13/11/09

La nota

Ya entrada la mañana, te despiertas con la boca seca, conservando aún ese sabor amargo que inunda tus papilas desde hace días, matándole el sabor a todo cuanto pruebas. Y sigues sintiendo ahí justo abajo del esternón esa bola que punza y se vuelve cada vez un poco más grande, cada vez un poco más dura, como una bola de béisbol que te dificulta la respiración y hace que tu cuerpo se sienta pesado, lento, sin fuerza. Aún sientes ganas de llorar, sin embargo tus lagrimales no consiguen producir nada, se han marchitado a lo largo de tantos años de desconsuelo y soledad del alma. Pero hoy, por fin la expectativa ha cambiado, y eso te da cuando menos algo de fuerza para levantarte mientras te tallas los ojos con el anverso de la mano y caminas hasta el baño, abres la llave del agua y de inmediato acercas tus labios para humedecer tu boca. luego te ves al espejo, ese que nunca miente y que te confirma, como cada mañana, lo maltrecho que estás, no sólo físicamente, pues a fin de cuentas el tiempo pasa y uno va envejeciendo de forma irremediable, sino que tus ojeras y esa opacidad de tus ojos que te recuerdan a los de un pescado echado a perder, combinada con la maraña de cabellos que cubre tu cabeza sin orden alguno, reflejan exactamente lo podrido, lo perdido que estás, lo vacía que ha quedado tu alma después de tantos años de esfuerzos inútiles y ese sentirte ajeno a todo cuanto te rodea.

Juntas tus palmas bajo el chorro de agua y te las llevas a la cara, repites la operación varias veces, como si quisieras borrar la imagen que acabas de ver en el espejo antes de seguir adelante; y mientras lo haces te preguntas (como cada mañana al despertarte, desde hace ya tanto tiempo), cómo fue que te dejaste atrapar, en qué momento abandonaste la partida y dejaste que ellos, los otros decidieran por ti bajo mil y un pretextos, y te alejaran día a día de lo que realmente eras, hasta convertirte en lo que eres ahora un triste hombre gris, enfundado en una vida no te pertenece, que jamás debió de ser la tuya, con el alma marchita, y atrapado en una jaula que segundo a segundo reduce tu tamaño y te presiona y te ahoga; pero ya no, por fin te has armado de valor y decidiste rescatar tu dignidad y plantarte ante el mundo entero y gritar por primera vez en tu vida y a voz de cuello, tajante, irrevocable, la palabra "NO".

Preparas la ducha y te bañas con un esmero poco acostumbrado, quieres estar inmaculado antes de seguir adelante y mientras te secas, piensas en la cara que va poner el imbécil de tu jefe, ese que te ha arrastrado de un lado al otro para ocultar su ignorancia e incapacidad, cuando llegue el lunes y sepa tu decisión, o la de aquella supuesta amiga que te juraba comprensión y lealtad eterna mientras a tus espaldas boicoteaba la única oportunidad que tuviste en años de romper el cerco, de acceder a una nueva forma de vida, que si bien no era la que esperabas, por lo menos te ofrecía un poco de calidad a tu existencia, o hasta la del padre Antonio, que tanto esfuerzo pasó que lo que él decía era el bien y lo que tú eras era el mal; y así vas alargando la lista de personas y personajes que han desfilado por tu vida señalándote con el índice, marcándote como el paradigma de lo social y políticamente inaceptable, condenándote por pretender en algún momento cometer, lo que para todos ellos era el peor de los pecados: ser tú mismo. No lo puedes evitar, alzas la mirada y el puño, y extiendes decidido el dedo medio mientras estallas en una carcajada que hace eco en el baño, con todas las fuerzas de tu alma les deseas a todos que se vayan a la mierda porque tú, su títere, su juguete, está cansado de ceder, de tratar inútilmente de complacer a los demás en lugar de hacerle caso a al corazón. La carcajada y la seña te liberan, la bola debajo de tu esternón se disipa del todo y contra todo pronóstico, comienzas a llorar y tu llanto termina de lavar tu alma, porque no son lágrimas de amargura, sino de felicidad las que llenan tus ojos durante unos minutos.

Cuando dejas de llorar, sales del baño y te vistes y arreglas con esmero, sabes que este día será especial, definitivo para ti, así que quieres verte impecable; miras el reloj, aún es muy temprano; así que sales a la calle y das una vuelta por el barrio; sientes que tu paso es ligero y te sorprendes al ver tu reflejo en el cristal de un aparador, estás erguido como hace años no lo hacías, te ves, estás diferente, casi irreconocible y pronto descubres el por qué. A ese que estás viendo en el reflejo no es otro sino tú, tal como eres en verdad, ese que siempre fuiste y que todos trataron de ocultar, de desaparecer, y que hoy al final ha salido una vez más. Respiras hondo y te sientes aún más decidido a romper con tu pasado; miras nuevamente el reloj y aún sigue siendo temprano; pero tú ya no puedes esperar más, así que te encaminas directamente a de regreso a casa.

Al llegar, el teléfono está sonando y aunque tu primer impulso es contestar te decides a no hacerlo y dejas que el aparato grite hasta quedar afónico, pues no estás dispuesto a que nada ni nadie te arruine el momento, tu momento. te acomodas sobre la cama hasta quedar recostado y cómodo, abres el cajón de tu mesita de noche y sacas la Colt .32 de 1893 que heredaste del abuelo. La miras detenidamente unos segundos antes de llevártela a la sien, cierras los ojos y sonríes en el momento en que jalas del gatillo.

La detonación es fuerte y pronto llama la atención de los vecinos; pero ya es demasiado tarde, has renunciado, te le escapaste de las manos a tus captores y para cuando encuentren tu cuerpo tú ya estarás muy lejos, y sólo encontrarán tu cuerpo sobre la cama, con el rostro dibujando una sonrisa y sosteniendo fuertemente con la mano izquierda tu nota de despedida, que en pocas palabras lo dice todo: "Por fin seré libre..."