla" corta y edificante de la que nadie nunca se enteró, y que durante su vigencia, hiciera a darío sentirse vivo y joven, justo cuando comenzaba a decaer.

Por su parte, Vera sale de la ducha y se mira desnuda frente al espejo, y al igual que Darío, no le gusta nada lo que ve. El rostro arrugado y seco no corresponde a la piel tersa y lozana de antaño. Observa con detenimiento sus pechos marchitos y vencidos, las caderas caídas y secas, el pubis cansado y clausurado antes de tiempo, sin saber por qué, sin desearlo siquiera. Su cabello ya sin color cae sin vida sobre sus hombros como un simple conjunto de hilachos grises de alguna prenda raída. La patética imagen de su cuerpo marchito la ofende sobremanera y de inmediato trata de encontrar en algún recoveco de su memoria otra imagen de su cuerpo en tiempos más gloriosos. Después de unos instantes, lo consigue. Se ve entonces joven y resplandeciente, sorprendentemente hermosa, de carnes firmes, jugosas e incitantes. Pero su memoria va más allá y le ofrece además un par de manos que recorren milímetro a milímetro su cuerpo grácil, que aprisiona con frenesí sus turgentes senos y sus voluptuosas caderas. Una boca que prueba cada poro suyo, bebiendo todos y cada uno de los fluidos que manan de su cuerpo, un miembro que la penetra una y otra vez hasta hacerla estallar de placer como nunca nadie lo había hecho antes ni lo conseguiría después. Un cuerpo que la aborda y posee con indómito deseo y la cubre con su calor. Es ante esta imagen que Vera, casi sin darse cuenta, deja escapar de sus labios un murmullo casi imperceptible: "...Javier..."

III
El salón, dispuesto hasta el último detalle, ya se encuentra asaltado por siete hijos, tres nueras, cuatro yernos, veintitrés nietos, cinco bisnietos y centenar y medio de parientes y amigos, todos listos para recibir a la feliz pareja que está por ingresar al local y que, a unos pasos de la puerta, se dedican una desganada mirada, acordando el comienzo de su representación, iniciando su actuación con una sonrisa tan eficaz, que todos la creen verdadera.

Su entrada se llena de fanfarrias, aplausos y el abrazo de todos los invitados para los viejos, que responden con aparente agrado y agradecimiento, aunque en realidad, ambos ruegan porque acabe lo antes posible. Tal vez alguno pretextará cansancio más adelante para retirarse; pero por lo pronto hay que salir del paso y no defraudar a los muchachos. Después vino la comida, abundante y exquisita, los brindis de los hijos en honor a sus viejos y el baile. Unos reían, otros charlaban con los festejados, con otros invitados, algunos más bailaban e incluso, hubo quien aprovechó la ocasión para correrse la borrachera más grande de su existencia. Todo iba a pedir de boca, era tanta la euforia de los invitados que nadie se percató de que, hasta ese momento, Vera y Darío no se habían tocado en toda la tarde, lo cual, sin saber exactamente por qué, ya era una gran ventaja en medio de aquella alegría.

Sin embargo, llegó el momento del contacto obligatorio. Camilo, el hijo menor, sacó quién sabe de dónde que sus padres tenían una canción "favorita", así que con el apoyo de los invitados, los conminó a bailar al ritmo de "Farolito". Obviamente, a Darío le pareció estupenda la idea, no por bailar con Vera, sino porque, efectivamente, esa canción de Agustín Lara era su preferida. Sin embargo, Vera no tuvo más opción que desplegar la más hipócrita y mejor ejecutada sonrisa de la noche, pues ni quería bailar con Darío, ni le gustaba la canción que le achacaban como "favorita", es más, era de las pocas personas de su edad que detestaban al Flaco de oro, y el sólo oír su música le provocaba una neuralgia molestísima. Aún así, los festejados se plantaron en la pista de baile y bailaron como nunca, confirmándose a sí mismos su capacidad y dotes histriónicas.

Mientras sus cuerpos se deslizaban por la pista al compás de la música, ambos se miraron sin explicarse qué los había unido por tantos años. Al tocarse y sentir cada uno el contacto con el cuerpo del otro, lejos de no sentir nada, les invadía una repulsión que apenas y pudieron contener y disimular. Tanto Vera como Darío se tranquilizaron pensando que sólo era cosa de un par de horas más y todo habría terminado y al fin, podrían retornar en paz a la muerte en vida de siempre, cada quien por su lado como lo que eran: un par de eremitas que, paradójicamente, compartían el mismo espacio vital.

IV.
Horas después todo había terminado, o cuando menos eso pensaron al entrar a su casa. Pero no fue así. Al encender la luz de su habitación, se encontraron con un exhuberante arreglo floral y una cantidad asombrosa de fotografías de su boda y de sus años como verdadera pareja, dispuestas a lo largo y ancho de la cama.

En silencio, pero pensando ambos que se trataba de una idea de Virgina, la hija cuarta, Darío y Vera se sentaron a la orilla del lecho y, mudos, comenzaron a ver una a una las fotos. Se vieron retratados con sonrisas espontáneas y sinceras, no como las de aquella tarde; vieron a una pareja feliz compartiendo su vida entera, rodeados de chiquillos y mascotas; el primer auto de la familia, y los trajines de la mudanza a esa casa pequeña entonces y ahora inmensa para ambos.

Continuaron mirando en silencio y sin proponérselo, detuvieron sus ojos en la fotografía que eternizaba su primer beso después de sellada la unión matrimonial. Aquella escena produjo tanto en Vera como en Darío, un sentimiento de pesar que se fue transformando en un vacío que se expandió en su interior y oprimió sus pechos despertando, por primera vez, una profunda melancolía al no reconocerse en aquellas imágenes, al no saber en qué momento se perdieron mutuamente, en qué momento se convirtieron en ese par de extraños que ahora eran.

Al darse cuenta que no podría contener el llanto; pero dispuesta a no dar su brazo a torcer, Vera se incorporó de un salto, apagó la luz y se posó frente al arreglo floral dando la espalda a Darío, que se quedó mirándola, iluminada por la tenue luz de luna que se colaba por la ventana. Pasaron unos minutos más de silencio absoluto. Darío, sin dejar de mirar la silueta de Vera, se quitó la corbata, el saco y los tirantes y los dejó caer a los pies de la cama. Vera entonces se inclinó a oler las flores con los ojos llenos de lágrimas, sin percatarse que Darío había prendido la mirada a su cadera, en tanto le comenzaba a bullir por todo el cuerpo una inquietud conocida pero difícil de identificar gracias a tantos años de ausencia.

Vera se irguió sorprendida al sentir las manos de Darío rodeando su talle, más no se negó y cerró los ojos mientras él le recorría el cuello con sus besos. Con una fuerza que hacía mucho no sentía, Darío cargó entre sus brazos a Vera, y con toda delicadeza la depositó en el lecho. se quitó la camisa y por un instante sintió vergüenza de que ella viera la piltrafa en que se había convertido; pero no se dejó intimidar y se colocó al lado de Vera, que lo miraba si decir nada, cediendo dulcificada mientras Darío le desabotonaba pausadamente el vestido.

Quedaron los dos cuerpos totalmente desnudos y fueron explorándose, recorriendo los territorios que un día les pertenecieron y ahora reconquistaban. Darío acariciaba los pechos de Vera que, al contacto con las manos de él, recobraban la firmeza y la frescura de la juventud. ella sostenía con sus manos el miembro de Darío, que florecía y cobraba la fuerza y el vigor de antaño.

Los cuerpos comenzaron a entremezclarse, a unirse, a acoplarse una vez más y, simultáneamente, iban, a cada beso, a cada caricia, rejuveneciendo en una especie de resurrección que los transformaba nuevamente en la pareja alegre y soñadora de las fotografías. Juntos, conjugados los cuerpos y las almas, recapitularon los olores, los jadeos y sudores alcanzando, cuando ya no lo creían posible, el clímax más fastuoso y emitivo de sus vidas.

V.
La mañana llegó cargada de sol y del canto de las aves. Vera posaba su cabeza sobre el pecho desnudo de Darío, que la estrechaba con ternura entre sus brazos. Solamente se miraron fijamente a los ojos, y después de unir sus labios en un profundo beso, dijeron al unísono las primeras palabras ajenas a la rutina de más de treinta años: "..¡El Sena!.."

Entonces, Darío acercó el teléfono y marcó a la agencia de viajes para hacer la reservación.

18/4/09

La triada colombiana (Conclusión)

A lo largo de las cuatro intervenciones anteriores, establecimos a muy grandes rasgos los elementos y constantes más distintifvas de tres magníficos escritores colombianos: Héctos Abad Faciolince (Medellín, 1958) Fernando Vallejo (Medellín, 1942) y Rafael Chaparro Madiedo (Santa Fe de Bogotá, 1963-1995), a quienes consideramos como los más fieles representantes de un movimiento que busca nuevos vertederos en la literatura contemporánea de ese país sudamericano, vertederos que vyan más allá del genio de Gabriel García Márquez, y a quienes hemos dado en llamar la tríada colombiana.


Como ya habíamos dicho y como hemos visto en los post anteriores, estos tres autores poseen estilos y formas muy particulares y diferentes para abordar un tema común: la realidad cotidiana de un tecrer mundo despersonalizado, violento y desesperanzado, víctima de los embates del exterior, en el que los integrantes de la sociedad buscan desesperadamente un punto al cual aferrarse para encontrar un sentido para continuar con vida, para seguir adelante. Por eso, la ironía es parte fundamental en estos tres escritores, porque sólo a través del sarcasmo es posible tomar fuerzas y enfrentar una verdad que parece que no da opciones: las cosas están mal. Sea que se aborde en forma de rabia contenida, de crítica estética,o de alucinación, la ironía se presenta para protestar, para burlarse, para llorar esa realidad en la que vivimos y tomar conciencia de la bajeza de nuestra condición humana.

Por otra parte, es pertinente señalar que en medio de la desazón no todo es dolor, aún cabe el lugar para mores desesperados como los de Abad; tiernos y al mismo tiempo violentos, como los de Vallejo; y extraviados y alchólicos como los de Chaparro; pero todos estos, amores al fin. No importa cuan rudo pueda ser el mundo en los que se desenvuelvan los personajes de cada historia, el amor está en ellos como recordatorios de esa necesidad de trascendencia y de derrotar al hastío que les han heredado las generaciones pasadas. No importa si se trata de seres maduros o jóvenes, en el mundoi que aborda la literatura colombiana el amor y la pasón son las únicas formas posibles para purificar el alma y abatir la soledad del espíritu. A través de la búsqueda del amor, los tres autores establecen una metáfora, una alegoría de esa búsqueda interminableen la que bregamos todos (seres de ficción y de realidad) del acicate que nos otorgue por fin esa estabilidad tan prometida porpolíticos y empresarios y que resulta cada vez más difícil de alcanzar.
Además, cada miembro de esta tríada da en el cuerpo de su obra el respironarrativo en los que la poesía, directa o indirectamente, crea imágenes de gran valor y emotividad, en los que tanto personajes como lectores pueden fugarse y sobreponerse a la crudeza y la desesperación de cada historia, consiguiendo preñar sus textos de un ritmo narrativo más cadencioso, que permite al lector dejarse llevar por una cadencia que fluye y nos lleva sin contratiempos al punto final. Porque en eso, sí comparten un elemento con García Márquez: su capacidad y conocimiento de la técnica literaria, les permite crear el caos, desmembrarlo y detenerse en cada elemento, recrearlo y echarlo a volar hasta alcanzar el punto final, que aunque suene extraño, en ellos es invariablemente el fin del punto; esto es, su poder de contundencia les permite no dejar ningún hilo suelto, de forma que al estampar la última palabra, el último signo de puntuación, ya no hay nada más por decir.

Otro punto de convergencia en los tres autores a losq ue nos referimos, es la necesidad de reflejar a través de la ficción, una realidad que no es privativa de los colombianos, sino de toda América Latina, que desde hace un par de décadas pareciera a la deriva, sometido a los vientos que quiera soplarle el norte. Pero atención, no s etrata de una reproducción del esquema del realismo socialista, en el que no existe posibilidad alguna para disparar la realidad hacia los confines de la fantasía.

Por el contrario, la realidad de la que hablan Abad, Vallejo y Chaparro, es más libre y puede sobrepasarla la fantasía en cualquier momento, sea para sublimarla y aligerar al lector de tan dura carga, o bien extralimitándola y exagerando el conflicto y proyectándolo a los terrenos de lo fársico. Pero en los tres casos, el discurso es violento, certero, directo y fiel al estilo de cada autor; se llaman las cosas por su nombre y se hacen patentes a cada momento las facetas de la conducta humana, su forma de pensar y sus necesidades vitales, acaso con la intensión de denunciar la inconformidad de la gente común, la suya propia, o simplemente para divertir al lector o a sí mismos; pero nunca haciendo una literatura fácil o de caracter panfletario. No s etrata de hacer recuentos inútiles de situaciones violentas, de excesos sin sentido y regodearse e la escoria para protestar de todo y de todos sin ofrecer ninguna salida. De ningún modo. Se trata precisamente de buscar en el corazón mismo de la tragedia cotidiana, cuando menos un destello fugaz de belleza y de esperanza, de proponer un mundo aunque sea imaginario, en el que las cosas pueden ser mejores, en las que ni políticos ni empresas extranjeras, ni dueños del dinero puedan manipularnuestros sueños ofreciéndonos una felicidad de plástico.

Dicen que un autor crea su obra como una forma de escaparse de la realidad en la que vive, para crear una más acorde con sus expectativas, y en estos tres casos, a nuestro parecer, dicha hipótesis queda comprobada a la perfección, porque ¿qué mejor de destruir una realidad que nos oprime, sino recreándola?

11/4/09

La tríada colombiana (Parte 4)

Continuando con los comentarios sobre rafael Chaparro Madiedo, el tercer representante de la tríada colombiana, nos avocaremos en este post al trabajo más relevante de este joven y desaparecido escritor, el mismo que le hiciera acreedor en 1992 al Premio Nacional de Literatura y un año después a una nominación al Premio "Rómulo Gallegos", considerado como uno de los reconocimientos literarios para los creadores latinoamericanos: la novela Opio en las nubes.

En principio, Opio en las nubes no cuenta una sola historia, no se refiere a un personaje principal, alrededor de quien transcurren todos los hechos, sino que se trata de una serie de episodios que experimentan los diferentes personajes a través de sus alucinaciones y recuerdos, y que se entrelazan para dar cuerpo y forma a la verdadera y única historia: la desesperanza, la apatía y la inercia de toda una generación, como resultado de errores heredados, ambiciones voraces, la despersonalización y la pérdida absoluta de un sentido concreto que dar a la existencia.

La atmósfera general que envuelve a la novela es la de un
a muerte en vida totalmente asumida por los personajes, quienes transcurren por las calles de una Bogotá imaginaria, ajenos a la realidad de su entorno y atrapados en rituales de inercia, sin más remedio que seguir adelante sin esperar absolutamente nada de ese caos existencial. pero no por ese hecho debemos pensar que se trata de una de esas obras aburridas o deprimentes; por el contrario, la obra que nos ofrece Rafael Chaparro resulta tan adictiva como el vodka, el whisky y la droga que consumen los personajes de manera tal que, una vez comenzada resulta dejar la lectura hasta alcanzar la palabra "Fin",debido a la ironía con la que Pink Tomate, el gato de Amarilla, da testimonio de lo que sucede tanto en casa como en las ventanas que mira cuando sale a dar sus paseos por la ciudad, al igual que por la presencia constante de Jimy Hendrix, U2, the Beatles, los Rolling Stones y Nirvana, y el discurso desarticulado y lleno de firos del lenguaje en el que los personajes, saturads de alcohol, droga, cigarrillos "Piel roja" y rock, piensan y se conducen, desafiando magistralmente los principios de cualquier lógica posible.

Los personajes viven, sienten y se relacionan sin perder una de las cualidades fundamentales que los unen a lo largo de toda la nobvela: la soledad. Y precisamente en esa soledad, frecuentan lugares imposibles como el "Bar Kafka", o el "Café del Capitán Nirvana", escriben nombres en los espejos mientras hacen el amor en el baño de algún bar, sueñan con ser pastores de cebras en Zimbawe, o hacen declaraciones de amor en el interior de una ambulancia.

Su estructura narrativa es oblícua, ya que cada uno de los personajes se desenvuleve por su cuenta y salta del presente hacia el pasado de una frase a otra; pero lo que en verdad es relevante, es el ritmo narrativo que Chaparro consigue al dotar a su novela, echando mano de la figura musical de una balada (estrofa - puente - estribillo) para darle forma, incorporándole una fuerte carga de psicodelia literaria; es decir, los textos se organizan en una suerte de estrofas y se rigen por la repetición intermedia de ciertas frases que hacen las veces de estribillos ("trip trip trip, qué cosa tan seria...") lo que le da un ritmo propio a la lectura, además de crear a lo largo de la obra cientos de imágenes de carácter poético, en el que la percepción de los sentidos juega un papel primordial en el que ideas contradictorias y hasta alucinatorias cobra un sentido especial ("...ese perfume que sabía a doce de la noche, a mírame preciosa antes de que me muera..."), y crean un discurso con una lógica específica y desenfadada en la que resulta imposible la puntuación clásica y ortodoxa para contener la explosión de sensaciones con que los personajes viven su propia muerte, se desenvuelven y aman inmersos en el exceso y la desilusión de un mundo que les quitó cualquier oportunidad de Ser y Estar.

Y sin embargo, Opio en las nubes no sólo da espacio para el desaliento o el humor rabioso, crudo y corrosivo, sino que en el centro de la muerte misma, los personajes se aferran a una última esperanza de amor y belleza, como en el caso de Sven, al enoamorarse de la enfermera que lo atiende después de una congestión de drogas y alcohol en el "Bar los Moluscos", a quien dice: "...los dos estaremos presentes en el perfume de los árboles en las mañanas, seremos árboles, seremos hojas, seremos el viento, tranquila muñeca, nos desmoronaremos lentamente en las mañanas de lluvia, en las mañanas de sol, y luego cuando pasen los días no tendremos ni las mañanas, ni la lluvia, ni el sol, tranquila muñeca, también llevaremos vodka y whisky para ensopar los días, las mañanas y las noches, los minutos, las horas, las hojas, las nubes, el cielo, el aire, las calles, las montañas con alcohol, con ruido, con babas, con sudor. Tranquila muñeca..."

Todas estas caracteristicas han dado lugar a que se catalogue esta obra como una novela sobre el rock y los efectos que éste ha ocasionado en el mundo; pero nosotros creemos ue tal afirmación responde a un análisis superficial y sin contenido, ya que Opio en las nubes es mucho más que una simple enumeración constante de piezas musicales y efectos alucinógenos y devastadores de las drogas al erróneo estilo que, desgraciadamente, muchos escritores jóvenes han adoptado, creyendo que hacer una literatura contemporánea, es imitar (mal) obras como Trainspotting, Pul fiction, o Natural born killers. No, la novela de Chaparro Madiedo es un fiel retrato de una realidad existente en nuestros días, en la que cualquiera de nosotros podríamos ser Sven o Amarilla, Gary Gilmour, Marciama, Max, o incluso el propio Pink Tomate (A quien se ha definido como el alter ego del propio Rafael), como resultado del desequilibrio ideológicoy la ausencia absoluta de líderes en quién confiar en este planeta.

Por otra parte, y desde un punto de vista estilístico, Rafael Chaparro Madiedo consiguió demostrar en un viaje de menos de doscientas páginas su capacidad como narrador, y como conocedor profundo del lenguajelo que le da la autoridad total para darle vuelta, desmembrarlo y volverle a dar forma (Su forma), en la que el caos es el único orden posible.

Estas son, en breves líneas, las razones por las que opio en las nubes resulta para nosotros una novela obligada para todos aquellos que quieren tener una visión de lo que podría denominarse como nueva literatura colombiana, que va mucho; pero mucho más allá del realismo mágico, y constituye el paso definitivo para salir de Macondo y crear un nuevo universo de palabras y sensaciones con posibilidades casi ilimitadas.

Y son estas líneas, al mismo tiempo, un homenaje a un escritor que nos enseñó que la literatura aún puede ofrecernos nuevas posibilidades, tanto lúdicas como formales, y que por esas circunstancias extrañas del destino, dejó esta vida antes de tiempo.

7/4/09

La tríada colombiana (Parte 3)

En esta ocasión, toca ocuparnos del tercer miembro, el más joven y sin duda alguna, más especial para nosotros, de lo que hemos dado a llamar como la tríada colombiana: Rafael Chaparro Madiedo, de quien, debido a las circunstancias tan particulares que lo rodean, hablaremos en ésta y las próximas apariciones. Generalidades biográficas Rafael Chaparro Madiedo nació en Santa Fe de Bogotá el 8 de diciembre de 1963, ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida y en la que desarrolló su obra y su trabajo. Estudió, primero en el Colegio Bilingüe Helvetia, en la sección que se enseña Francés, y más adelante, cursó la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes de Bogotá, editando para dicha institución durante ese periodo el periódico Hojalata, en el que comenzó a dar muestras de su trabajo poético. Posteriormente trabajó en diferentes periódicos bogotanos, como el diario La prensa (1988-1995), en la que participó con una columna dominical dedicada a tratar temas diversos, en los que desde las primeras apariciones, perfiló su estilo de un humor cáustico. Además, incursionó en la televisión como guionista de la serie infantil “La Brújula mágica” y de los programas humorístico Quack y Zoociedad. En 1992, su novela Opio en las nubes, le hizo merecedor del Premio Nacional de Literatura, que otorga el Instituto Colombiano de Cultura y postulada al año siguiente para el "Rómulo Gallegos", la más alta distinción literaria entre los escritores latinoamericanos. Además, a mediados de la década de los ochenta, su trabajo como guionista radiofónico fue seleccionado en Alemania para producirse en ese país, y con Quack ganó el premio India Catalina, uno de los más importantes de su país en cuanto al trabajo de medios se refiere. Preparaba una nueva novela cuando murió a la edad de 31 años, el 18 de abril de 1995 en la ciudad de Bogotá, la cual quedó inconclusa; pero a pesar de que ya pasaron casi catorce años de su desaparición, su obra sigue conmoviendo a los nuevos lectores e inspirando a la nueva generación de escritores colombianos, pues hoy por hoy Opio en las nubes es una lectura obligada para todo aquel que quiera entender a la nueva literatura colombiana, y ha servido como base para adaptaciones como la puesta en escena dirigida por Favio Rubiano y el cortometraje escrito y dirigido por Iván Wlld, entre otros. En cuanto a su personalidad, siempre estaba escuchando a los Beatles, The doors, Cream, Pink Floyd y los Rollig Stones, entre otros, presencias recurrentes en su obra, al igual que la idea que tenía acerca de la ciudad, ese Bogotá caótico que le tocó vivir y en el que veía una personalidad propia y un vertedero para nuevas posibilidades. Con el dinero recibido con el premio, viajó a Europa y, congruente con la pasión musical que mostrara en la novela, visitó en París la tumba de Jim Morrison precisamente el día en que se celebraba su aniversario luctuoso, y se confundió fascinado con el remolino de gente que se reúne casi en forma ritual a escuchar la música del rey lagarto, tomar vino y a invocar el regreso de aquella leyenda del rock. También viajó a Cuba en donde realizó un curso de guión, en el que conoció al Premio Nobel de literatura 1982, Gabriel García Márquez, quien reconoció en la obra de Chaparro Madiedo una gran calidad. Su visión de la existencia tenía una marcado sentido de tragedia, tal y como lo refleja a lo largo de su obra, en la que trató de hacer la crónica de una ciudad, de una generación y de una época en la que la juventud del mundo entero comenzaba a sufrir los estragos de los sueños fracturados y la apatía de no contar con un sentido claro al cual aferrarse. Siguiendo la estructura que hemos venido estableciendo en nuestras apariciones anteriores, y atendiendo a lo que comentamos líneas arriba, los temas recurrentes en la obra de Chaparro es esa concepción trágica de la vida, pero dotada de una carga rabiosa e irónica que lo hace desmembrar las estructuras tradicionales de la literatura, en el caso de sus ficciones y poemas, o bien reflejar desde el más puro y ortodoxo estilo periodístico la transición de su ciudad hacia la “modernidad”, en la que un potrero convertido en centro comercial, un barbero o incluso un semáforo, eran temas trascendentes para entender la personalidad y la trasmutación de Bogotá. Su escritura es de un carácter propio en el que la experimentación desenfrenada es la base, dando giros al lenguaje, suprimiendo signos de puntuación y, debido a su pasión por la música, adopta como estructura a la balada como figura para dotarla de un ritmo particular a través del uso de estribillos, como si se tratara de una composición musical, en la que el alcohol, la violencia y la vida acelerada de la ciudad se hace patente a cada frase, imprimiendo en todo momento imágenes alucinógenas de un fuerza poética excepcional. Pero eso no es todo, como buen escritor, Chaparro Madiedo ha recibido estocadas por parte de críticos, como Mario Jursich Durán, que clamando por una escritura más “clásica” y “ortodoxa”, termina en su ensayo “El tour por la psicodelia”, sin proponérselo ni darse cuenta en revelar los aciertos y las cualidades que hacen precisamente de Chaparro, un gran escritor. Para terminar la primera intervención de Rafael Chaparro en este espacio, podemos describirlo tal y como aparece en la semblanza de su libro Opio en las nubes (obra de la que nos ocuparemos en nuestra propia aparición): “A los diez años fue envenenado por los Rolling Stones. A los veintiuno, Rimbaud lo dejó en estado de coma. Le gustaba ir a cine de tres solo, a cine de seis acompañado y a cine de nueve muy bien acompañado”.