A lo largo de las cuatro intervenciones anteriores, establecimos a muy grandes rasgos los elementos y constantes más distintifvas de tres magníficos escritores colombianos: Héctos Abad Faciolince (Medellín, 1958) Fernando Vallejo (Medellín, 1942) y Rafael Chaparro Madiedo (Santa Fe de Bogotá, 1963-1995), a quienes consideramos como los más fieles representantes de un movimiento que busca nuevos vertederos en la literatura contemporánea de ese país sudamericano, vertederos que vyan más allá del genio de Gabriel García Márquez, y a quienes hemos dado en llamar la tríada colombiana.

Por otra parte, es pertinente señalar que en medio de la desazón no todo es dolor, aún cabe el lugar para mores desesperados como los de Abad; tiernos y al mismo tiempo violentos, como los de Vallejo; y extraviados y alchólicos como los de Chaparro; pero todos estos, amores al fin. No importa cuan rudo pueda ser el mundo en los que se desenvuelvan los personajes de cada historia, el amor está en ellos como recordatorios de esa necesidad de trascendencia y de derrotar al hastío que les han heredado las generaciones pasadas. No importa si se trata de seres maduros o jóvenes, en el mundoi que aborda la literatura colombiana el amor y la pasón son las únicas formas posibles para purificar el alma y abatir la soledad del espíritu. A través de la búsqueda del amor, los tres autores establecen una metáfora, una alegoría de esa búsqueda interminableen la que bregamos todos (seres de ficción y de realidad) del acicate que nos otorgue por fin esa estabilidad tan prometida porpolíticos y empresarios y que resulta cada vez más difícil de alcanzar.

Otro punto de convergencia en los tres autores a losq ue nos referimos, es la necesidad de reflejar a través de la ficción, una realidad que no es privativa de los colombianos, sino de toda América Latina, que desde hace un par de décadas pareciera a la deriva, sometido a los vientos que quiera soplarle el norte. Pero atención, no s etrata de una reproducción del esquema del realismo socialista, en el que no existe posibilidad alguna para disparar la realidad hacia los confines de la fantasía.

Por el contrario, la realidad de la que hablan Abad, Vallejo y Chaparro, es más libre y puede sobrepasarla la fantasía en cualquier momento, sea para sublimarla y aligerar al lector de tan dura carga, o bien extralimitándola y exagerando el conflicto y proyectándolo a los terrenos de lo fársico. Pero en los tres casos, el discurso es violento, certero, directo y fiel al estilo de cada autor; se llaman las cosas por su nombre y se hacen patentes a cada momento las facetas de la conducta humana, su forma de pensar y sus necesidades vitales, acaso con la intensión de denunciar la inconformidad de la gente común, la suya propia, o simplemente para divertir al lector o a sí mismos; pero nunca haciendo una literatura fácil o de caracter panfletario. No s etrata de hacer recuentos inútiles de situaciones violentas, de excesos sin sentido y regodearse e la escoria para protestar de todo y de todos sin ofrecer ninguna salida. De ningún modo. Se trata precisamente de buscar en el corazón mismo de la tragedia cotidiana, cuando menos un destello fugaz de belleza y de esperanza, de proponer un mundo aunque sea imaginario, en el que las cosas pueden ser mejores, en las que ni políticos ni empresas extranjeras, ni dueños del dinero puedan manipularnuestros sueños ofreciéndonos una felicidad de plástico.
Dicen que un autor crea su obra como una forma de escaparse de la realidad en la que vive, para crear una más acorde con sus expectativas, y en estos tres casos, a nuestro parecer, dicha hipótesis queda comprobada a la perfección, porque ¿qué mejor de destruir una realidad que nos oprime, sino recreándola?