29/5/09

El erotismo en Cortázar


Uno de los temas más difíciles de desarrollar en literatura, es sin duda, el erótico, dada la cantidad de tabúes que aún en nuestros días, presenta el entorno a cuestiones de carácter sexual. A decir de muchos, una de las principales complicaciones del erotismo, es que una coma mal puesta puede dar al traste con todo el resultado, transformando un hecho estético en un vulgar recuento de situaciones explícitas y en ocasiones (dependiendo del ojo con que se lea), hasta grotesco. Sea como sea, el universo del erotismo es sumamente amplio y exige una destreza y un talento que no cualquiera posee.

Sin embargo, esto no ha sido un obstáculo para que en todas las épocas y en todas las formas posibles, los escritores se aventuren en los derroteros del erotismo con resultados más o menos afortunados; pero siempre con la intensión de llevar, de evocar una de las actividades humanas que ofrece una de las más variadas gama de sensaciones, y transmitirlas a través de la palabra pura. Arsitófanes, Ovidio, Bocaccio, el Marquéz de Sade, Rebelais, Miller y Bokowski, son solo algunos de los grandes escritores que han abordado en mayor o menor medida esta forma de hacer literatura.

Y Latinoamerica no ha sido la excepción. Uno de los mayores exponentes del erotismo experimental es Julio Cortázar (1914-1984), en quien encontramos manejado sin tapujos, el tema erótico derramado a lo largo de su obra, pues este escritor argentino no cerró pudorosamente la puerta cuando sus personajes entraron en la alcoba, y se negó a hacer uso del mojigato recurso de los puntos suspensivos y supuestos "guiños al lector", para obtener una boba complicidad de silencio que pretende crear una idea estandarizada de las escaramuzas que suceden sobre la cama: "todos los amantes hacen lo mismo", y que no hacen más que denunciar la incapacidad para escribir escenas ínitimas, sea por prejuicios o por carencia de herramientas literarias.

Frente a esta técnica , Cortázar tenía la certeza de que las cosas eran exactamente al revés, "ninguno hace lo mismo", y dedicó múltiples pasajes de su obra a demostrarlo, pero no desde la mirada vulgar del voyeur, de el ojo espía por la cerradura, sino la del voyant, que hace precisamente lo contrario y cierra los ojos para que la imaginación aporte una visión más clara del asunto, traspasando con ello cualquier barrera.

En primer término va directo al punto, presentando el tema sin temor a exponerse personalmente, y en segundo, utiliza una de las debilidades de la literatura de los años sesenta para superarla y llevarla más allá, tal y como lo expresa en Último round (1969):

"Entre nosotros, el subdesarrollo de la expresión lingüística en lo que toca a la líbido vuelve casi simpre pornografía toda materia erótica extrema... El miedo sigue desviando la aguja de nuestros compases; en toda mi obra no he sido capaz de escribir ni una sola vez la palabra concha, que por lo menos en dos ocasiones me hizo más falta que los cigarrillos...

Pero aún y con estas afirmaciones, Cortazar no se detiene ante la falta de palabras para crear imágenes eróticas y va más allá, como hace en el capítulo 68 de Rayuela (1963), en la que recurre al glíglico, un vocabulario inventado por él, a través de Horacio y La Maga, y que surge como un revolución del lenguaje:

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

Otro buen ejemplo de la concepción de Julio Cortázar para abrdrar los temas sensuales, se traduce en El libro de Manuel (1973), en la escena qen que Marcos, estando en la cama al lado de la polaquita Ludinilla, dice:

...por ahí en novelas uruguayas, peruanas o bonaerenses muy revolucionarias del tema para afuera leés por ejemplo que una muchacha tenía una vulva velluda, como si esa palabra pudiera pronunciarse o hasta pensarse sin aceptar al mismo tiempo al sistema por el lado de adentro... pero si llega el caso vos a esto lollamás pelotas o huevos y se acabó, no es mejor ni peor que testículos y nosotros cojemos, vos y yo cojemos, cuando leo por ahí que la gente se acopla o copula me pregunto si es la misma gente o si tiene privilegios especiales...

Y lo más valioso es que no se trata de hablar por hablar "sin pelos en la lengua", sino que utiliza ese lenguaje exclusivamente donde se habla de asuntos eróticos, creando toda una poética a través de alusiones, de expresiones directas pero perfectamente medidas, alejadas de toda vulgaridad, incluso echando mano de las mismas palabras con las que podría consignarse una frase obscena, pero acuñada de forma tal que no se lee vulgar, no choca ni salta con la estética final de la historia en su conjunto:

...no, así no, le oí repetir, no quiero así, por favor, sintiendo mi pierna que le ceñía los muslos, liberando las manos para apartarle las nalgas, y ver de lleno el trigo oscuro, el diminuto botón dorado que se apretaba...
(Libro de Manuel)

Para Cortázar, lo que en definitiva le interesa del lenguaje erótico, es la dimensión metafísica, trascendente del acto sexual, prueba de ello es el capítulo 41 de Rayuela, en la que Horacio y Traveler, los dos amigos separados por el abismo que se abre entre sus respectivas ventanas, tienden cada uno un tablón que sostienen con sus piernas, para que Talita, la mujer de Traveler, deseada por Horacio, atraviese las alturas y vaya de un cuarto al otro para llevar un paquete de mate. La posibilidad de "pasar al otro lado" por la vía erótica, no requiere para Cortázar de ninguna escena sexual, le basta la imagen de esa mujer que, a caballo sobre el tablón, avanza apoyando las dos manos y levantando la grupa hasta posarla un poco más adelante.

La forma de manipulación que Cortázar hace del lenguaje para abordar el tema erótico, producen una nueva forma de crear una serie de imágenes sugestivas y de gran fuerza estética, como en de Ciclismo de Grignan, inlcuído en Último round, donde mieitras el protagonista conversa con dos amigas en una plaza, una adolescente se masturba (¿inconscientemente?) per angostam via con el asiento de su bicicleta:

...Un y otra vez la gruesa punta negra se insertaba entre las dos mitades del joven durazno amarillo, lo hendía hasta donde la elasticidad de la tela la dejaba, volvía a salir, recomenzaba...

La descripción de la escena consigue la eficacia necesaria para enriquecer y matizar el relato, utilizando un elemento que, sin esa sensibilidad, sin esa capacidad para dominar las palabras, el texto aparecería como un mero relato pornográfico, vulgar, simplón.

Por esta capacidad de desarrollar el erotismo, aunado a muchos otros elementos que ya iremos comentando en posteriores ocasiones, Julio Cortázar ha alcanzado el carácter de Gran Maestro de la literatura latinoamericana del siglo XX, uno de los santos patronos de este espacio y referencia obligada para todo aquel que quiera hacer ficción, que desea explorar el erotismo como forma de expresión artística.

23/5/09

Se nos fue


El domingo pasado, llegó una noticia verdaderamente triste. Ese día, a los 88 años, murió en entrañable escritor Mario Orlando Hardy Brenno Benedetti Farrugia; es decir, Mario Benedetti.

En toda esta semana se ha hablado hasta la saciedad de la importancia de este escritor uruguayo, de su perenne congruencia política, de su importancia para las letras latinoamericanas; etc. y lo único cierto y contundente, es que Don Mario se nos fue y ya no nos será posible encontrar nuevos poemas y nuevas historias suyas. Y eso duele, porque más allá de que jamás nos entrenaron para dejar ir, para desprendernos, desde hace un tiempo han comenzado a morir y desaparecer personas que, queridas o no, forman parte de mi biografía personal, y su partida se siente como si se fuera con ellos una parte de mi vida, dejando un sabor a disolvencia, una sensación de que me voy desvaneciendo en el devenir histórico. Y tal vez por eso, más que hacer un análisis del trabajo de Benedetti, o una semblanza de su biografía y su pensamiento, la intención de este post es la de tratar de rescatar un poco de esa historia en la que este escritor estuvo indirectamente implicado marcando de alguna manera los pasos que me llevaron a lo que ahora soy.

Mario Benedetti apareció en mi vida cuando yo tenía unos doce o trece años más o menos. En cierta ocasión, mi hermana Arcelia que en ese entonces estaba en el grupo de teatro de preparatoria con la profesora Amanda Obregón (órale, aún me acuerdo), organizó una reunión en casa con sus compañeros y entre la bulla, las bromas y hasta el show de uno que cantó y actuó Dos horas de balazos de Chava Flores, todos terminaron recitando todos en coro dos poemas: La niña de Guatemala de José Martí, y No te salves.

El poema de Martí ya lo conocía por una versión musicalizada de Óscar Chávez; pero hubo algo en las palabras de aquel poema, esa súplica que sonaba desesperada, que me cautivó desde el primer momento. Puse etención y escuché que se trataba de un poema de Mario Benedetti, así que comencé la búsqueda. De manera furtiva, me metí al cuarto de mi hermana, quien, como buena lectora compulsiva y apasionada, contaba con una colección de libros muy grande, a buscar el famoso poema; y confiezo que hasta ese momento, más que una cuestión estética, lo que me movía era una curiosidad por releer lo que el poema decía, y tratar de encontrar la razón por la que me había movido tanto.

Primer problema: en uno de los libreros encontré, perfectamente acomodados cerca de diez o doce libros de Editorial Imagen que ostentaban el nobre el autor en portadas de tonos pastel, ¿en cuál vendría? Originalmente pensé que todo era poesía; pero no, al ir revisándolos uno a uno descubrí que ese señor uruguayo también escribía teatro, cuento y novela. La solución más fácil era descartar todo lo que no fuera poesía.

Segundo problema: Recordaba vágamente el poema; pero no tenía ni la menor idea de cómo se llamaba, así que tocó escoger uno al azar. Corrí con suerte, pues escogí Poemas de Otros (1974). Al principio, mi idea era leer el principio de cada poema para ver si me sonaba; pero fue imposible, desde el primero me quedé atrapado entre las palabras de Benedetti y terminé leyéndolo por completo. Había (hay) algo en su escritura que causaba algo que aún no he podido definir; pero que me causaban paz, placer y... no sé, era como una sobrecarga de endorfinas a cada palabra a cada verso. De ahí en adelante, y a pesar de los periodos en que no le dedicaba tiempo, se volvió una lectura obligada y recurrente.

Después leí una novela, Primavera con una esquina rota (1982), que, a mi parecer es una de sus mejores novelas, incluso por encima de La tregua -1960-), y recuerdo que quedé pasmado con ese final abierto que te deja en la angustia, además de la forma como retrata no sólo la vida en el exilio de aquellos que tuvieron que irse, sino de los que se quedaron presos por años, víctimas de torturas y toda la bruralidad de las dictuaduras latinoamericanas.

A los pocos años, Benedet
ti fue de gran ayuda en mis primeros escarceos amorosos de adolescente, recurrí, como muchos de mi generación, a Te quiero, Táctica y estrategia, Hagamos un trato, y fragmentos de A la izquierda del roble, para endulzarle en oído a la niña en cuestión, y por más que la gente reniegue de esas cosas, funcionaban a la perfección. Poco después, cuando llegó lo quizá se dice el primer amor de verdad, una mujer en toda la extensión de la palabra y a quien debo en buena parte que haya encontrado esta obsesión por poner en el papel todo cuanto imagino, y esta mujer me prestó un LP de la cantante argentina Nacha Guevara, Amor de tierra grande (1977), y en él se incluían muchos de los poemas de Benedetti musicalizados por Alberto Favero, y el descubrimiento fue mayúsculo, pues ya no sólo era leerlos, sino escucharlos con el sentmiento y la fuerza interpretativa de aquella mujer. Más tarde llegaron a mis manos y oídos las fabulosas grabaciones que hiciera con su gran amigo y compañero de luchas Daniel Viglietti e incluso las grabaciones de sus poemas en su propia voz plácida, ténue y evanecente.

Los años continuaron pasando y Benedetti seguía ahí, cada que salía un libro de él, trataba de comprarlo inmediatamente para devorarlo, en las presentaciones que hizo, lo mismo, y por más que en algunos círculos intelectuales muchos poetas, incluso uruguayos, hablaban pestes del hombre, a mí me siguió pareciendo, más allá de las cuestiones técnicas y estéticas, un escritor entrañable, por la forma de llegar, así, tan de tú a tú al lector, la sencillez de sus versos y la forma de evocar sensaciones y sentimientos sin mayores complicaciones retóricas, de forma directa como cualquier mortal las sentimos o percibimos.

En la lectura de Benedetti, siempre sentí que no se trataba de una relación pasiva, sino de un diálogo en la que yo, como lector, traspasaba las fronteras del papel para convertirme en testigo y a veces protagonista de las historias y los versos que perge
ñaba, y eso, a mi parecer es lo que lo hizo grande, un poeta, un escritor del pueblo, porque él era uno de ellos que vivió y gozó y sufrió a su lado, que fue un hombre común, encerrado en la grisedad de una oficina,q que supo reflejar en sus palabras al hombre de su tiempo y los ideales que, por muy modificadas las modas y tendencias aún siguen en pie.

En 1994 más o menos entré a cine por ocio y me tuve un nuevo descubrimiento. Se trataba de El lado oscuro del corazón, del argentino Eliseo Subiela. Escuchar y ver a Darío Grandinetti convertido en Oliverio, escapando y seduciendo al mismo tiempo a la muerte (Nacha Guevara) con poesías de Benedetti y de Girondo, hizo que me viera reflejado en la historia, pues en esos momentos vivía una cruda etapa de dudas, inseguridades y miedos en la que estuve a poco de claudicar del todo, luchando en contra de una muerte en vida y buscando a la que vuela. Y por si fuera poco, encontrar, perdido en la pantalla al propio Mario convertido en marino recitándole Corazón coraza en alemán a una aburrida rostituta uruguaya, fue un detalle que terminó de trazar el camino que debía de emprender, llegaban los tiempos de las decisiones valientes, y sin duda esa película, parezca lo que parezca, tuvo mucho que ver.

Por eso, al enterarme de su deceso, vinieron a mí una congoja y un vacío muy grandes, y de inmediato llegaron a mi mente las imagenes de las entonces niñas a las que les dije al o
ído sus poemas, de la última vez que vi al señor en el Palacio de Bellas Artes, donde nos apostamos en la explanada y el señor, aunque su presentación era dentro, salió y nos dedicó algunos de sus poemas, de su voz de viejo tierno, cálido y entrañable; y me vi a mí a los catorce o quince años rasguñandop páginas tratando de escribir tan sólo un par de frases que tuvieran la mitad de la fuerza evocadora que él conseguía con aparente facilidad; me vi lleno de sueños ideas e ilusiones, añorando un mundo que aún no llega; pero por el que sigo luchando, ya no tanto por mí, sino por Antara y por Silvio, y esa congoja se covirtió en un llanto interno, callado, quedo que concluía que Benedeti se nos fue, dejándome como en uno de sus poemas: jodido (por no poder contar más con nuevos poemas e historias suyos) y radiante (porque despues de todo, nadie, absolutamente nadie, me va a quitar la oportunidad de reencontrarlo en sus libros, en su voz)... y también viceversa.


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Resumen de noticias y recuento de los daños
Esta semana, además de la pérdida de Don Mario, estuvo llena de caos y cosas raras.

Domingo 17: Muere Mario Benedetti
Lunes 18: A medio trabajo, nos evacúan por una amenaza de bomba. Encontraron un artefacto; pero hasta el momento no se sabe nada de nada, nadie dice nada.
Martes 19: Arraigan al Secretario de Seguridad Pública y al titular de la Policía Metropolitana de Cuernavaca por nexos con el narco ¿y el Gobernador no sabía nada? Cualquiera de las respuestas posibles está del carajo.
Miércoles 20: Motín en el Reclusorio Sur del DF (y ya van varios en menos de mes y medio en todo el país, incluyendo una fuga de reso en Zacatecas hace unos días)
Jueves 21: El PIB cae 8.2% (y regresan los recuerdos de 1995), mientras en Los Pinos, festejan que eminencias científicas como Raphael y Joaquín Cortez, hacen un reconocimiento público a Felipe Calderón por salvar al mundo de la influenza
Viernes 22: Sismo de 5.9 grados (y me agarró en el octavo piso de un edificio que lo ves fíjamente y cruje)
Y lo peor de todo, levantan la alerta por la influenza (lo cual es bueno); pero por lo tanto, toca volverse a poner corbata... eso sí es una verdadera tragedia.

16/5/09

Un viejo canto dinámico y renovador

Desde hace medio siglo, Cuba es un tema recurrente y centro de polémica y controversias ideológicas debido a los procesos políticos y sociales experimentados por la isla caribeña a lo largo de estos años. Opiniones en contra y a favor van y vienen; pero es un realidad que, por muchos factores, Cuba ocupa un lugar muy importante dentro de la historia reciente. Y uno de estos factores es, precisamente, un fenómeno cultural que si bien surgió al amparo de la revolución y guarda una relación directa con ésta, ha conservado cierta independencia y transformó desde su surgimiento formal a la historia de la tradición musical latinoamericana. Nos referimos a a la nueva trova cubana.

La raíz de este movimiento la encontramos en pleno movimiento armado. De forma similar a lo que en México sucedió con el corrido, mientras el M-26 luchaba en la sierra, algunos trovadores comenzaron a narrar la epopeya guerrillera en sus canciones, como una forma de dejar un testimonio algo juglaresco de los logros y las ideas enarboladas por la revolución en marcha, y años después, tras el triunfo de la revolución. Una de las figuras más importantes de esta época es, sin duda Carlos Puebla, quien toma los elementos de la trova tradicional cubana y los insufla con letras que evocaban los triunfos revolucionarios en la isla, respondiendo a esa necesidad de expresar el sentir de un pueblo que comenzaba a probar las mieles de la victoria y la libertad después de tres décadas de represión y desigualdad.

Poco después, a mediados de la década del sesenta, una nueva generación de jóvenes trovadores, aún de forma individual, comenzaron a componer canciones con un ánico común: hacer suya la voz de la juventud cubanaque se alzaba para dar a conocer las transformaciones que se experimentaban en Cuba. Su forma de compone llamó de inmediato la atención, ya que fusionaban el canto tradicional con otros ritmos y tendencias que en ese momento no eran bien vistos del todo por parte del gobierno revolucionario, por lo que en un primer momento fueron censurados. Sin embargo, estos trovadores continuaron con su labor, siempre comprometidos con la causa revolucionaria, consolidándose hacia finales de los años sesenta coesionándose hasta constituirse como un grupo y un movimiento que trascendería hasta nuestros tiempos.

Son tres los momentos definitivos los que marcan el surgimiento de la nueva trova cubana tal y como la conocemos actualmente:

  1. A instancias de Haydee Santamaría, directora de la Casa de las Américas, varios de estos jóvenes comienzan a reunirse en torno a ella a partir de 1967, intercambiando música, conocimientos e ideas sobre lo que debe de ser la nueva canción revolucionaria, y participan en festivales culturales y en grabaciones colectivas, por lo que empiezan a ser identificados, ya no de forma individual, sino como un grupo, lo que hace mayor su aceptación entre el público. Entre estos festivales, es en uno ofrecido el 18 de febreo de 1968 por Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola, que se comeinza a hablar de la nueva trova cubana.
  2. Dos años más tarde, en 1969, el Instituto Cubano de Artes e Industria Cinematográfica (ICAIC) funda el Grupo de Experimentación Sonora (GES), y bajo la dirección de Leo Brower, convergen los trovadores como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola, Sara González y Eduardo Ramos, entre otros, y que son considerados como los fundadores de la Nueva Trova Cubana. A partir del objetivo original del GES, que era la creación de música para las prodicciones del Instituto, estos trovadores comienzan a establecer las bases para la renovación de la música popular cubana, basados en la búsqueda de fusiones entre los géneros tradicionales de Cuba con el jazz, el rock, la música "clásica", la samba, y en general, con la música tradicional de otros países latinoamericanos y caribeños, alcanzando niveles de realización que ya tenían otros países como Brasil, y fundando sus esfuerzos en profundos estudios sobre las diversas disciplinas de la compusición musical como armonía, instrumentación, orquestación, fuga, contrapunto, formas musicales, electroacústica y técnicas de grabación. Fue durante esta etapa en que utilizaron por primera vez los recursos de grabación y la cinta magnetofónica como elementos actuantes en la realización musical. es en este verdadero grupo de experimentación, donde surgen ya como solistas varios de los principales representantes de este género musical.
  3. Como resultado del auge que adquirió el trabajo del GES y del creciente número de artistas que se sumarona la propuesta, el 1 de diciembre de 1972 se celebró un festival en la ciudad de Manzanillo, quedando formal y oficialmente fundado el Movimiento dela Nueva Trova Cubana. Este festival contó con la participación de cincuenta y seis jóvenes cantauores que expresaron, cada uno con su particular estilo, los principales temas de esa nueva canción cubana: la patria, el amor y la revolución.
A partir de entonces muchas cosas han pasado, muchos se quedaron en el camino sin conseguir el reconocimiento y triunfo internacional, otros conquistaron un lugar como los máximos exponentes del movimiento y que mediante canciones como Cuba va, La era está pariendo un corazón, Girón, la victoria y Para una imaginaria María del Carmen, han relatado la historia reciente de su pueblo y la conformación de una nueva nación, SU nación, con todas sus virtudes y sus defectos, constituyéndose como portaestandartes e inspiración para nuevas generaciones de trovadores como Frank Delgado, Gerardo Alfonso, Liuba María Hevia, Santiago Feliú y Karel García.

Actualmente, al referirnos a esta corriente musical, podemos hablar ya de tres generaciones:
  • Los fundadores (60's): Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola, Eduardo Ramos, Lázaro García, Augusto Blanca, Alejandro García "Virulo", Amaury Pérez, Sara González, Vicente Feliú, el grupo Manguaré y Enriquito Nuñez, entre otros;
  • La novísima trova o generación de los topos (80's): Frank Delgado, Carlos Varela, Santiago Feliú, Alberto Tosca, Donato Poveda, Aabel López, Gerardo Alfonso y José Antonio Quezada entre otros. Es la segunda generación de la nueva trova cubana y surge entre duras condiciones, y se desarrollan de una forma apegada a la primera generación; pero hay un cierto rompimiento en el estilo. Son los primeros que se conforman desde un inicio como grupo coesionado.
  • Tercera generación: Trío Enserie, Karel García, grupo Buena Fe, Eduardo Calero, Vanito Brown, Gema y Pavel, grupo Habana Abierta, Diego Cano y Liuba María Hevia, entre otros. Es la generación ás reciente surgida en los finales de la década del noventa y principios de la del dos mil. Se trata de trovadores jóvenes que se retroalimentan de la ya establecida tradición de la nueva trova y comienzan a fusionarla con ritmos más contemporáneos y en algunos casos ciertas influencias del pop latinoamericano; pero sin restarle calidad a sus composiciones ni perder la raíz original de la nueva trova.
En su casi medio siglo de existencia, la nueva trova cubana se ha identificado y servido como base de diversas manifestaciones musicales como la canción de autor española, el nuevo canto latinoamericano, la canción social, o la canción informal, estableciendo lazos con trovadores de México, Argentina, España, Uruguay, Chile, Brasil, y Nicaragua principalmente, reuniéndose en festivales, realizando conciertos masivos y, sobre todo, compartiendo la búsqueda común de nuevos sonidos y modos de expresión que integren las luchas de su época y la realidad en la que viven.

Este contacto con otras corrientes musicales, ha mantenido a la nueva trova cubana como un modelo dinámico y en permanente renovación, dejando de ser panfleto para convertirse en un canto más cotidiano; pero sin perder su base y razón de existencia: hacer canciones que no solamente se oigan, sino que se escuchen, y tratar de dejar una enseñanza, una semilla en los corazones de la gente de amor a la patria, defensa de las ideas, respeto y autodeterminación, todo esto con el uso de palabras comunes y corrientes. Sin embargo, esta cualidad no implica composiciones fáciles o simplistas, sino todo lo contrario, pues estas canciones crean metáforas vivas y complejas, transformando un lenguaje cotidiano en un universo cargado de imágenes de sentido múltiple, consolidando una expresividad delicada, y al mismo tiempo enardecida.

Aún ahora, al pensar en esta música, no podemos hacer a un lado la imagen del trovador aferrado a su guitarra; pero fiel a la naturaleza de esta corriente, los contenidos han evolucionado y la nueva trova se mantiene vigente a pesar del bloqueo a la isla, las nuevas tendencias globalizadoras y los propios errores de la revolución cubana, y todos los integrantes de esta nueva trova se mantienen luchando desde sus trincheras hechas de notas y cantos, comprometidos con su labor creativa y la responsabilidad asumida con sus ideas, más allá de las discusiones, controversias y modas políticas.

9/5/09

La escalera

Ramiro la encontró justo cuando meditaba sobre su vida y concluía que ya no había remedio, que nada le quedaba por esperar mas que la muerte. Era una mujer robusta, quizá no tan hermosa como pudiera pensarse: su cabello castaño caía sobre sus anchos hombros ocultando un largo cuello de piel blanca y sobrepoblado de vello, algo así como la corteza de un durazno. Podría tratarse de una persona cualquiera, de esas que pasan desapercibidas entre la muchedumbre que, aún acompañada, vaga solitaria a lo largo y ancho de un centro comercial. Sin embargo, esos ojos grandes y claros que eran como su historia, iban confesando a su paso mil cosas de aquella mujer que venía lenta, ligera y fugaz hacia Ramiro, hicieron que el alma de éste se entregara prisionero a ella desde el primer instante, mientras bendecía a las escaleras eléctricas que se la llevaban como un regalo.

Mientras la veía bajar en la escalera vecina, Ramiro trataba de escrutar qué era lo que llevaba dentro esa mujer que lo envolvía en un halo de luz que le revolvía las entrañas y lo incitaba a dar salida a sus sueños más secretos. Ella, por su parte, bajaba sin darse cuenta de la expectación que había causado en Ramiro.

Podría hablarle o esgrimirle la mejor de sus sonrisas, o simplemente no decir nada, seguir de largo y conrinuar como si nada hubiera sucedido; pero ¿cómo sería posible olvidar aquella mirada, que se mostraba como su más fiel y seductor espejo? ¿Cómo dejar ir a esa mujer que con sus solos ojos consiguió despertar en él sentimientos y deseos que olían a guardados de tanto esperar, y estaban tan extraviados e la inmensidad de su cuerpos eco, largo y marchito, que pesadamente cargaba sesenta y tres años de soledad?

Estaba resuelto: debía abordarla a como diera lugar. Le explicaría todo y ella entendería... es más, sintió la seguridad de que en ese preciso instante ella, mientras bajaba por las escaleras hacia su encuentro, estaría sintiendo y pensando lo mismo que él.

Todo estaba arreglado: "...un café, algo de charla, y lo demás será como deba ser...", se dijo a sí mismo mientras adoptaba la mejor de las posturas que le era posible a un hombre con gota y huesos que daban las primeras muestras de artritis.

Los nervios y la expectación crecían a cada segundo. Ramiro subía y ella bajaba y el encuentro estaba por sonsumarse de un momento a otro, abriendo para ambos todo un mundo de posibilidades. Instintivamente, Ramiro cerró sus temblorosos y húmedos puños a la espera de que la escaleras los colocaran frente a frente, para desatar una reacción que ni el proceso en entropía universal podría igualar. Ella estaba cerca, cada vez más cerca de Ramiro, a punto de ingresar al mismo espacio que daría origen a la vida misma. a la muerte de tantos y tantos años de infinita soledad.

Y fue justo en el momento en que se cruzaron los cuerpos, que ella posó la mirada directamente en los ojos de Ramiro, pulverizando en él cualquier iniciativa, ya que extasiado, se dejó abrazar por el par de ojos que lo abordaron por completo, dejándola pasar de largo sin emitir sonido alguno.

Reaccionó unos segundos después; trató de retroceder, de emprender la carrera para alcanzarla, para impedir que se marchara; pero era tarde: la escalera continuó insensible y mecánica su camino hasta la planta alta sin que nada ni nadie pusiera evitarlo, mientras Ramiro se quedó impotente, desesperado y más solo que nunca, sin otro remedio que mirar cómo la mujer se perdía entre la gente y maldecir a Jesse Reno, a Charles Seeberg y a OTIS, que fabrican escaleras que dan y quitan sin la menor consideración.

3/5/09

El tren

I

Todo estaba listo: carta de despedida; latas para el camino; tres pantalones de mezclilla; dos camisetas; calzones; botas; el ipod con su respectiva carga de música; los ahorros de tres años; y sobre todo, el ansia de volar y ser libre. Cuando la madrugada comenzaba, tomó sus cosas y partió.


Y una vez en la estación del tren, comprendió que la vida era algo más que la rutina diaria del pueblo, la sujeción a la autoridad paterna y la expectativa de morir igual que como se nació: sin nada. A partir de ese momento todo sería diferente para él. Frente a la pizarra de los destinos, con el fajo de billetes en la mano, encontró el real significado de todo: estar ahí, parado y con el destino a su alcance, con la posibilidad de tomar las riendas de su vida y elegir el rumbo. Por primera vez sintió el sabor dulzón de aquella felicidad que brota desde lo más profundo del espíritu y embriaga al corazón más escéptico.



II

Por un momento distrajo su atención y observó los rostros de los que iban y venían y no pudo abstenerse de sentir pena por aquellos personajes anónimos, secos, presos de una inercia que a él, estaba seguro, jamás lo absorbería. Después continuó mirando la pizarra. Leía una y otra vez todos y cada uno de los destinos posibles sin decidir por dónde comenzar, cuál sería el mejor camino para iniciar lo que pensó era un verdadero nacimiento. Tal era la emoción que lo embargaba, que sin percatarse de ello comenzó a fantasear respecto a su futuro.


Se vio instalado en el vagón, junto a la ventanilla abierta que permitía al viento besar su rostro, sintió su pelo revoloteando sin control mientras ante sus ojos desaparecían los últimos vestigios del ayer que lentamente iban escondiendo las montañas. Se vio llegando a cualquier lugar, dueño de sí mismo, caminando por calles nuevas y hermosas, respirando un nuevo perfume exótico y hechizante; llegando a la sombra de un árbol que guardaría sus noches a partir de ese momento. Vio un trabajo nuevo y atractivo que lo hacía crecer, que llenaba sus anhelos des trascendencia. Vio su persona reconocida en todas las miradas y sintió el calor de la gente que seguía su ejemplo y lo levantaba en banderas multicolores.


Imaginó que venían miles de caminos que lo llevarían a millones de experiencias extraordinarias en un sólo hombre. Pudo conocer de antemano el cuerpo de una mujer buena y hermosa que terminaría de dar forma a su mundo, siendo al mismo tiempo el remanso y el motor de sus días, y finalmente, la culminación en un bultito de carne suya entre sus brazos... En fin, todo sería felicidad.



III

Cuando por fin volvió a la realidad, ya estaba más que convencido de hacia qué destino comprar el boleto de viaje, ese que marcaría el comienzo de ese cúmulo de cosas maravillosas que le esperaban. Sin embargo, era muy tarde ya: la estación del tren había cerrado hacía veinte años y se encontraba abandonada, ocupada únicamente por un ser, que sin darse cuenta, vivió una vida que nunca más podría vivir.