3/5/09

El tren

I

Todo estaba listo: carta de despedida; latas para el camino; tres pantalones de mezclilla; dos camisetas; calzones; botas; el ipod con su respectiva carga de música; los ahorros de tres años; y sobre todo, el ansia de volar y ser libre. Cuando la madrugada comenzaba, tomó sus cosas y partió.


Y una vez en la estación del tren, comprendió que la vida era algo más que la rutina diaria del pueblo, la sujeción a la autoridad paterna y la expectativa de morir igual que como se nació: sin nada. A partir de ese momento todo sería diferente para él. Frente a la pizarra de los destinos, con el fajo de billetes en la mano, encontró el real significado de todo: estar ahí, parado y con el destino a su alcance, con la posibilidad de tomar las riendas de su vida y elegir el rumbo. Por primera vez sintió el sabor dulzón de aquella felicidad que brota desde lo más profundo del espíritu y embriaga al corazón más escéptico.



II

Por un momento distrajo su atención y observó los rostros de los que iban y venían y no pudo abstenerse de sentir pena por aquellos personajes anónimos, secos, presos de una inercia que a él, estaba seguro, jamás lo absorbería. Después continuó mirando la pizarra. Leía una y otra vez todos y cada uno de los destinos posibles sin decidir por dónde comenzar, cuál sería el mejor camino para iniciar lo que pensó era un verdadero nacimiento. Tal era la emoción que lo embargaba, que sin percatarse de ello comenzó a fantasear respecto a su futuro.


Se vio instalado en el vagón, junto a la ventanilla abierta que permitía al viento besar su rostro, sintió su pelo revoloteando sin control mientras ante sus ojos desaparecían los últimos vestigios del ayer que lentamente iban escondiendo las montañas. Se vio llegando a cualquier lugar, dueño de sí mismo, caminando por calles nuevas y hermosas, respirando un nuevo perfume exótico y hechizante; llegando a la sombra de un árbol que guardaría sus noches a partir de ese momento. Vio un trabajo nuevo y atractivo que lo hacía crecer, que llenaba sus anhelos des trascendencia. Vio su persona reconocida en todas las miradas y sintió el calor de la gente que seguía su ejemplo y lo levantaba en banderas multicolores.


Imaginó que venían miles de caminos que lo llevarían a millones de experiencias extraordinarias en un sólo hombre. Pudo conocer de antemano el cuerpo de una mujer buena y hermosa que terminaría de dar forma a su mundo, siendo al mismo tiempo el remanso y el motor de sus días, y finalmente, la culminación en un bultito de carne suya entre sus brazos... En fin, todo sería felicidad.



III

Cuando por fin volvió a la realidad, ya estaba más que convencido de hacia qué destino comprar el boleto de viaje, ese que marcaría el comienzo de ese cúmulo de cosas maravillosas que le esperaban. Sin embargo, era muy tarde ya: la estación del tren había cerrado hacía veinte años y se encontraba abandonada, ocupada únicamente por un ser, que sin darse cuenta, vivió una vida que nunca más podría vivir.

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