27/2/09

Placeres noturnos

Con toda parsimonia, sacó del bolsillo su antiguo reloj de leontina y vio que marcaba las dos de la mañana. Un profundo bostezo emergió de sus pulmones hasta arremolinarse en su boca anunciando que, por esa noche, la ronda había terminado. De hecho, ni siquiera resultaba necesaria: la librería tenía uno de los sistemas más avanzados de seguridad; pero después de tantos años de hacer de velador, esta actividad ya no era un mero trabajo, se había convertido en un verdadero privilegio y un placer cumplía con el mayor de los rigores.

Sin embargo, notó que esa noche se sentía algo extraña: una lluvia torrencial acompañada por un sin fin de relámpagos cimbraban con estrépito el amplio local; además, la humedad del ambiente calaba los huesos haciéndole un tanto tortuoso el paso, por lo que emprendió el regreso y se fue directo hacia la escalera que lo llevaba a su cuarto. Había llegado el momento de iniciar otro de sus placeres nocturnos: encerrarse en la habitación y sumirse en sus lecturas, tal y como lo había hecho desde hace poco más de cuarenta años, cuando llegó a la ciudad y lo contrataron en la librería.

Entró al cuarto y se dirigió a la mesita de noche donde estaba la cafetera eléctrica y preparó el necesario para el resto de la noche, luego abrió el ropero y sacó la botella de coñac y el libro elegido al azar esa misma tarde, los llevó a la mesa de lectura, se sirvió la primera copa y paladeó el sabor del licor, disfrutando el paso de éste por su boca y su garganta. Caminó hasta el estéreo y se detuvo varios minutos hasta escoger la música que lo acompañaría durante esa jornada. Después de un rato, tomó del gran mueble para compactos un concierto para piano de Mozart interpretado por Badura Skoda. Lo colocó en el reproductor y moduló el volumen de tal forma que se escuchara por encima del ruido de la lluvia; pero sin que quedara tan alto como para distraer su lectura. Después sirvió una taza de café y la sostuvo unos instantes cerca de su nariz, a fin de disfrutar su olor a través de los vapores que emergían de la taza.

Ya instalado, se dispuso a comenzar su lectura, pero pasó lo de cada noche: alcanzó a ver de reojo el tablero de ajedrez que le pedía la continuación del combate suspendido la noche anterior. Hizo a un lado el libro, acercó el tablero, lo miró un rato meditando y avanzó el caballo blanco amenazando al rey negro. Jaque... se dijo a sí mismo y miró el tablero unos segundos antes de retirarlo.

Retomó el libro y se desconcertó. A pesar de que trataba del volumen que él mismo había extraído de la mesa de novedades la tarde anterior, no recordaba que en éste no apareciera nombre, datos editoriales o del autor. Lo revisó un rato y no encontró nada, así que pensó que tal vez, si el libro era bueno, bien valdría conservarlo como ejemplar raro. Lo abrió en la página ocho, donde comenzaba el texto y comenzó a leer. Desde las primeras líneas quedó más sorprendido aún; pero no pudo detenerse.

A través de las páginas del libro, el hombre se encontró con la historia de un niño pastor que vivía en un pueblo serrero y tenía por único amigo a un conejo pardo y que a los 10 años huyó de casa, después de que por un descuido, se le desbarrancaron cinco borregos mientras buscaba capullos en lo alto de un almendro, lo que implicaba la paliza fenomenal de un padre alcohólico al que odiaba. Leyó cómo ese niño recorrió una gran distancia acompañado por su conejo y de cuando su mascota murió de hambre una mañana de invierno produciendo un profundo dolor al chiquillo, que lloró desconsolado al descubrirse solo y en total desamparo; pero que se repuso y siguió su marcha hasta llegar a la ciudad, donde mendigó y robó fruta del mercado hasta que lo encontró Don Sebastián, quien al ver las condiciones en que se encontraba el niño lo recogió, dio trabajo en su librería y le enseñó a leer y escribir.

También pudo leer la historia de cómo creció ese niño arropado por Don Sebastián, trabajando duro y leyendo cada volumen de la librería durante las noches hasta ascender de afanador a velador y de velador a vendedor, y cómo en este puesto conoció y se enamoró de Marta, quien nunca le correspondió y se casó con otro; de cómo lloró y sufrió por ella y cómo lo consoló Don Sebastián, que era su único amigo y meses después lo ascendió a gerente para morir un año y medio después, heredándole toda su fortuna, porque el muchacho era su única familia. De cómo el joven gerente sufrió la muerte de su amigo y protector y comprendió que su destino era indefectiblemente la soledad, asumiendo este sino y negándose a dejar su cuarto de la librería aún siendo el dueño; de cómo se refugió en la lectura limitándose a vigilar la entrega y descarga de los pedidos cada mes y a hacer de velador por las noches. Y finalmente, de cómo siendo ya velador y dueño de la librería, un noche de tormenta miró su reloj de leontina que marcaba las dos de la mañana y decidió que su ronda había terminado y se fue a su cuarto, preparó café, saco del ropero el libro escogido al azar la tarde anterior y la botella de coñac, bebió una copa y escogió un disco de Badura Skoda interpretando a Mozart, para luego servirse una taza de café e instalarse en su mesa de lectura, donde antes de leer el libro, puso en jaque al rey negro avanzando al caballo blanco, y después comenzó la lectura de un libro sin título, datos editoriales o del autor, que contaba su propia vida y al terminar la lectura, escribió una carta y murió.

Cuando a la mañana siguiente lo encontraron los empleados de la librería; el hombre estaba sentado, con el tronco apoyado sobre la mesa, la copa de coñac vacía, media taza de café helado y bajo su rostro un libro en el que nadie reparó, pues toda la atención se centró en la hoja de papel que aún sostenía en su diestra y que tenía escrita a lápiz una carta dirigida a una tal Marta, a la que nadie conocía y el difunto escribía diciéndole que la había amado toda su vida y le dejaba todos sus bienes como prueba de su infinito amor.

20/2/09

Las subversiones de la libertad

"El que sabe leer sabe ya la más difícil de las artes"
Duclós

Hace relativamente poco tiempo, y a partir de una plática en la que se cuestionó la adicción que sentimos por la lectura, llegamos a la conclusión de que leer es una de las formas de subversión que ha encontrado la libertad para existir plenamente.

Dicen que la libertad, en su forma más pura, haría imposible la existencia de la sociedad y la convivencia armónica entre los seres humanos. Por ello desde que las primeras formas de la sociedad comenzaron a manifestarse, surgieron dos ideas básicas que ayudaron a estructurar lo que hoy conocemos como el “mundo civilizado”: el bien y el mal, principios que, aunque matizados de diferentes maneras, han sido punto de confluencia de todas las religiones y posturas del pensamiento, y así mismo, conciben el ser libre como la facultad de hacer todo aquello que la ley y la sociedad en la que vivimos nos permite, o bien, desde un punto de vista menos optimista, como la capacidad para elegir nuestras propias cadenas. Sin embargo, existe una zona que no puede ser limitada por leyes o personas, y donde la libertad se manifiesta en su forma más pura en cada uno de nosotros, situándonos en una encrucijada que nos orilla a debatirnos permanentemente, como ya lo hemos comentado en otras ocasiones, entre lo que somos y lo que el entorno nos obliga a ser.

Y esa libertad que habita en cada uno de nosotros, desde siempre ha buscado puntos de fuga hacia el exterior, diversas maneras de expresarse sin limitaciones de ninguna índole, pugnando para que las sociedades evolucionen y se acoplen a esa necesidad vital de Ser y Existir, que a la larga vienen siendo, desde nuestro muy particular punto de vista, los verdaderos valores fundamentales del ser humano.

Así las cosas, se han engendrado revoluciones y cambios sociales en los que, atendiendo a un ánimo de trascendencia y a la necesidad de que las diferentes concepciones permanezcan lo más fiel posible, se ha recurrido al soporte material en el que el arma fundamental ha sido, y es, el libro, la literatura. Sea a través de la ficción o de la realidad, en ella podemos encontrar una expresión plena de las ideas, convirtiéndose el libro entonces, en un vehículo subversivo por medio del cual la libertad, en su más pura esencia, logra superar censuras y persecuciones. Si no estamos de acuerdo con el mundo que nos rodea, si la sociedad establece prohibiciones que nos impiden hacer o tomar posturas concretas sobre algo, ¿qué mejor forma de sacarlos de nuestro interior, de dar rienda suelta a nuestros deseos, sueños y temores reprimidos, que escribiéndolas?

A partir de la escritura, podemos manifestar nuestra inconformidad con la realidad que nos rodea y desmembrarla y moldearla a nuestro gusto, establecer nuestras propias reglas para vivir, hasta donde queramos, historias y situaciones que la realidad social nos impediría. Y aún hay más ¿qué sucede si eso que escribimos, cae en las manos de alguien, que en mayor o menor medida, se ve reflejado en aquello que escribimos? Cuando esto sucede, se establece una dinámica en la que se crea una conciencia colectiva a la que no puede ponerse freno y que a medida que se desarrolla y crece, hace evolucionar a la sociedad. Por ello, la lectura supone un ejercicio mental que da inicio a un proceso en el que conocemos y pensamos, tomando conciencia de las diferentes visiones del mundo, y esta nueva conciencia y apertura de ideas, sientan las bases necesarias para analizar y cuestionar al sistema en el que nos desenvolvemos cotidianamente, buscando su reacomodo y acondicionamiento para hacer esta vida un poco más llevadera.

Ésta es una de la razones por las que, cuando menos en nuestro país, ese sistema que puede verse vulnerado por una población de lectores críticos, ha intentado defenderse elaborado estrategias veladas que le ayuden a contrarrestar el deseo y el gusto por la lectura. Por un lado, impulsan raquíticas campañas de fomento a la lectura, mientras que por el otro, mantienen programas académicos que, en lugar de fomentar la lectura en los niños, los predisponen de manera que la asocien con una obligación, lo que da como resultado, que conciban esta actividad como algo detestable y, en especial, aburrido; pues además, las lecturas que imponen en las escuelas resultan sumamente pesadas y poco compatibles con los productos (muchas veces digeridos), que devoran al público infantil a cada segundo a través de la televisión y el Internet ¿A qué pequeño le va a gustar que lo obliguen a leer un libro hermoso, pero lento como Platero y yo, cuando está acostumbrado a ver animaciones japonesas en las que todos vuelan y lanzan rayos con un ritmo narrativo sorprendente rápido? Esto, independientemente de las recientes “reformas” fiscales, que no tienen otro objetivo que crear el ambiente menos propicio para que la gente se acerque a la lectura, y se considere esta actividad como un lujo.

Pero a pesar de estos intentos de mantener el control de las personas, hay un hecho concreto e ineludible: la actividad literaria existe y continúa su curso por encima de políticas y lineamientos, porque aún existen lectores dispuestos a consumir libros, y a través de la lectura, contamos con la posibilidad de vivir nuestras pasiones y deseos al máximo; ser héroes o villanos, detener el tiempo, regresarlo o adelantarnos a él, conocer y crear mundos sólo concebibles en nuestra imaginación, con nuestros propios colores y paisajes e, incluso, ser protagonistas de nuestras más secretas perversiones.
En otras palabras, a través de la lectura, la libertad de nuestro interior podrá manifestarse plenamente; revelarse contra todo lo establecido y modificar, en forma mediata o inmediata, el entorno. ¿Será por ello que dicen que una sociedad sólo podrá considerarse civilizada, cuando la gente robe libros de las tiendas?

La lectura conlleva, como en las relaciones de pareja, un acto de entrega absoluta, perderse en los intrincados senderos de la imaginación en la que el autor y lector establecen un diálogo directo; el primero aportando los disparadores de la fantasía y el pensamiento, y el segundo, apropiándose de esos mecanismos, asimilándolos a su propia existencia, para proyectarlos mediante un apareamiento de ideas y sentimientos, hacia el crecimiento del ser humano, y con ello, alcanzar su trascendencia. Si los antiguos griegos clamaban por un punto de apoyo para mover al mundo, consideramos que ese punto es, precisamente, la lectura; pues no olvidemos que todas las cosas que nos rodean y que sentimos, existen a partir de las palabras y que de ellas puede engendrarse el amor verdadero o el odio más profundo, sentimientos fundamentales para mantener el movimiento y la evolución de la raza humana.

Libros hay para todos los gustos: buenos, malos o incluso extremadamente malos; pero este juicio es una decisión estrictamente individual, que solamente estará en nuestras manos en la medida en la que nos despojemos de predisposiciones e ideas preconcebidas, y nos demos la oportunidad de sumergirnos en esos universos de papel para caminar de la mano con autores y protagonistas, y estemos en la posibilidad de constatar, en carne propia, aquello que dice por ahí: "Leer más, para ser más libres".

14/2/09

Descubriendo al cronopio



“En realidad yo me siento mucho más cómodo en un terreno que toca lo irracional, ese es mi verdadero campo…”
Julio Cortázar

Hablar del cronopio de cronopios Julio Cortázar, desde un punto de vista formal resulta muy difícil, su vida, su obra y su pensamiento ha sido estudiado y analizado en infinidad de ocasiones por plumas mucho más autorizadas que ésta; pero hoy, a un cuarto de siglo de su desaparición física, y contando con este espacio que creado para sacar todo lo que llevo dentro y exponer aquello que me mueve y que forma parte de este caos personal, me parecería imperdonable no escribir algo de este genio de la literatura contemporánea que marcó un rumbo en mi vida; pero no se trata de hablar desde un discurso grandilocuente, de esos para leerse con voz engolada y aires de grandeza, sino de tratar de establecer un diálogo directo, de tú a tú sobre cómo descubrí a Cortázar… ¡Venga pues!
Fue hace ya varios años, por allá de 1987, cuando comenzaba a tomar en serio esto de tratar de atrapar las ideas con palabras y fraguar universos paralelos en donde fugarme. Por aquellos años mis lecturas eran desordenadas y sin una dirección exacta, casi al azar; y así, por azares del destino tuve mi primer acercamiento formal con un escritor de verdad. Se trataba de Rafael Menjivar, un excelente escritor salvadoreño que por esos días radicaba aquí en la cuna del Armagedón. Creo que por ese entonces trabajaba en La jornada o algún periódico nacional, no lo recuerdo con exactitud; pero lo que sí recuerdo, es que fue a una de las primeras personas a las que les hablé de esta necesidad de escribir, de crear historias. A él también fue de las primeras personas con las que logré vencer la timidez para mostrarle mis primeros trabajos, mismas que siempre leyó con gusto y criticó de la mejor manera. Sin duda, fue una buena época en la que di mis primeros pasos en este laberinto de letras.

En aquellas charlas, aprendí muchas cosas; pero fueron tres frases que me dijo las que definitivamente se me quedaron tatuadas en el alma y vienen a mí cada vez que me enfrento a la hoja en blanco:
  1. Si a los quince años no escribiste tu obra maestra, ni te apures, que no lo vas a lograr antes de los cuarenta y cinco, así que tienes que ponerte a trabajar desde ahora…
  2. Escribes bien; pero estás como el chico de la película crossover, lo que te falta es kilometraje…
  3. Si quieres escribir prosa, estás obligado a leer a Cortázar, ahí está todo lo que tienes que saber…
En una de las últimas ocasiones que nos vimos, Rafael me regaló un ejemplar de Historias de cronopios y de famas, publicado en 1962 por Julio Cortázar. En su lectura descubrí, no sólo la maestría de Cortázar para crear narraciones de cosas tan aparentemente simples como subir una escalera o llorar, sino algo mucho más importante. A través de esos seres descomplicados, sencillos y ligeros que se llaman cronopios, encontré una forma de ser, un estilo de vida que le daba sentido y dirección a todo aquello que me había conflictuado durante años. Descubrí que soy un cronopio más, encerrado en un mundo de famas tratando de cooptarme a cada segundo. Hasta ese momento, había bregado por el mundo hecho un verdadero amasijo de sensaciones e impulsos que las más de las veces habían provocado rechazo e incomprensión entre quienes me rodeaban, a grado de hacerme sentir otras muchas, que estaba completamente mal, que era un caso perdido. Pero no, leyendo a Cortázar encontré que ese mundo fantástico y fuera de cualquier espacio y tiempo convencional, era precisamente el lugar a donde yo pertenecía, sin relojes, sin sujeciones a terceros, dando rienda suelta a esta capacidad sensible para disfrutar y recrearme en todo lo que me rodeaba, encontrando la esencia de la belleza en las cosas más simples.

Sencillamente, había encontrado mi lugar en el mundo y a partir de ese momento perdí el temor a enfrentar y demostrar mis sentimientos, comencé a ser Yo con la plena conciencia de que no era que yo estuviera equivocado o que fuera el mundo entero el que vivía en el error, no, se trataba solamente de una cuestión de naturalezas, y la única manera concreta de bregar y sobrevivir en el universo de famas, era alzar mi voz de aprendiz de cronopio, de crear mi propio mundo de ideas y de sensaciones.


Gracias a Cortázar descubrí que ese sentimiento de otredad, de extranjería de la vida, ese tanatismo que me daba la vida, no era una excepción, sino que en el mundo desde el principio de los tiempos ha habido seres como yo, que no encuentran en la superficie de esta tierra un sentido, un lugar desde donde reclamar su pertenencia, porque el lugar, su lugar está más en el mundo de las ideas, de la imaginación, lejos de cuestiones materiales; por eso había que emprender un viaje infinito, hasta encontrar otros extranjeros, otros seres con quienes compartir ese sentimiento de extrañeza de no pertenecer y forjar entre palabras un mundo ideal, aquella tierra prometida que sólo la fantasía es capaz de crear.

Por supuesto mi interés por Cortázar no se quedó ahí, me abalancé casi de inmediato a leer todo cuanto encontraba escrito por él: Bestiario (1951); Las armas secretas (1959); El perseguidor (1967); Deshoras (1982); Rayuela (de 1963 y que he leído una doce veces en cada una de sus formas y es mi “Biblia personal”); Los reyes (1949); Todos los fuegos el fuego (1966); Un tal Lucas (1979); 62/Modelo para armar (1968); La vuelta al día en ochenta mundos (1967); Último round (1969); Divertimento (1950); y bueno, la lista siguió creciendo hasta ahora, en que con orgullo puedo preciarme de haber leído prácticamente todo lo que escribió y está publicado (claro estoy a la espera de aquellos
textos inéditos que están por publicar).

Novelas, cuentos, ensayos, poesía, correspondencia, todo cuanto he encontrado ha sido un nuevo descubrimiento y un aprendizaje constante acerca de lo que debe ser la literatura contemporánea. Pero no sólo eso, además estaba el descubrimiento del jazz, a mi gusto una de las manifestaciones musicales más complejas, libres y completas que se ha creado hasta hoy. Porque Cortázar no sólo es literatura, Cortázar es jazz del más puro estilo, su voz es la de Parker y de Davis y de Roll Morton y de Hines y de Wilson y de Cox y de tantos y tantos que dieron vida y forma al jazz.


El jazz es para mí… una especie de presencia continua incluso en lo que escribo… mi trabajo de escritor se da de una manera en donde hay una especie de ritmo, que no tiene nada que ver con la rima y las aliteraciones, no… una especie de latido, de swing, como dicen los hombres del jazz, una especie de ritmo que si no está en lo que yo hago, es para mí la prueba de que no sirve y hay que tirarlo y volver… Julio Cortázar

Cortázar es un maestro, uno de mis santos laicos (San Julio Narrador) y hoy a veinticinco años, su voz, esa que arrastra de forma particular la letra erre y que tantos han querido imitar, sus ideas y sus textos, vuelven a levantarse para decirnos que ese hombre no murió, simplemente logró liberarse del mundo de famas y ahora vive feliz en ese mundo ideal al que nosotros, los aprendices de cronopio, deseamos algún día poder alcanzar.
(Para quien quiera descubrir algo más de este enormísimo cronopio pueden picar aquí, aquí o aquí)

5/2/09

Seguimos como pavo real

Y bien, este post no estaba planeado; pero justo ayer me entregaron las fotos de Antara bailando en el Cascanueces con la Compañía Nacional de Danza, el pasado diciembre en el Auditorio Nacional. La verdad no me pude resistir a seguir presumiendo a mi bailarina favorita, así que aquí van las fotitos , cuando menos algunas, y que por mi parte, nada más de verlas, me recuerdan esa emoción que da verla en lo suyo, bailando, y que no dan pie a palabra alguna para abarcar esos sentimientos. Acaso sólo pueda decir que se veía ENOOOOORME en el escenario; así que, alimentemos su egoteca con esta contribución.

Aquí con el bailarín que actuó como su papá

y que causó furor entre la féminas que lo vieron...

Entrando a escena con cara de niña buena...



Y en estas dos con la mejor expresión de "adoro las muñecas";

quien la ve ni se imagina que nunca ha jugado con una,

porque no le gustan...

Iniciando el baile...


Bueno, hasta aquí esta entrada fuera de programa; ya seguiremos más adelante con este galimatías verbal, por ahora, seguiré regodeándome en mi orgullo de padre.

1/2/09

Cuidado con lo que pides...

¡Me lleva la chingada! Todavía faltan dos horas para irme... si tan sólo pudiera hacer que el reloj avanzara más de prisa... ¡estoy harto de tanto tiempo de ser un vil cajero de banco. Si ya lo decía mi mamá “hijo, estudia una carrera para que seas alguien en la vida...”; pero no, me tenía que poner de pinche necio a creer que todo me lo merecía, y en qué vine a acabar: atrapado tras la ventanilla, poniendo mi mejor geta a toda es bola de estúpidos que se imaginan que por traer un cheque soy inferior a ellos y tengo que pagárselos inmediatamente... ¡qué ganas de mandarlos a todos al carajo!...
Estos han sido sus pensamientos día tras día desde hace catorce años. A mí en lo personal me divierte verlo así, gruñendo para sus adentros, jugando a dar la cara del empleado eficiente y esmerado. En realidad no tendría por qué quejarse, tiene justo lo que pidió. Pero mejor vayamos a otras tierras, a otros tiempos, dejemos a nuestro amigo cumpliendo su ritual y no se preocupen, que no se irá a ningún lado.

Los gallos comenzaron a cantar desde antes de que apareciera el sol sobre San Esmaragado Cozcacuauhtli; el rocío de la madrugada producía un agradable olor a barro mojado. Aparentemente, ese 18 de noviembre de 1910 era un día como cualquier otro: la gente ya se encontraba en los campos trabajando las tierras de Don Triclinio Carraca Y Almazán, quien al despertar se encontró con una remesa entera de vino francés, regalo del padre Benedicto, en agradecimiento a las chicas que le mandara la noche anterior para ayudarle a pasar lo que el párroco llamaba “un periodo de ligereza terrenal”.
Con toda parsimonia se aseó y desayunó solo, mientras el jefe de sus guardias blancas le informaba que “con toda pena Amo, Jacinto Vargas, el hijo de Ramira, sigue dando lata; está empecinado en levantar al pueblo en contra suya y lo peor de todo, Amo, es que... p’os la gente se está enmuinando y empieza a organizarse”. Triclinio, al escuchar las palabras de su empleado, no pudo evitar recordar el día en que persiguió a Ramira hasta la loma, y cómo lazándola como a una res la sometió, arrancándole las ropas y se adueñó de todo su cuerpo hasta saciar su apetito por completo, para dejarla ahí, ultrajada y sola, con el alma hecha girones y condenada a dar a luz al bastardo número 37 de Triclinio.
“¿Ya lo azotaron?”, preguntó tranquilamente. El jefe de la guardias blancas, aterrado, no pudo hacer más que estrujar su sombrero y asentir con la cabeza diciendo “tres veces, Amo..." Sin perder la calma, Triclinio dirigió una gélida mirada al hombre que, a esas horas de la mañana, ya estaba envuelto en una espesa capa de sudor. “Eso quiere decir que tú y tus estúpidos hombres no pueden controlar a un pinche hambreado... tendré que encargarme yo mismo del asunto; ya después me ocuparé de ustedes. Dile a Nicandro que prepare la carroza o llegaré tarde al rosario de las siete...”

Justo en ese momento; pero ochenta y nueve años después, un lamento conocido llega a interrumpir este relato. Nuestro amigo viene caminando molesto, parsimonioso, pensando...
“Un día más y yo que sigo aquí, de pendejo trabajando como un burro para que se enriquezcan los demás. ¡Estoy harto! ¡qué ganas de largarme lejos y olvidarme de esta puta vida que me tocó vivir! En este punto y para que no nos interrumpa más, no me quedó otra opción de inyectar en sus pensamientos la imagen de una esposa y cinco vástagos, a los que no quiere, a los que detesta porque lo mantienen atado a ser lo que es, un pobre burócrata mediocre. Como esta visión que ha surtido el efecto esperado, podemos continuar con nuestra historia. Ya llegará el momento de ocuparse de él.

Después de atender varios asuntos como presidente y fundador la “Sociedad Católica Pro Buenas Costumbres de San Esmaragado Cozcacuauhtli”, Triclinio decidió echar un vistazo a “ese revoltoso de Jacinto que va a saber quién es Triclinio Carraca Y Almazán; sí señor, o se somete a su amo o yo mismo lo marcaré como lo que es, una bestia de mi propiedad...” Con estos pensamientos sus glándulas salivales comenzaron a trabajar de placer; hacía mucho tiempo que no tenía la oportunidad de marcar a ninguno de sus trabajadores por tratar de revelarse; todos se habían tragado a la perfección su amenaza de volver aún después de muerto para gobernar en su feudo, siempre al “servicio de la República y de Don Porfirio”. Al llegar se encontró a Jacinto hablando a los demás campesinos de justicia social, reparto de tierras y otras cosas más, de esas que andaban pululando gracias a los subversivos hermanos Flores Magón y aterrorizando a los terratenientes de todo el país.
A Triclinio esas ideas lo tenían sin cuidado, más no pudo dejar de sorprenderse al sentir en su propio cuerpo la fuerza del muchacho de cabellera rubia y piel de barro que se parecía tanto a él cuando joven. Sin duda, de los 37 hijos naturales que jamás reconoció ése, el más pequeño, era el que más le había heredado. Pero a pesar de aquella primera impresión, no se intimidó, cualquier afecto, cualquier sentimiento de cariño o bondad se había disuelto en él por completo 25 años antes al pie de un altar.
Jacinto gritaba enardecido sus consignas, totalmente absorto a sus palabras y al efecto que debían producir en sus escuchas. Nadie se atrevió a hablar, guardaron silencio. Un bastón descendió con fuerza sobre la espalda del muchacho que quedó doblado sobre la tierra mientras Triclinio, que ya empezaba a disfrutar el castigo que pensaba propinarle dejaba escuchar su voz amarga y chillona, “¡¿Así que eres tú, hijo de puta, quien estás tratando de morder la mano que te alimenta?! ¡Si los azotes no te bastan, yo te haré entrar en razón!..
Un par de ojos incandescentes se clavaron con ánimo calcinante en el rostro de un Triclinio que ya dejaba caer su bastón sobre el cuerpo de Jacinto. Sin embargo, la diestra del muchacho detuvo la trayectoria del golpe, lanzando al cacique al suelo. Las guardias blancas de Triclinio se lanzaron sobre Jacinto, que quedó inutilizado a fuerza de golpes y patadas. Pronto el joven se hallaba amarrado a una estaca, listo para ser marcado a hierro a manos del propio Triclinio, que ya dejaba asomar los resplandores de sus dientes de oro. “¡Mejor mátame cabrón, porque solo así lograrás apagar mi voz!” gritó Jacinto al sentir como se iba acercando el calor del hierro a su mejilla derecha.
Un disparo de carabina bastó para interrumpir la tortura del muchacho. Entre la multitud apareció un hombre de unos treinta y cinco años, mostrando el monograma de la familia Carraca Y Almazán impreso a hierro sobre su mejilla derecha. Era Alejo Valverde, el hijo natural número 19 de Triclinio, quien decidido a salvar a su hermano, apuntando al viejo con la carabina que se fundía a su cuerpo. “¡Ya me lo hiciste a mí; pero tu reino se acabó!”. Por primera vez San Esmaragado Cozcacuauhtli entero tuvo la oportunidad de ver temor en los ojos de Triclinio, y sintió la fuerza necesaria para terminar con seis décadas de maltratos, despojos y vejaciones, la capacidad para hacerse propietarios de su libertad y lanzarse contra los guardias del cacique y ejecutarlos al instante.
Serio, pesado, marchito, Triclinio Carraca Y Almazán esperaba con la soga al cuello a que los campesinos llenaran con las monedas de oro, las ollas que servirían de contrapeso para ahorcarlo. La gente enfurecida coreaba demandando su muerte, cantando por primera vez el odio, el miedo, la miseria y el dolor que Triclinio les procuró durante décadas.
Todo estaba listo para la ejecución: el condenado, la soga, el árbol, la olla con el oro y la furia contenida por años. Las campanas de la iglesia marcaron la una, dos, tres cuatro de la tarde del último día de Triclinio y el primero de la libertad en San Esmaragado Cozcacuauhtli. En ese instante, el cacique pudo pensar en cómo despojó a los campesinos de sus tierras convirtiéndolos en esclavos, cómo atesoró cada moneda de oro que guardó en la bodega de la casa grande, en todas las mujeres que desfloró por el simple hecho de ser el “Amo”, el “Señor”. Pudo reconocer su gozo cada vez que azotaba a los ingenuos que creyeron que existía la palabra descanso y ver cómo un hilillo de saliva escurría de su boca ante el placer de marcar con su monograma, como a una res, a su primer “rebelde”. Pudo pasar por su mente todo el llanto que fluyó de sus ojos cuando Josefina Reverte lo dejó al pie del altar para fugarse con Juancho el peón, y cómo juró en ese momento vengarse de todo y de todos.
Pudo arrepentirse de las mujeres que violó y las otras muchas que entregó al señor cura para su “esparcimiento”, de las fiestas en honor a Don Porfirio y de los treinta y siete hijos naturales que tuvo y jamás reconoció y trató como esclavos de su feudo. En fin, pudo haber pensado en mil cosas que lo redimieran; sin embargo no lo hizo, y en cambio lanzó su maldición contra el pueblo entero y juró venganza antes de que la soga se tensara levantándolo por el cuello destrozándolo, impidiendo el paso del aire; pero incapaz de evitar que Triclinio se despidiera de sus verdugos sacando su amoratada lengua mientras los gallinazos comenzaban a hacer círculos en derredor del sol que iluminaba la plaza.
Los demás terratenientes del pueblo se marcharon aterrados ante la expectativa de que les sucediera lo mismo que a su protector; y los poblanos, fieles a su religión pero temerosos de que Triclinio cumpliera su amenaza de regresar después de muerto, llevaron el cuerpo al campo santo para que allá arreglara cuentas con el Altísimo, e inauguraron la costumbre de sellar las tumbas a fuerza de loza y cemento. Don Porfirio ya no tuvo tanto tiempo de intervenir por el levantamiento armado organizado por Francisco I. Madero que estalló a los dos días y poco después, comenzó el reparto de tierras y de las riquezas encontradas en la casa grande y lentamente se olvidaron de la amenaza de Triclinio y abandonaron su tumba. Quizá por ello, nadie se percató que en su tumba alguien escribió con muy mala caligrafía y gran sabiduría el siguiente epitafio: “Aquí la eternidad empieza y se convierte en polvo la mundanal grandeza”. Don Pepe, el maestro del pueblo, sin duda alguna hubiera descubierto que era la letra de Jacinto Vargas que, a pesar de todo, siempre deseó tener un padre.

Pero aquí no acaba esta historia; Triclinio, confiado en que sus “servicios” a favor de Dios y sus representantes en la tierra serían recompensados, se fue derechito a las puertas del cielo para ingresar en el gozo eterno. Al llegar fue recibido por el buen San Pedro, quien después de tomar sus datos y revisar su lista de admisión, desplegó una pícara sonrisa, hizo con una mano a Triclinio un gesto de despedida mientras que con la otra tiraba de una cadena, haciendo que éste cayera directo hasta mí, ya que era de los que me tocaba atender.
“¿Alguien podría decirme dónde carajos estoy?”, preguntó mientras se aflojaba la corbata de moño para aminorar el calor. “Muy sencillo: fuiste un culero en la vida, te dieron en la madre y te toca joderte en el infierno por siempre”, respondí divertido al ver cómo el rostro de Triclinio se descomponía más y más a cada una de mis palabras: “pero... ¡esto no puede ser! ¡Díme cuánto quieres por dejarme salir de aquí! ¡Tu sólo di una cantidad, tengo mucho dinero...!”. Díganme ustedes ¿cómo resistir la oportunidad de chingarme a alguien así? Si esto es precisamente lo divertido de mi trabajo. Aún así, me puse muy ceremonioso y respondí fingiéndome ofendido: “¡Discúlpenme señor, soy Satanás, es cierto, no un ojete cualquiera, sino El Ojete; pero venderme como una puta... jamás!”.

Finalmente y después de hacerlo sufrir un rato y demostrarle que toda su fortuna conmigo no valía, cumplí su deseo de reencarnar y que por sus regordetas y flácidas manos pasaran cantidades enormes de dinero. A cambio, él regresaría a mí una vez que concluyera su segunda vida para purgar su condena. Después de consultarlo con el Altísimo, fui ratificado como “El Ojete” y me dieron luz verde para actuar, así que mandé al hombre a su nueva vida. Hoy, Triclinio Carraca Y Almazán, es nada más y nada menos que Triclinio Carraca Y Almazán, y por sus manos ha pasado desde hace catorce años más dinero del que imaginó; aunque el muy malagradecido, después de lo que hice por él, todos los días repite la misma letanía de "¡Me lleva la chingada! Todavía faltan dos horas para irme... si tan sólo pudiera hacer que el reloj avanzara más de prisa... ¡estoy harto de tanto tiempo de ser un vil cajero de banco...!"