14/2/09

Descubriendo al cronopio



“En realidad yo me siento mucho más cómodo en un terreno que toca lo irracional, ese es mi verdadero campo…”
Julio Cortázar

Hablar del cronopio de cronopios Julio Cortázar, desde un punto de vista formal resulta muy difícil, su vida, su obra y su pensamiento ha sido estudiado y analizado en infinidad de ocasiones por plumas mucho más autorizadas que ésta; pero hoy, a un cuarto de siglo de su desaparición física, y contando con este espacio que creado para sacar todo lo que llevo dentro y exponer aquello que me mueve y que forma parte de este caos personal, me parecería imperdonable no escribir algo de este genio de la literatura contemporánea que marcó un rumbo en mi vida; pero no se trata de hablar desde un discurso grandilocuente, de esos para leerse con voz engolada y aires de grandeza, sino de tratar de establecer un diálogo directo, de tú a tú sobre cómo descubrí a Cortázar… ¡Venga pues!
Fue hace ya varios años, por allá de 1987, cuando comenzaba a tomar en serio esto de tratar de atrapar las ideas con palabras y fraguar universos paralelos en donde fugarme. Por aquellos años mis lecturas eran desordenadas y sin una dirección exacta, casi al azar; y así, por azares del destino tuve mi primer acercamiento formal con un escritor de verdad. Se trataba de Rafael Menjivar, un excelente escritor salvadoreño que por esos días radicaba aquí en la cuna del Armagedón. Creo que por ese entonces trabajaba en La jornada o algún periódico nacional, no lo recuerdo con exactitud; pero lo que sí recuerdo, es que fue a una de las primeras personas a las que les hablé de esta necesidad de escribir, de crear historias. A él también fue de las primeras personas con las que logré vencer la timidez para mostrarle mis primeros trabajos, mismas que siempre leyó con gusto y criticó de la mejor manera. Sin duda, fue una buena época en la que di mis primeros pasos en este laberinto de letras.

En aquellas charlas, aprendí muchas cosas; pero fueron tres frases que me dijo las que definitivamente se me quedaron tatuadas en el alma y vienen a mí cada vez que me enfrento a la hoja en blanco:
  1. Si a los quince años no escribiste tu obra maestra, ni te apures, que no lo vas a lograr antes de los cuarenta y cinco, así que tienes que ponerte a trabajar desde ahora…
  2. Escribes bien; pero estás como el chico de la película crossover, lo que te falta es kilometraje…
  3. Si quieres escribir prosa, estás obligado a leer a Cortázar, ahí está todo lo que tienes que saber…
En una de las últimas ocasiones que nos vimos, Rafael me regaló un ejemplar de Historias de cronopios y de famas, publicado en 1962 por Julio Cortázar. En su lectura descubrí, no sólo la maestría de Cortázar para crear narraciones de cosas tan aparentemente simples como subir una escalera o llorar, sino algo mucho más importante. A través de esos seres descomplicados, sencillos y ligeros que se llaman cronopios, encontré una forma de ser, un estilo de vida que le daba sentido y dirección a todo aquello que me había conflictuado durante años. Descubrí que soy un cronopio más, encerrado en un mundo de famas tratando de cooptarme a cada segundo. Hasta ese momento, había bregado por el mundo hecho un verdadero amasijo de sensaciones e impulsos que las más de las veces habían provocado rechazo e incomprensión entre quienes me rodeaban, a grado de hacerme sentir otras muchas, que estaba completamente mal, que era un caso perdido. Pero no, leyendo a Cortázar encontré que ese mundo fantástico y fuera de cualquier espacio y tiempo convencional, era precisamente el lugar a donde yo pertenecía, sin relojes, sin sujeciones a terceros, dando rienda suelta a esta capacidad sensible para disfrutar y recrearme en todo lo que me rodeaba, encontrando la esencia de la belleza en las cosas más simples.

Sencillamente, había encontrado mi lugar en el mundo y a partir de ese momento perdí el temor a enfrentar y demostrar mis sentimientos, comencé a ser Yo con la plena conciencia de que no era que yo estuviera equivocado o que fuera el mundo entero el que vivía en el error, no, se trataba solamente de una cuestión de naturalezas, y la única manera concreta de bregar y sobrevivir en el universo de famas, era alzar mi voz de aprendiz de cronopio, de crear mi propio mundo de ideas y de sensaciones.


Gracias a Cortázar descubrí que ese sentimiento de otredad, de extranjería de la vida, ese tanatismo que me daba la vida, no era una excepción, sino que en el mundo desde el principio de los tiempos ha habido seres como yo, que no encuentran en la superficie de esta tierra un sentido, un lugar desde donde reclamar su pertenencia, porque el lugar, su lugar está más en el mundo de las ideas, de la imaginación, lejos de cuestiones materiales; por eso había que emprender un viaje infinito, hasta encontrar otros extranjeros, otros seres con quienes compartir ese sentimiento de extrañeza de no pertenecer y forjar entre palabras un mundo ideal, aquella tierra prometida que sólo la fantasía es capaz de crear.

Por supuesto mi interés por Cortázar no se quedó ahí, me abalancé casi de inmediato a leer todo cuanto encontraba escrito por él: Bestiario (1951); Las armas secretas (1959); El perseguidor (1967); Deshoras (1982); Rayuela (de 1963 y que he leído una doce veces en cada una de sus formas y es mi “Biblia personal”); Los reyes (1949); Todos los fuegos el fuego (1966); Un tal Lucas (1979); 62/Modelo para armar (1968); La vuelta al día en ochenta mundos (1967); Último round (1969); Divertimento (1950); y bueno, la lista siguió creciendo hasta ahora, en que con orgullo puedo preciarme de haber leído prácticamente todo lo que escribió y está publicado (claro estoy a la espera de aquellos
textos inéditos que están por publicar).

Novelas, cuentos, ensayos, poesía, correspondencia, todo cuanto he encontrado ha sido un nuevo descubrimiento y un aprendizaje constante acerca de lo que debe ser la literatura contemporánea. Pero no sólo eso, además estaba el descubrimiento del jazz, a mi gusto una de las manifestaciones musicales más complejas, libres y completas que se ha creado hasta hoy. Porque Cortázar no sólo es literatura, Cortázar es jazz del más puro estilo, su voz es la de Parker y de Davis y de Roll Morton y de Hines y de Wilson y de Cox y de tantos y tantos que dieron vida y forma al jazz.


El jazz es para mí… una especie de presencia continua incluso en lo que escribo… mi trabajo de escritor se da de una manera en donde hay una especie de ritmo, que no tiene nada que ver con la rima y las aliteraciones, no… una especie de latido, de swing, como dicen los hombres del jazz, una especie de ritmo que si no está en lo que yo hago, es para mí la prueba de que no sirve y hay que tirarlo y volver… Julio Cortázar

Cortázar es un maestro, uno de mis santos laicos (San Julio Narrador) y hoy a veinticinco años, su voz, esa que arrastra de forma particular la letra erre y que tantos han querido imitar, sus ideas y sus textos, vuelven a levantarse para decirnos que ese hombre no murió, simplemente logró liberarse del mundo de famas y ahora vive feliz en ese mundo ideal al que nosotros, los aprendices de cronopio, deseamos algún día poder alcanzar.
(Para quien quiera descubrir algo más de este enormísimo cronopio pueden picar aquí, aquí o aquí)