20/6/09

La osadía de la ignorancia

Desde hace algún tiempo, se me ha venido criticando el hecho de que en mi forma de redactar, no he incluído variación que impliquen "mayor equidad", "ser más incluyente", pues sistemáticamente evito escribir frases como "las niñas y los niños" y cosas por el estilo. Ante tal crítica yo sólo he tenido una respuesta concreta: Me niego a escribir mal. Por supuesto este tipo de respuestas me ha granjeado buenas peleas con ciertos sectores que piensan que no hacer ese tipo de segregación es no ser incluyente, no es promover la igualdad entre hombre y mujer, no darle a las mujeres el lugar que se merecen y adoptar una actitud machista y retardataria y que más de una vez se han pronunciado por quemarme en leña verde; pero yo me pregunto ¿la literatura, la gramática, la lengua, tienen sexo? ¿Es factible pugnar por la igualdad haciendo la diferencia? ¿Para respetar a las mujeres debo reducirme a mi mínima expresión en todos los sentidos?

Actualmente existe a nivel empresarial una certificación en igualdad de género y uno de los principios que manejan ahí es el siguiente: Como durante años y años las mujeres han sido segregadas por los hombres en los puestos laborales, ahora, para cumplir con ese deber de equidad que debe de haber entre hombres y mujeres, de cada diez contrataciones vaya a hacer, ocho (por lo menos) deben de ser otorgados a mujeres. ¿Y las competencias laborales? ¿eso es equidad o revanchismo?

Viajando en el metro o el transporte público, para practicar la equidad, se supone que debo quedarme parado, después de una larga y agotadora jornada laboral, cargando cosas, y recorrer más de diez kilómetros de pie, sólo porque se desocupó un lugar y una mujer acaba de subir al vagón o transporte, porque es mujer, así no recorra más de uno o dos kilómetros y venga fresca como una lechuga. ¿Equidad efectiva no implica en todo caso igualdad de oportunidades? Esto resulta contradictorio, porque esas mujeres que exigen el asiento argumentando su naturaleza femenina y por tanto un trato de igualdad, ¿no están partiendo del hecho de que son inferiores a los hombres, más débiles y por ello nosotros tenemos mayor capacidad para viajar de pie? Otro ejemplo en el transporte: hora pico, día lluvioso un espera en el andén y trata de apiñarse como sea en un transporte que viene lleno, a veces sin conseguirlo, y de pronto ve uno venir un autobús vacío con tres o cuatro mujeres sentadas y cómodas; uno siente el impulso de subir, de sentarse y tratar de evitar la lluvia que lo cala a uno y pone en riesgo de enfermarse de gripa; pero no se puede, porque con enormes letras de color rosa dice que ese transporte es exclusivo para mujeres. Mala cosa.

Hace unos años, cierto alcalde en Colombia tuvo la genial idea de promover la igualdad de género estableciendo un día sin hombres; es decir, que por un día, los hombres de dicha ciudad no podían salir a la calle. ¿Acaso ese tipo de medidas no atenta en contra de los derechos funaentales de las personas, consagrado no sólo en las legislaciones nacionales, sino en la Declaración Universal de los Derechos Humanos? ¿Eso es actuar con equidad?

Seguramente me acusarán de que estoy hablando como hombre que soy y por tanto igual a todos; pero nada más alejado de eso. Pugno por la igualdad entre unos y otros y me merece tanto respeto un hombre o una mujer cuando ese respeto es ganado con congruencia, honestidad y respeto hacia mí. Soy el primero en defender que tanto hombres como mujeres tenemos los mismos derechos y merecemos el mismo respeto; es más, me declaro total y abiertamente a favor del feminismo; pero no de las feministas ni de prácticas que pretendan hacernos iguales mediante la segregación.

Pero volviendo al tema original, la crítica es dura cuando no escribo, digamos, "políticamente bien", aunque eso implique escribir gramaticalmente mal, por ello quise escribir algo al respecto y mientras pensaba en el tema, recordé un artículo escrito por alguien mucho más autorizado que yo que leí hace algunos años. Se trata de un artículo del escritor y periodista Arturo Pérez-Reverte, que si bien parte de un tema completamente local, perfectamente puede aplicarse en muchísimos casos y que tomo de su sitio en internet (que puede ser visto aquí) para transcribir a continuación:

La osadía de la ignorancia
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal | 19 de marzo de 2006

Una comisión del parlamento andaluz a la que se encomendó
revisar el «lenguaje sexista» de los documentos de allí, se ha dirigido a la Real Academia Española solicitando un informe sobre la corrección de los desdoblamientos tipo «diputados y diputadas, padres y madres, niños y niñas, funcionarios y funcionarias», etcétera. Como suele –recibe cinco mil consultas mensuales de todo el mundo–, la RAE respondió puntualizando que tales piruetas lingüísticas son innecesarias; y que, pese al deseo de ciertos colectivos de presentar la lengua como rehén histórico del machismo social, el uso genérico del masculino gramatical tiene que ver con el criterio básico de cualquier lengua: economía y simplificación. O sea, obtener la máxima comunicación con el menor esfuerzo posible, no diciendo con cuatro palabras lo que puede resumirse en dos. Ésa es la razón de que, en los sustantivos que designan seres animados, el uso masculino designe también a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos. Si decimos los hombres prehistóricos se vestían con pieles de animales o en mi barrio hay muchos gatos, de las referencias no quedan excluidas, obviamente, ni las mujeres prehistóricas ni las gatas.


Aún se detalló más en la respuesta de la RAE: que precisamente la oposición de sexos, cuando se utiliza, permite destacar diferencias concretas. Usarla de forma indiscriminada, como proponen las feministas radicales, quitaría sentido a esa variante cuando de verdad hace falta. Por ejemplo, para dejar claro que la proporción de alumnos y alumnas se ha invertido, o que en una actividad deportiva deben participar por igual los alumnos y las alumnas. La pérdida de tales matices por causa de factores sociopolíticos y no lingüísticos, y el empleo de circunloquios y sustituciones inadecuadas, resulta empobrecedor, artificioso y ridículo: diputados y diputadas electos y electas en vez de diputados electos, o llevaré a los niños y niñas al colegio o llevaré a nuestra descendencia al colegio en vez de llevaré a los putos niños al colegio. Por ejemplo.

Pero todo eso, que es razonable y figura en la respuesta de la Real Academia, no coincide con los deseos e intenciones de la directora del Instituto Andaluz de la Mujer, doña Soledad Ruiz. Al conocer el informe, la señora Ruiz se quejó amarga y públicamente. Lo que hace la RAE, dijo, es «invisibilizar a las mujeres, en un lenguaje tan rico como el español, que tiene masculino y femenino». Luego no se fumó un puro, supongo, porque lo de fumar no es políticamente correcto. Pero da igual. Aparte de subrayar la simpleza del argumento, y también la osada creación, por cuenta y riesgo de la señora Ruiz, del verbo «invisibilizar» –la estupidez aliada con la ignorancia tienen huevos para todo, y valga la metáfora machista–, creo que la cosa merece una puntualización. O varias.

Alguien debería decirles a ciertas feministas contumaces, incluso a las que hay en el Gobierno de la Nación o en la Junta de Andalucía, que están mal acostumbradas. La Real Academia no es una institución improvisada en dos días, que necesite los votos de las minorías y la demagogia fácil para aguantar una legislatura. La RAE tampoco es La Moncloa, donde bastan unos chillidos histéricos en el momento oportuno para que el presidente del Gobierno y el ministro de Justicia cambien, en alarde de demagogia oportunista, el título de una ley de violencia contra la mujer o de violencia doméstica por esa idiotez de violencia de género sin que se les caiga la cara de vergüenza. La lengua española, desde Homero, Séneca o Ben Cuzmán hasta Cela y Delibes, pasando por Berceo, Cervantes, Quevedo o Valle Inclán, no es algo que se improvise o se cambie en cuatro años, sino un largo proceso cultural cuajado durante siglos, donde ningún imbécil analfabeto –o analfabeta– tiene nada que decir al hilo de intereses políticos coyunturales. La RAE, concertada con otras veintiuna academias hermanas, es una institución independiente, nobilísima y respetada en todo el mundo: gestiona y mantiene viva, eficaz y común, una lengua extraordinaria, culta, hablada por cuatrocientos millones de personas. Esa tarea dura ya casi trescientos años, y nunca estuvo sometida a la estrategia política del capullo de turno; ni siquiera durante el franquismo, cuando los académicos se negaron a privar de sus sillones a los compañeros republicanos en el exilio. Así que por una vez, sin que sirva de precedente, permitan que este artículo lo firme hoy Arturo Pérez-Reverte. De la Real Academia Española.