24/7/09

Palabras tristes I

No cabe duda de que el idioma español es uno de los más ricos que hay en nuestro planeta, no sólo por la cantidad de palabras que existen para denominar al mundo, sino por la multiplicidad de significados y significantes que puede tener la misma palabra, dependiendo de su contextualización, y que pueden generar rechazo o gusto incluso en el plano fonético; por ejemplo, en lo personal nos encanta la musicalidad de la palabra minarete, más allá de que se trate de una torre de las mezquitas, por lo común elevada y poco gruesa, desde cuya altura convoca el almuédano a los mahometanos en las horas de oración. Pero las hay también que repelen independientemente de lo que signifiquen como retruécano o terciario y otras muchas que, simplemente, fluyen a diario dentro de nuestras conversaciones cotidianas sin que les prestemos más atención que la necesaria para comunicarnos.

Pero también hay ciertas palabras tristes que, por decirlo de alguna manera, se ponen de moda y mucha gente las utiliza de forma indiscriminada, malentendiendo su significado y pretendiéndole dar un peso mayor del que ameritan, o bien se confunden por otras, y rápidamente son adoptadas e integradas a discursos demagógicos, convirtiéndose en bandera ideológica de mucha gente que nos e detiene a pensar realmente en lo que significa lo que se está diciendo, prostituyéndolas con tal de se "progresistas" y "vanguardistas". Las hay también muy tristes que han barajado siempre y su significado se ha llevado a extremos que al final terminan yendo en contra de su propia naturaleza.

Depende mucho de la subjetividad y el contexto en el que uno se haya desenvuelto; pero en lo personal y con el paso del tiempo hemos creado una lista de aquellas palabras que se han convertido en putas tristes (recordando en el término a Don Gabriel García Márquez) de nuestro idioma español. En este post y en algunos más iremos hablando de algunas que nos parecen de las más tristes como tolerancia, soberbia, igualdad y equidad, sacrificio, democracia, o ciudadanía, por mencionar algunas.

LA TOLERANCIA

Ésta es una de esas tristes palabras que en un juego de malentendidos se ha tratado de elevar como un valor supremo de la humanidad, cuando en la realidad, su significado dista mucho de la trascendencia axiológica que pretenden atribuirle, y actualmente muchas personas la llevan y traen en la cartera (como estampilla de una virgen) para sacarla a relucir a la menor provocación y sin el mínimo recato, dándole una significación que no le corresponde.

Fue nada más ni nada menos que John Locke quien en 1689 puso a la tolerancia en el centro de la discusión, a través de su Carta sobre la tolerancia, en la que aborda el tema a propósito de los conflictos que en su época se desataban en toda Europa, producto de la ruptura del cristianismo. Locke habla, entre otras cosas, respecto de la diferenciación y separación que debe de existir entre el poder civil (del Estado) y el espiritual (de la grey católica), de la conceptualización de una iglesia de cualquier culto, como una congregación de fieles eminentemente voluntaria, y de la libertad de cultos, ya que sólo el creador es el único que puede determinar el verdadero y único castigo a las faltas a la fe, y no los simples mortales. Pero lo más importante es que sostiene la idea de no combatir lo que no se puede cambiar.

Hasta aquí, la idea de la tolerancia suena incluso positiva, ya que se trataba de sentar las bases de una coexistencia religiosa y de alzar la voz en contra de las torturas y abusos que en aquel entonces se daban en contra de todo aquel que opinara diferente al monarca o la jerarquía católica. Con el paso del tiempo, y llegando a nuestros días, todos proclaman una cultura de la tolerancia, en la que se trata de educar a los niños a tolerar a los demás, los gobernantes que se dice democráticos se declaran tolerantes con sus opositores, y quienes se sienten más progresistas, proclaman a la tolerancia como su valor fundamental. Esta idea es, a nuestro juicio no sólo nefasta, sino peligrosa y hasta zafia.

Si analizamos bien la idea de Locke, podemos darnos cuenta de que la tolerancia sólo se puede dar a partir de relaciones verticales; es decir, cuando existe una relación de supra-subordinación entre las partes; esto es, uno se encuentra en un estado de superioridad frente a su interlocutor, y de ahí que el primero tolera al segundo. En otras palabras, desde la perspectiva de la tolerancia, una persona, desde su omnipotencia, le da el chance, la oportunidad de ser, de existir a otro que se atreve a ser diferente; bajo este esquema, siempre existirá un sentimiento (¿o complejo?) de superioridad frente a los demás. Estaríamos entonces frente al principio de tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales o, lo que es lo mismo, a segregar.

Una persona nace, y por ese simple hecho adquiere una serie de derechos que son inmanentes a su humanidad, y entre ellos está, por supuesto, el derecho a ser el mismo, con todas sus fobias y filias, a tener una personalidad propia e irrepetible como resultado de ese cúmulo de factores externos que lo van forjando (recordemos aquí al maestro José Ortega y Gasset con su postulado "Yo soy yo y mi circunstancia"), sin que esto sea motivo de censura o represión, y este derecho, además, se da en dos vías, ya que simultáneamente se convierte en una obligación para esa persona, pues no debe ni puede censurar o reprimir a otra por ser ella misma.

Por estas razones, no creemos que la tolerancia sirva para nada y nos declaramos abiertamente enemigos (y aquí sí) intolerantes de la intolerancia, pues nos parece uno de los actos de mayor arrogancia que puede cometer el ser humano. A nuestro parecer, ningún ser humano quiere que le perdonen la vida por ser uno mismo; sino que, por el contrario, a lo que aspiramos como verdadero principio axiológico es a la horizontalidad, a esa doble vía a la que nos referimos; eso es, a relaciones en la que todos los participantes actúen y se desenvuelvan al mismo nivel, y la forma de lograrlo no es en modo alguno mediante la práctica de la tolerancia, y menos, si esto es producto de modas demagógicas que a la larga resultan retardatarias.

Se trata pues, de una palabra triste, tristísima, ya que su naturaleza es tan corta y limitada, que no alcanza a quienes caen en la confusión y la defienden y la levantan en hombros, en realidad están tomando prestado el significado de otra palabra que, esa sí, es un valor supremo por sí misma, y la que debe ser proclamada y defendida hasta la muerte. La cuestión verdadera y absoluta es que uno no debe tolerar a los demás ni mucho menos exigir ser tolerado por los demás, sino algo mucho más concreto y absoluto, uno a lo que tiene derecho es a ser respetado por los demás y al mismo tiempo, tiene el deber la obligación de respetar a los demás, algo así como el "vive y deja vivir" si se quiere poner en términos sencillos.

Y así como líneas arriba nos declaramos en contra de la tolerancia, en éstas defendemos y pugnamos por el respeto y el lugar que le corresponde como derecho humano, pues sólo a través de él, podemos asumir responsabilidades, construir acuerdos y una convivencia armónica y pacífica. Sólo el respeto nos puede definir como seres humanos racionales y capaces de ver un futuro. Por ello decimos, triste tolerancia, triste palabra que esperamos, algún día, desaparezca, no de los diccionarios, sino de la mente de las personas.

18/7/09

Sammy y yo

Una de las grandes ventajas que tiene la televisión por cable, es que de vez en cuando, tras larguísimas sesiones de zapping, podemos encontrar una recompensa a la tendonitis al descubrir ciertas películas que difícilmente podemos ver en las pantallas nacionales, sea porque fueron tan malas que no superaron la estancia mínima en los cines de su país de origen, o también porque fueron tan buenas, que no encontraron un lugar en el circuito comercial estilo hollywoodense. En el caso concreto de México, es realmente excepcional encontrar en cartelera cine distinto al gringo y menos si se trata de películas latinoamericanas. Sólo aquellas producciones de encumbrados directores, o que han ganado premios internacionales podrán encontrar cabida por una o dos semanas en las salas cinematográficas y después habrá que estar cazándolas en cineclubes y salas de arte, o si se cuenta con mucha suerte, encontrar una copia en dvd perdida en alguna tienda, o ya de plano bajarla de internet, si es que alguien se apiadó y la puso en la red. Pero eso es un tema del que nos ocuparemos en otra ocasión.


Retomando el tema, hace unas semanas nos encontramos con una película argentina del 2002, Sammy y yo o Un tipo corriente, escrita y dirigida por Eduardo Milewics (La vida según Muriel, 1997), y con las actuaciones de Ricardo Darín, Angie Cepeda, Alejandra Flechner y Henny Trailes. La película, cuenta la historia de Samy Goldstein, un escritor judío a punto de alcanzar los cuarenta, ansioso, depresivo y paranóico, que escribe para un programa cómico que está al borde de ser retirado. Vive una vida gris en la que su única obsesión es escribir una novela que parece no llegará nunca, inmerso en una relación con una intelectual de altos vuelos que lo ignora y desprecia, una madre castrante y una hermana amargada. De pronto, por una confusión conoce a Mary, una chica colombiana aparetemente desquiciada, quien de buenas a primeras decide que el encuentro es una señal y se instla en la vida de Sammy para terminar de desequilibrarlo todo, y más aún, cuando consigue su cometido de imponer el "estilo Goldstein".


Aclaremos, no se trata de una joya de la cinematografía ni del mayor hallazgo dramático de los últimos tiempos, sino de una comedia romántica fresca, ligera y, sobre todo, divertida; pero no por ello menos inteligente. Viendo esta película podemos quedarnos en un nivel superficial, y está bien, nos divertimos y punto; pero si profundizamos un poco, encontramos varios elementos que la hacen aún mejor. por ejemplo, el manejo de caracteres, especialmente en el papel de la Esther (Alejandra Flecner), el prototipo del crítico de arte, pagado de sí mismo, arrogante, enhebrador de discursos rimbombantes y siempre hablando desde la altura de los demás (y que me perdonen los críticos), el de la madre judía (Henni Trailes) o la fotografía, que refleja ese Buenos Aires que Sammy odia, el mismo en el que habita esa gente que le encanta que le digan que todo está mal o incluso, la conclusión de la plática entre Sammy y su padre da mucha luz sobre el por qué somos e tal o cual manera ("Hijo mío, hay algo que tenés que saber: no hay ninguna razón para creer en los seres humanos, ninguna. ni siquiera en mí y mucho menos en vos"). Pero lo más relevante, es que se trata de una película que habla de la confianza, en uno mismo y en los demás, más allá de los gags en los que Sammy aparece como un cómico involuntario ("Sufro, y en mis ratos libres, escribo..."), o en los que la madre habla de su hijo frente a las cámaras ("Con él siempre fue así, tiene problemas. En segundo grado del shule, tenía que hacer de abeja, y no sabía cómo mover las alitas... ¡Abeja reina! ¡La más importante de todas! Oportunidades tuvo en la vida, no las supo aprovechar...") está esa búsqueda de uno mismo, de esa necesidad de autodecubrimiento, de romper esquemas y círculos viciosos, que sólo a través de la confianza podemos alcanzar.

Revisando en la red, encontré sobre esta película cosas interesantes, y entre ellas que comparan al personaje de Sammy como una suerte de Woody Allen bonaerense; a lo mejor, realmente hasta que lo leímos pensamos en ello; que hay una saturación de gags innecesaria, etc.; pero creemos que esas consideraciones pertenecen al plano superficial de la historia, si nos dejamos llevar por el facilismo y nos quedamos con una visión parcial de la historia.

No es una película de estreno, seguramente no va convertirse en un clásico como Casablanca (que al parecer Sammy aborrece); pero es divertida, bien escrita, bien dirigida y muy bien actuada, así que si la encuentran por ahí, véanla, se van a divertir.


11/7/09

Por vez primera

En mis tiempos, los chicos éramos mucho más sensatos y conscientes que ahora. Cada paso, cada acto, por simple que fuera, constituía en nuestra vida un hallazgo, una forma de crecer y formarnos como hombres. No como en estas épocas, en que los muchachitos creen que el mundo les pertenece y que son capaces de cualquier cosa. Ahora sólo lo hacen por mero impulso, sin pensar en las consecuencias tan graves que puede entrañar ese tipo de actos.

Yo en cambio, recuerdo perfectamente bien la primera vez que lo hice. Han pasado muchos años, sí; pero cada vez que hablo de esto, el recuerdo viene a mí como una mariposa que revolotea en el cofre de mis recuerdos, planeando por los recovecos de mi vida para llegar a ese yo que soy ahora; tal vez más viejo, quizás; pero mucho más hombre en el sentido más genérico, amplio y universal de esta difícil profesión.

La pubertad había pasado, me podía considerar grande, adulto, capaz de afrontar la responsabilidad plena de mis actos, incluso de aquel que efectué esa mañana. Llegué al lugar donde sabía que pasaría. No me hice acompañar por nadie, el placer y el descubrimiento que experimentaría conformaba una verdadera sensación que desde lo más profundo de mis entrañas deseaba disfrutar solo, sin testigos. Al llegar, había una fila bastante grande que me inhibió por unos momentos: rostros nerviosos, apurados, observándose unos a otros sin el menor disimulo, mirando la fila de un extremo a otro, el reloj, el cielo que posaba sobre ellos.

Tuve que esperar cerca de una hora antes de poder entrar. Antes, un hombre mal rasurado y de semblante hostil tomó mis datos. Yo estaba profundamente excitado por lo que estaba a punto de suceder; pero traté de no mostrar mi turbación ante el hombre, que con un gesto de molestia y hastío, se limitó a señalar el cuarto donde tendría que actuar. Al ver la pequeña cortinilla que hacía de puerta, mi cuerpo tembló por entero, como presagiando la pronta llegada del momento anhelado. Mis manos estaba asaltadas por en ejército líquido y salado que corría de un lado a otro de mis palmas, apoderándose de cada milímetro, de cada poro.

Era ahora o nunca. Con grandes pasos me introduje en el cuartillo, intentando pasar desapercibido para aquellos que llegaron después que yo y esperaban impacientes su turno. Cerré rápidamente la cortina y allí estaba ella, tendida, esperándome, seductora e incitante. Con sólo estar arado ante ella sentí que me faltaba el aire, por un par de segundos me debatí entre quedarme y terminarlo que había venido a hacer o salir corriendo; pero ya estaba ahí, no había espacio para dudas. Sin embargo, antes de acercarme lo pensé mejor y me dije que me tomaría mi tiempo, que lo disfrutaría al máximo. Esa sería mi primera vez y debía de ser especial. Y a pesar de la inexperiencia, así fue.

La tomé entre mis manos con delicadeza. La recorrí palmo a palmo con la vista, le dí unas vueltas para sentirme en confianza, hasta que llegó el momento crucial: la dejé tendida frente a mí y la saqué, la agité un poco (no quería que me fuera a fallar y pasar por la vergüenza de tener que intentarlo nuevamente), me acerqué lentamente, y comencé el acto. Como todo un caballero, dejé caer su líquido sobre ella lo más despacio que me fue posible, con mucho cuidado para no maltratarla, pues quería que todo aquello fuera impecable. La crucé y en ello actuó mi cuerpo entero, que estalló en un palpitante y silente estremecimiento febril. Después, y como punto final del rito, concentré todos mis sentidos en el oscuro y profundo orificio, respiré lentamente, y sólo cuando me sentí preparado, la encajé con fuerza, hasta asegurarme de que había llegado hasta el fondo. Todo estaba consumado. Todo estaba consumado. Salí satisfecho y seguro de que a partir de ese momento mi vida ya no sería igual, me había convertido en un adulto de verdad.

A ustedes ahora les importan poco o nada todos esos simbolismos con los que crecimos los viejos; pero gracias a ellos hoy nosotros tenemos la plena conciencia de lo que está bien y de los que está mal. Hoy para ustedes todo es fácil, y responde a un impulso o moda pasajera, y por ello no toman ninguna precaución y después terminan lamentándose de los resultados. Y la prueba es perfectamente tangible: ¿Alguno de ustedes se acuerda, como yo, con tanto cariño, fervor y nostalgia de la primera vez que votaron en su vida?

4/7/09

Ausencias

Había pasado casi tres meses y Roque Urumburu no encontraba una historia que valiera la pena para su novela. Por un lado sentía la presión de la editorial que esperaba con avidez el nuevo título para publicar; y por el otro, estaba la ausencia de Diana, que después de medio año comenzaba a pesar y a convertirse en una especie de prurito espiritual que no lo dejaba en ningún instante.

Revisó acuciosamente todas y cada una de las ideas que consideraba pendientes: escaletas, notas, grabaciones, recortes de periódico... nada que realmente le llamara la atención. Quiso escuchar algo de música y activó el estéreo para encontrarse con No hago otra cosa que pensar en ti, de Serrat, lo que motivó que se acordara aún más de Diana y la falta que le hacía, acrecentando el vacío y la ausencia de ideas para desarrollar. Maldijo entonces a esas musas tan mustias que desaparecen justo cuando más se les necesita, "Seguro que ya armaron sindicato las cabronas, y le están dando lata a todos los escritores del universo..." pensó mientras tomaba un cigarro y se detenía a contar las colillas del cenicero: doce, trece, catorce, quince dieciséisdiecisiete diceciocho colillas en media hora y no llegaba una historia para comenzar.

El cursor de su computadora parpadeaba en la pantalla a la espera de iniciar esa carreritarítmica y placentera en la que antes se ejercitaba para mantenerse esbelta y atractiva, gracias a ta continuo ejercicio. Sin embargo esta vez era diferente, estaba ahí, frente a Roque, sin obener la señal de salida, suplicando impotente que aunque fuera por equivocación, el jefe presionara una tecla que la hiciera saltar mínimo una sola vez.

Así pasaron varias horas hasta que en un gesto de desesperación, Roque escribió, sin proponérselo lo que años más tarde sería considerado por la crítica especializada como la mejor minificción de su carrera literaria:

"Ese día no tenía nada que decir, y decidí quedarme callado".

28/6/09

Mariposas

Si bien de poeta tengo poco o más bien nada (ni lo pretendo por el respeto que le tengo a la poesía), de vez en cuando el lápiz baila sobre el papel por su cuenta y salen cosas así.



Volarán de tus labios mariposas
efervescencias flotantes
lunares iridiscentes
que queman mis manos como polillas
Alargo los brazos espero
aplaco la tromba de mi esencia
te busco y tus motas aladas son sendero
camino inalcanzable
braza que abraza
muero y más que muero
desespero
Los días sin los efluvios de tus labios
saben a desamparo y desaliento
viaje sin retorno hacia la sombra
lamento de cristal
daga bailarina que me atrapa
llama que llama a cabalgar en tus burbujas hechizantes
y seguir tu cadencia
ligera
tierna
transparente
que es oleaje de los vientos
¡Cuan hermosas las palabras
por más simples o más complejas
si por tu voz enamoran, enternecen
cuando de tus labios brotan
para volar hasta mi alma mariposas

20/6/09

La osadía de la ignorancia

Desde hace algún tiempo, se me ha venido criticando el hecho de que en mi forma de redactar, no he incluído variación que impliquen "mayor equidad", "ser más incluyente", pues sistemáticamente evito escribir frases como "las niñas y los niños" y cosas por el estilo. Ante tal crítica yo sólo he tenido una respuesta concreta: Me niego a escribir mal. Por supuesto este tipo de respuestas me ha granjeado buenas peleas con ciertos sectores que piensan que no hacer ese tipo de segregación es no ser incluyente, no es promover la igualdad entre hombre y mujer, no darle a las mujeres el lugar que se merecen y adoptar una actitud machista y retardataria y que más de una vez se han pronunciado por quemarme en leña verde; pero yo me pregunto ¿la literatura, la gramática, la lengua, tienen sexo? ¿Es factible pugnar por la igualdad haciendo la diferencia? ¿Para respetar a las mujeres debo reducirme a mi mínima expresión en todos los sentidos?

Actualmente existe a nivel empresarial una certificación en igualdad de género y uno de los principios que manejan ahí es el siguiente: Como durante años y años las mujeres han sido segregadas por los hombres en los puestos laborales, ahora, para cumplir con ese deber de equidad que debe de haber entre hombres y mujeres, de cada diez contrataciones vaya a hacer, ocho (por lo menos) deben de ser otorgados a mujeres. ¿Y las competencias laborales? ¿eso es equidad o revanchismo?

Viajando en el metro o el transporte público, para practicar la equidad, se supone que debo quedarme parado, después de una larga y agotadora jornada laboral, cargando cosas, y recorrer más de diez kilómetros de pie, sólo porque se desocupó un lugar y una mujer acaba de subir al vagón o transporte, porque es mujer, así no recorra más de uno o dos kilómetros y venga fresca como una lechuga. ¿Equidad efectiva no implica en todo caso igualdad de oportunidades? Esto resulta contradictorio, porque esas mujeres que exigen el asiento argumentando su naturaleza femenina y por tanto un trato de igualdad, ¿no están partiendo del hecho de que son inferiores a los hombres, más débiles y por ello nosotros tenemos mayor capacidad para viajar de pie? Otro ejemplo en el transporte: hora pico, día lluvioso un espera en el andén y trata de apiñarse como sea en un transporte que viene lleno, a veces sin conseguirlo, y de pronto ve uno venir un autobús vacío con tres o cuatro mujeres sentadas y cómodas; uno siente el impulso de subir, de sentarse y tratar de evitar la lluvia que lo cala a uno y pone en riesgo de enfermarse de gripa; pero no se puede, porque con enormes letras de color rosa dice que ese transporte es exclusivo para mujeres. Mala cosa.

Hace unos años, cierto alcalde en Colombia tuvo la genial idea de promover la igualdad de género estableciendo un día sin hombres; es decir, que por un día, los hombres de dicha ciudad no podían salir a la calle. ¿Acaso ese tipo de medidas no atenta en contra de los derechos funaentales de las personas, consagrado no sólo en las legislaciones nacionales, sino en la Declaración Universal de los Derechos Humanos? ¿Eso es actuar con equidad?

Seguramente me acusarán de que estoy hablando como hombre que soy y por tanto igual a todos; pero nada más alejado de eso. Pugno por la igualdad entre unos y otros y me merece tanto respeto un hombre o una mujer cuando ese respeto es ganado con congruencia, honestidad y respeto hacia mí. Soy el primero en defender que tanto hombres como mujeres tenemos los mismos derechos y merecemos el mismo respeto; es más, me declaro total y abiertamente a favor del feminismo; pero no de las feministas ni de prácticas que pretendan hacernos iguales mediante la segregación.

Pero volviendo al tema original, la crítica es dura cuando no escribo, digamos, "políticamente bien", aunque eso implique escribir gramaticalmente mal, por ello quise escribir algo al respecto y mientras pensaba en el tema, recordé un artículo escrito por alguien mucho más autorizado que yo que leí hace algunos años. Se trata de un artículo del escritor y periodista Arturo Pérez-Reverte, que si bien parte de un tema completamente local, perfectamente puede aplicarse en muchísimos casos y que tomo de su sitio en internet (que puede ser visto aquí) para transcribir a continuación:

La osadía de la ignorancia
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal | 19 de marzo de 2006

Una comisión del parlamento andaluz a la que se encomendó
revisar el «lenguaje sexista» de los documentos de allí, se ha dirigido a la Real Academia Española solicitando un informe sobre la corrección de los desdoblamientos tipo «diputados y diputadas, padres y madres, niños y niñas, funcionarios y funcionarias», etcétera. Como suele –recibe cinco mil consultas mensuales de todo el mundo–, la RAE respondió puntualizando que tales piruetas lingüísticas son innecesarias; y que, pese al deseo de ciertos colectivos de presentar la lengua como rehén histórico del machismo social, el uso genérico del masculino gramatical tiene que ver con el criterio básico de cualquier lengua: economía y simplificación. O sea, obtener la máxima comunicación con el menor esfuerzo posible, no diciendo con cuatro palabras lo que puede resumirse en dos. Ésa es la razón de que, en los sustantivos que designan seres animados, el uso masculino designe también a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos. Si decimos los hombres prehistóricos se vestían con pieles de animales o en mi barrio hay muchos gatos, de las referencias no quedan excluidas, obviamente, ni las mujeres prehistóricas ni las gatas.


Aún se detalló más en la respuesta de la RAE: que precisamente la oposición de sexos, cuando se utiliza, permite destacar diferencias concretas. Usarla de forma indiscriminada, como proponen las feministas radicales, quitaría sentido a esa variante cuando de verdad hace falta. Por ejemplo, para dejar claro que la proporción de alumnos y alumnas se ha invertido, o que en una actividad deportiva deben participar por igual los alumnos y las alumnas. La pérdida de tales matices por causa de factores sociopolíticos y no lingüísticos, y el empleo de circunloquios y sustituciones inadecuadas, resulta empobrecedor, artificioso y ridículo: diputados y diputadas electos y electas en vez de diputados electos, o llevaré a los niños y niñas al colegio o llevaré a nuestra descendencia al colegio en vez de llevaré a los putos niños al colegio. Por ejemplo.

Pero todo eso, que es razonable y figura en la respuesta de la Real Academia, no coincide con los deseos e intenciones de la directora del Instituto Andaluz de la Mujer, doña Soledad Ruiz. Al conocer el informe, la señora Ruiz se quejó amarga y públicamente. Lo que hace la RAE, dijo, es «invisibilizar a las mujeres, en un lenguaje tan rico como el español, que tiene masculino y femenino». Luego no se fumó un puro, supongo, porque lo de fumar no es políticamente correcto. Pero da igual. Aparte de subrayar la simpleza del argumento, y también la osada creación, por cuenta y riesgo de la señora Ruiz, del verbo «invisibilizar» –la estupidez aliada con la ignorancia tienen huevos para todo, y valga la metáfora machista–, creo que la cosa merece una puntualización. O varias.

Alguien debería decirles a ciertas feministas contumaces, incluso a las que hay en el Gobierno de la Nación o en la Junta de Andalucía, que están mal acostumbradas. La Real Academia no es una institución improvisada en dos días, que necesite los votos de las minorías y la demagogia fácil para aguantar una legislatura. La RAE tampoco es La Moncloa, donde bastan unos chillidos histéricos en el momento oportuno para que el presidente del Gobierno y el ministro de Justicia cambien, en alarde de demagogia oportunista, el título de una ley de violencia contra la mujer o de violencia doméstica por esa idiotez de violencia de género sin que se les caiga la cara de vergüenza. La lengua española, desde Homero, Séneca o Ben Cuzmán hasta Cela y Delibes, pasando por Berceo, Cervantes, Quevedo o Valle Inclán, no es algo que se improvise o se cambie en cuatro años, sino un largo proceso cultural cuajado durante siglos, donde ningún imbécil analfabeto –o analfabeta– tiene nada que decir al hilo de intereses políticos coyunturales. La RAE, concertada con otras veintiuna academias hermanas, es una institución independiente, nobilísima y respetada en todo el mundo: gestiona y mantiene viva, eficaz y común, una lengua extraordinaria, culta, hablada por cuatrocientos millones de personas. Esa tarea dura ya casi trescientos años, y nunca estuvo sometida a la estrategia política del capullo de turno; ni siquiera durante el franquismo, cuando los académicos se negaron a privar de sus sillones a los compañeros republicanos en el exilio. Así que por una vez, sin que sirva de precedente, permitan que este artículo lo firme hoy Arturo Pérez-Reverte. De la Real Academia Española.

13/6/09

En casa

Veinticinco años son suficientes para que te sientas como un verdaero extraño dentro de ese mundo que sabes tuyo; pero que hoy descubre muy distinto a como lo dejaste. Según tus recuerdos el hotel donde te hospedarás no queda muy lejos, así que decides caminar para reconocer el terreno.

Todo a tu alrededor es gris, pardo; el aire que recordabas cálido y reconfortante, ahora te recibe convertido en una masilla amarga y amarillenta que se pega a tus fosas nasales y se enreda, negándose a entrar y enfrentar esta absurda libertad que a final de cuentas se transformó en tu prisión, que te dejó un par de hijos que se sienten solos y perdidos, totalmente ajenos a tus nostalgias y muy alejados de cualquier raíz, dos hijos que se niegan a compartir ese proyecto que vislumbraste para ellos y por el que casi das la vida y te obligó a partir... ¿pertenecen a tu vida? ¿son ellos los culpables? ¿lo fuiste tú o se trató de la voluntad de los Otros?

Un escalofrío recorre a gran velocidad tu autopista vertebral hasta colicionarse con tu nuca. Cruzas los brazos y te frotas en un vano intento por mitigar el hielo que invade tu alma; caminas buscando ese pasado en el que quedaste atrapado por tantos años; pero de eso ya no queda nada. Descubres que te abrazaste a algo que murió con tu partida, que tu relog psicológico estalló en el momento preciso en que te fuiste sin decir adiós, tal vez sin enfrentar la realidad de los Otros, esa que superaba la tuya y la aplastó por completo.

Quieres llorar; pero tus ojos hace más de dos décadas que quedaron áridos y desiertos, y no por gusto, sino porque el manantial se agotó en los días que duró el encierro, convirtiéndose en mudos ríos que fluían escondidos por las noches para que los Otros no se percataran de tu debilidad.

Escudriñas en los rostros que te rodean la mínima señal de que todo pasó, que despertaste de la pesadilla; pero es tiempo perdido: lo único que encuentras en los rostros de la gente son miradas que no miran, que rehyen a encontrarse con otros ojos y se alejan con rapidez, escurriéndose entre las calles. Comprendes entonces q ue ese aire pesado, denso e irrespirable que todo lo envuelve, que todo lo ocupa, tiene un doloroso nombre: miedo.

Te preguntas qué fue lo que pasó exactamente, dónde quedaron tus amigos, tus compañeros, qué fue de todo lo que había cuando estabas aquí, por qué te fuiste, por qué permitiste que Julieta rindiera tributo a una tierra ajena a la suya, a la de ustedes y no encuentras respuesta, pues eres incapaz de distinguir qué estuvo bien o mal, y lo único que te queda es ese sentimiento y la clara certeza de que estás solo.

Sigues caminando por las calles del barrio sin poder reconocer tus geografías, pues han desaparecido para convertirse en otra cosa muy distinta que lo único que tiene en común con tus recuerdos es el nombre que ostenta. todo es diferente a tu alrededor, lo verde se convirtió en gris, ese papalote de fuego que esperabas a ver emerger cada amanecer desde tu ventana, ahora es una triste y opaca braza que parece apagarse a cada segundo y el lugar donde vívías.es ahora una gélida explanada, una plancha de concreto con una columna al centro que exhibe en letras doradas en nombre de "Plaza Libertadores". Por un instante tu corazón salta ante la expectativa de ver algo de tus sueños hecho relidad. Te acercas con pasos ligeros y esperanzados hacia la columna y lees uno a uno los nombres consignados en la placa inferior mientras te esfuerzas por contener la arcada que gorgorea en tu garganta. Tu mente grita que esos no son los libertadores, sino Ellos, los Otros... Los verdaderos, tus héroes, se diluyeron, sólo existen en tu mente. Ya no te queda la menor duda, los Otros se apoderaron de todo, incluso de tu historia.

Poco a poco vas sintiendo el dolor que produce tus puños de tanto apretar mientras levantas la vista hacia el cielo, ese mismo que hoy te condena a ser un extraño en tu propia tierra, a quedarte solo, abandonado en ese limbo donde sólo habitan tus fantasmas, incapaces de escuchar tus lamentos y las maldiciones que ruge tu corazón enardecido a causa de los Otros.

Un cuarto de siglo, media vida, y ahora... ¿qué te queda? Los demás murieron, desaparecieron y su voz fue suprimida, pagaron con sangre su sueño, lo perdieron todo... Te preguntas para qué carajos regresaste, de qué valió todo lo que hiciste afuera, lo que hicieron tus compañeros adentro si hoy, a pesar de la supuesta apertura que te hizo regresar no existe en realidad, es una estúpida falacia, el tiro de gracia que los Otros decidieron darles para consolidar la tortura que les infligieron durante años y años. Ya no queda nada por hacer.

Te dices que no, que aún estás vivo y puedes seguir luchando estableciendo nuevas trincheras, que no todo está perdido, que siempre puedes volver a empezar, y aunque sabes que todo eso es mentira, tratas de contener el llanto y el temblor de tu cuerpo, repitiéndote en silencio una y otra vez "estoy en casa, estoy en casa" mientras cruzas el vestíbulo del hotel.